terça-feira, 14 de fevereiro de 2017

MARIO PERA | Rodolfo Hinostroza - Vivirás inmerso en la palabra


A finales del 2014 se me encargó entrevistar a algún reconocido artista para un medio peruano. No sólo por la amistad, sino por el conocimiento y gran valor de su obra, decidí entrevistar a Rodolfo Hinostroza. El destino quiso que por alguna razón la entrevista, que llegué a realizarle entre varias copas y en compañía de amigos, quedara en el tintero siendo publicada aquel mismo año como una breve crónica a la que muy pocos accedieron. Hoy, a dos días de la partida física de Rodolfo, encontré dicha conversación. Además de recordarme la intensidad de sus palabras y de su ferviente creencia en la poesía, me volvió a sacar algunas sonrisas. Y es que la mejor manera de celebrar su vida, creo, es compartirla con ustedes al recobrar sus palabras. Como ya expresé, Rodolfo ES eso: poesía (sobre todo poesía) y una gran sonrisa, una carcajada cuyo estruendo aún resuena y me estremece. La presente entrevista fue publicada, originalmente, por su autor en Vallejo & Co (www.vallejoandcompany.com), el 03 de noviembre de 2016.


Rodolfo Hinostroza. Su valía y reconocimiento como poeta es indiscutible. Sin embargo, no solo fue poeta. Tuvo trabajos de todo tipo a lo largo de sus 75 años. Así como supo hacer de sus pasatiempos una labor profesional. Su pasión por la gastronomía, en especial la nacional, lo llevó a escribir sobre esta para convertirse en el primer crítico culinario peruano, antes del boom actual. La astrología fue otro de los temas que más lo apasionaron, involucrándose tan profundamente en ella que hace algunas décadas fundó en Lima una empresa dedicada a la venta de cartas astrales, nuevamente pionera del ramo y de la que después se crearon muchas en internet. Al poeta lo movió siempre una necesidad de constante descubrimiento, la que lo llevó a convertirse en uno de los más importantes literatos en lengua hispana de la segunda mitad del s. XX. No obstante, los diversos caminos por los que circuló a lo largo de su intensa vida, la literatura siempre fue su gran pasión. Es uno de los pocos autores peruanos de amplio registro: desde poemarios hasta novelas, piezas de teatro, crónicas periodísticas, libros de viaje, ensayos y cuentos. Lamentablemente, este consejero del lobo no está más físicamente con nosotros, aunque sabemos bien que los poetas nunca mueren. No cabe duda que la mejor manera de seguir con él es viajar a través de sus palabras. [MP]
 

He conocido verdaderos genios de la poesía que han terminado locos.

 

Rodolfo Hinostroza


MP | ¿Cómo fue tu viaje a Cuba?

RH | Lo cuento en un proyecto que tiene cinco tomos. En el primero está justamente mi viaje a Cuba. Fue más complicado de lo que parece. A mí me pintan tal como soy, un idealista de estos locos, un utopista. Fui a Cuba porque había una revolución y estaban haciendo las cosas bien. No era el comunismo que había invadido Hungría y el stalinismo, y parecía una revolución libertaria y juvenil, por eso me entusiasmé y me fui. Compré mi pasaje de avión y me fui con algunos amigos. Al principio me fue muy bien, pero luego se me venció la visa y estuve un mes o más (unos cuarenta días) y me regresaron al Perú porque no tenía ni visa ni residencia. Antes de salir de Cuba hablé con Haydée Santamaría, la directora de Casa de las Américas, le caí en gracia y me dijo: “tú necesitas una beca para Cuba” -ella era entonces esposa del ministro de Educación- y me dijo: “mi marido está implementando un plan de becas para toda América Latina porque queremos convertir a Cuba en un Harvard”. El plan era reunir a Waldo Frank, Jean-Paul Sartre, y a todos los amigos de la revolución para enseñar ahí. Y me dijo: “pero no tenemos a nadie en Perú para llevar las becas, ¿por qué no lo haces tú y vuelves con una?”. Le dije “¡ya, yo soy su hombre!”. Tenía 19 años. Me vine y demoré como seis meses en regresar a Cuba porque hubo problemas, pero a los seis meses estaba regresando a Cuba con una beca con un montón de estudiantes, muchachos todos, el mayor era Mario Razzetto -que murió hace poco- que tenía 20 años, Javier Heraud tenía 19 o 20 años en ese entonces.
Al llegar a Cuba vino Fidel Castro a buscarnos en persona -a los peruanos- y la gente estaba loca. Había un chico muy joven, con barros en la cara se quedó tan impresionado que empezó a caminar así como en cámara lenta estirando las manos como para tocarlo a ver si era verdad, claro que por la espalda lo redujeron y lo tiraron al piso. Castro parecía Darth Vader con su séquito de gente. Y vino Castro porque nos querían embarcar, y se nos embarcó a las guerrillas que habían inventado para defenderse de los americanos, nos reclutó. Yo no quise, no me dio la gana de ir. Fidel tenía mucha influencia con todo el peso que tenía, era hipnótico. Pero mira lo que es la poesía. El sueño me salvó, porque me acordé de una historia que Juan Gonzalo Rose, un gran amigo, me contaba. Me decía que un día, cuando estaba exiliado en México, Hilda Gadea, primera mujer del Che, lo había invitado a un café con Fidel Castro que estaba buscando gente para hacer la insurrección del Moncada. Los citaron, pero Gonzalo se pegó una bomba la noche anterior, se durmió y no fue. Si hubiera ido Fidel Castro lo convencía, era hipnótico, creaba un fanatismo. A mí me pasó lo mismo. En la tercera visita de Castro a los del plan de becas -visita que era la decisiva- vino a convencernos de que fuéramos a la guerrilla y yo me quedé dormido porque él tenía que venir a la una y llegó a las cuatro. Me metí a mi cama, llegó Fidel Castro, me quedé dormido y no lo vi.  Cuando me desperté habían venido con carros, con motos y salí pero Fidel ya estaba yendo. Estoy convencido de que si lo hubiera escuchado me hubiera convencido, y estaría muerto probablemente. Morfeo, el dios del sueño, me salvó de esa coyuntura. Yo era el lúcido, no había escuchado a Fidel, me contaban lo que había dicho y eso era una aberración y no era posible. Decía que un grupo de guerrilleros en el Perú podía tomar el poder en seis meses. Yo les respondía: “¿ustedes creen que el Perú es Cuba? Cuba tiene seis millones de habitantes, hablan una sola lengua, una sola idiosincrasia, es un país chiquito. El Perú es distinto, están los Andes y somos el doble de habitantes, ¿están chiflados?”.
Cuando me di cuenta, fui a las autoridades del plan de becas y les dije que me quería regresar a mi país. Me dijeron que no podía porque tenía secretos  militares y los iba a delatar. Me quedé preso en Cuba más de un año.

MP | Ahí nace Consejero

RH | Sí, mi primer libro de poemas nace ahí. Reuní lo que tenía escrito y que forma parte de varias colecciones, “El mal amor”, “El hueso de la garganta”, “Lo bajos fondos” y un día que me invitó Leo Brouwer a su primer recital en el teatro Amadeo Roldán, él me explicó –casi como disculpándose– que lo que leyó no tenía una estructura, que era un poco improvisado porque había juntado piezas de diferentes periodos. Me quedé impresionado y cuando regresé a mi cuarto me dije “igual que este pata tengo poemas de diversos periodos que tienen una unión estilística pero son de temática diferente”. Me atreví a juntarlos por el ejemplo de Leo y como estaba escribiendo otra serie de poemas, esperé terminar esa serie para terminar ese libro.

MP | ¿Cómo armas cada libro? ¿Te importa más el poema como unidad o el libro como estructura?

RH | El poema conlleva un tono, trae un tono consigo. Por ejemplo, cuando escribo “El mal amor” es un mal de amores el que me inspira y eso es bien clásico, cuando encontré ese tono ello me dictó por dónde iba la cosa. Escribí diez poemas en ese tono y después sentí que el tema se agotó, se acabó naturalmente y no quise forzar nada y lo dejé como estaba. Habían otros poemas que estaban esbozados, no terminados, y los terminé después pero sólo eran diez nada más.
Luego entró otro tono, el de “El Hueso de mi garganta” que es mucho más contestatario contra Cuba, contra lo que estaba pasando en el Perú visto desde un ángulo que no parece tal, la temática no sale bien cuál es. “¡Oh Silencio, modo de callarla… equivoca! Habla muchas cosas así y luego viene el tercer tono, que lo escribí en un fin de semana, “Los bajos fondos”. Son seis poemas que los hice con un par de botellas de vino en casa de una amiga en un verano muy fuerte. Me mandé los seis poemas en dos sentadas. Era una cierta manera de ampliar el tono y hacer el verso más largo, más ambientado. Luego vino la sección final que publiqué en Lima por separado y que se llamaba originalmente Animal nocturno, después cambié ese nombre por Ahí está la noche. Poemas de más largo aliento y con versos mucho más largos.
Sin embargo, un amigo poeta cubano, José Mario Rodríguez, me prestó un libro que se llamaba Poetas hebreos postbíblibicos que contenía una poesía profética muy fuerte, poetas sefardíes en ladino con un tono muy interesante. Ese es el tono que traté de reproducir y así escribí la otra sección y terminé el libro. Además, sumé otro poema que se llamaba “Final”, para que no queden dudas y ahí terminó. Lo que gané en Cuba fue eso. Llegué a Cuba siendo un muchacho inquieto y volví siendo un poeta, porque tenía escrito los primeros poemas de Consejero… pero no los había trabajado, los tenía en borrador. No sabía que tenía un tono nuevo, durante mucho tiempo estuve buscando mi tono en poesía y no lo encontraba, pero cuando lo encontré me di cuenta.
Este libro lo escribí en el espacio de un año. Y como son ciclos, si llego a pasar de ese tiempo, aparece otro tono. De repente me mudo de país y de repente dejo de escribir y uno cambia de tono naturalmente. Es muy difícil volver a retomar un tono que ya perdiste, tienes que imitarte a ti mismo. Eso puede hacer Carlos Germán Belli porque es lo que hace todo el tiempo, se imita a sí mismo. Yo he cambiado de estilo diez veces.

MP | ¿Y cómo sucede con “Nudo Borromeo”?

RH | Ese era un poema que lo tenía sumamente parcelado, no lo tenía unificado. Me costó un trabajo terrible porque juntar las piezas era mucho más difícil que escribir un poema nuevo. Sin embargo, estaba muy avanzado y no quería dejarlo morir. Fue un verano a las afueras de París que me fui y pasé un mes en la casa de una amiga y todo el mes me dediqué sólo a ese poema. Fue bien fuerte. Ese poema no estaba terminado, era inconcluso pero con un tono bien definido. Yo nunca corto y pego pedazos de poemas, quemo los versos inconclusos para no tener esa tentación.

MP | Pero volviendo, tras Consejero… viene Contra Natura.

RH | Para Contra Natura tenía 42 poemas y quemé las dos terceras partes. Me quedé con catorce. Lo quemé para no sucumbir a la tentación de decir: “no, este poema hay que salvarlo, está bonito”. Al fuego y se acabó, es mucho más sano. Los poemas no mueren, se quedan como humus y esos poemas que quemas se convierten en humus. Los has hecho y aprendiste de ellos, te han enseñado algo y eso te queda en las manos. Ahora, cuando doy por terminado un poema nunca lo destruyo, lo conservo, los que están en estadio de borrador o poemas truncos esos sí los desaparezco. De Consejero del Lobo escribí tres poemas en Lima y había uno que se me perdió en un taxi, y nunca lo pude reconstruir, por ejemplo.
El poema en sí mismo vale, no vas a botarlo porque no completas un libro. En relación a ello, tenía un proyecto de escribir un poema sobre cada carta del Tarot. Fue muy ambicioso. Me compré un tarot de Marsella y pasaba el tiempo mirando las imágenes El Colgado, La Papisa, etc. buscándole correspondencias visuales con otras cosas que me venían a la mente. Estas imágenes eran como semillas que florecían y apelaban a otras imágenes y un día que estaba en México con Octavio Paz, me dijo: “¿tiene algo nuevo poeta Hinostroza?” y le mostré los poemas del Tarot que estaba trabajando, los cinco que me quedaron, y los leyó con gran atención y me dijo: “yo pensaba que la poesía era una cosa que daba claridad, que iba de la oscuridad hacia la claridad y usted está yendo de la claridad hacia la oscuridad”, y le respondí: “No, es que yo tengo que oscurecer la oscuridad para que se comprenda el poema” [risas].
Mi idea en cada poema era orientarme en el vacío a través de estas imágenes, y que la estructura del poema sea la de un barco hundido en el mar y que solo se vieran los contornos y el azul del mar, que pudieras adivinar que había un barco hundido pero no pudieras verlo. Esa era la idea. Casi desaparecer la estructura del poema. Pero si se te pierde, no tienes cómo reconstruirlo porque no tienes un apoyo ni secuencial ni de imágenes, no tienes una lógica del poema, pues esos poemas no son lógicos sino de imágenes, de visiones. Se parecen más al Surrealismo que a otra cosa, son surrealistas. Cuando los perdí en un bolso en un bar que alguien había robado y había tirado mis poemas a una acequia, me quedé con los cinco que estaban terminados y esos son los publiqué porque tenían valor en sí mismos, pero se interrumpió toda la secuencia. De veintidós quedaron cinco y nada más.

MP | Dices que vives y haces las cosas por intuición. ¿Cuando escribes tus primeros poemarios era así o era algo más cerebral?

RH | Yo nunca he sido cerebral. Nunca me he guiado por las ideas sino por las palabras. De repente encuentro un verso, y el primer verso que me lo dicta Dios. Ese verso viene con una estructura, con un tono, hay que seguir por ahí, nada más. Hay que saber reconocerlo. La cosa más milagrosa que me ha ocurrido en eso es el poema “Imitación de Propercio”, que es un poema bien largo, el más largo que tenía hasta que hice “Nudo Borromeo”, y que me fue dictado.
Te explico, llegaba a mi casa a las once de la noche, recién había llegado a París en Mayo del ‘68 lleno de entusiasmo, llegué a mi casa y mi mujer estaba durmiendo y yo tenía la necesidad de expresarme, tenía algo, así que me senté en la máquina y salió “¡Oh César, oh demiurgo!” Y arranqué con esos versos que me fueron dictados y después me siguieron dictando. Yo siempre había estado inspirado, pero no de esa manera tan sostenida. Porque estuve escribiendo como si fuese un dictado. Terminaba un párrafo y venía otro y se encadenaban solitos, pero estaba tan cansado que dejé el poema y me fui a dormir. Al día siguiente me levanté temprano para salir con mi mujer a la casa de unas tías. Llegamos a una casa en Normandía en donde teníamos un cuarto con una ventana muy bonita. Mi mujer salió a saludar y yo le dije: “voy a ducharme”, mentira porque no me duché y abrí la máquina, la planté, puse mi papel y escribí la otra mitad del poema. Milagrosamente enganchó y así seguí escribiendo. Lo terminé. Le quité un verso y le corregí una palabrita. Eso es todo lo que corregí en ese poema. Me cayó dictadito. Por eso yo confío tanto en la inspiración.
No soy mental. Ningún poeta es mental, la cosa no viene por ahí. La idea del poema viene con su estructura base, viene con su ritmo y está hecho con palabras. El narrador es mental. Por ejemplo, tengo un cuento “El benefactor”. Ese cuento viene de una idea, de una discusión que tenía con un amigo, un arquitecto, un día que hablábamos de la página blanca, de Maurice Blanchot. Me vino una idea paradójica que era que la lengua escribe al poeta, el poeta escribe la lengua pero la lengua se escribe en el poeta también. Uno es escrito. Al día siguiente dije “esto es un cuento”, y lo relacioné con la inspiración.
¿Por qué un poeta se siente siempre inferior a lo que escribe? A veces me he encontrado con poemas míos que son tan buenos que no puedo haberlos escrito yo. Son demasiado buenos para mí que yo no puedo haber escrito así. La inspiración me ha ayudado, me ha dado una tremenda mano, me ha elevado a ese nivel superior a mis fuerzas. Por eso en “El benefactor” ese es el tema: alguien que escribe los libros por el escritor y se los manda terminados. Esa es la diferencia que hay entre el crítico, el mental, y el poeta que es el que recibe la inspiración. Ese es el verdadero tema del cuento, la inspiración. Le han encontrado otras explicaciones, pero la justa es esa y Shakespeare, porque soy muy shakespeariano, y el final es así porque hay una tesis que dice que Shakespeare no fue autor de sus obras sino Christopher Marlowe. Ese problema de identidad está incorporado en el cuento.
Los poetas tenemos esa característica, de podernos conectar con otro tipo de pensamiento que está en el hombre pero el hombre no sabe usarlo y nosotros, los poetas, si sabemos entonces podemos conectarnos inconscientemente porque no puedo empujar a la inspiración para que venga, pero sí la puedo acoger cuando viene. La sé reconocer y la acojo cuando viene. Hay un poema que se llama “Visita” que es justamente eso, cuando llega la inspiración baja como Júpiter con su carro de fuego. Hay un mito en el que creo que Danae le dice a Júpiter por qué siempre aparece vestido, disfrazado de otra manera y por qué no baja como un dios. Un día él baja en su carro de fuego y la quema. En la poesía pasa eso, la inspiración baja y te quema las manos, te deja muñones.

MP | ¿Qué es la inspiración para ti?

RH | La inspiración se genera cuando estás en poesía. La poesía es para mí un estado. Si uno está involucrado en la poesía entra en un estado que no te deja. Es como cuando yo era ajedrecista, estaba tan envuelto en el ajedrez que no podía pensar en otra cosa. Y cuando estás metido en la poesía todo lo que ves es poesía.

MP | ¿Y cómo nace en ti la poesía? Porque tu padre y madre eran poetas.

RH | Un día en México hace unos años, en cada lugar me ponían un presentador y me pusieron uno, creo que en Aguascalientes, un poeta a quien le dimos primero mi libro para que me presente. Cuando él me presentó salió con una cosa que nunca me voy a olvidar, dijo: “el poeta Rodolfo Hinostroza no tuvo infancia. Porque no hay poemas de él inmaduros, este poeta nació maduro”. Eso es cierto, por eso es que no he tenido ese periodo en que los poetas experimentan, eso todo lo quemé y comencé con “Imitación de Propercio”, en donde encontré mi tono. Cuando tu vida es la poesía tú no eres diletante. Mi vida era la poesía.
Aprendí la poesía, pero tuve que aceptar que tengo un don. Tengo que aceptarlo y me costó mucho trabajo porque mi padre era poeta, y muy buen poeta, mi mamá era poeta y era muy buena prosista y a mí me costaba ubicarme en esa familia. Yo no quería competir contra mi padre ni contra mi madre, por eso me metí a estudiar medicina. No aceptaba a la poesía. Tenía todo para hacerlo, pero no aceptaba mi propio don. Aprendí a leer y escribir a los 4 años de edad, nadie me enseño. Estaba muy dotado pero no quería aceptarlo. Me aprendí poemas de Rubén Darío de memoria porque me encantaba la poesía y estaba imbuido de poesía. Pero me era muy difícil aceptarme como poeta hasta que un día tuve una conversación muy bonita con César Calvo, yo estaba preocupado y pasó el Flaco con cara de mala noche y me dijo: “¡Oye! ¿Qué te pasa que estás tan preocupado?”. Le respondí: “Lo que pasa es que no sé si voy a ser poeta o la medicina”. Y me dijo: “¡No se puede ser poeta y médico al mismo tiempo! ¡Es imposible, no sale, mucha chamba, no vas a poder hacerlo! André Bretón, por ejemplo, era médico y se metió a poeta. Todos han comenzado como médicos y han terminado como poetas. Y tienes que decidir ahora porque la poesía es ponerse en manos del destino”. Y me jodió. No pude decirle nada más. Pensé: “¿O sea que ser poeta es ponerse en manos del destino? Yo quiero”. Y ese mismo día renuncié a la escuela de medicina y cuando le conté a mi mamá casi me mata. Me dijo: “¡Qué vas a ser poeta como tu padre! ¡Te vas a morir de hambre como él!”. Por eso, le debo mucho al Flaco.

MP | Y Vargas Llosa, ¿cuánto influyó en ti?

RH | ¡Ah mucho! Yo hago caso. El que tenga oídos para escuchar, que escuché. Tuve muchas etapas, no es tan sencillo. Había publicado mi primer libro en Casa de las Américas, en Cuba, y me había casado con una francesa, mi primera mujer. Estábamos haciendo un hogar, yo quería tener hijos y comprarme un carro, irme a Chaclacayo a vivir  y trabajaba en televisión, en publicidad porque había estudiado publicidad en el Instituto de Radio y Televisión de Cuba y allí aprendí un montón. Entonces, cuando llegué aquí me metí a trabajar en publicidad y fui jefe del departamento de radio y publicidad en una agencia americana instalada aquí. Ganaba muy buena plata, pero me sacaba la mierda trabajando. Entraba a las 8.00 a.m. y salía a las 11.00 p.m., porque tenía que grabar los spots de televisión en el canal 5 y nos permitían a partir de las 6.00 p.m. para grabar. No iba a mi casa, salía a las 5.00 p.m. del trabajo e iba a canal 5 al set de grabaciones y salía mínimo a las 10.00 de la noche. Andaba agotado. Dormía pocas horas.
Estaba en ese plan y un día un amigo, Lucho Garrido-Lecca, me invitó a una comida en su casa porque llegaba Vargas Llosa y querían celebrar después de que había ganado el premio Biblioteca Breve, estaba en la cúspide de su inicial celebridad. Habían varios poetas, estaba Toño Cisneros y cuando entra Mario le presentan a la gente y Lucho le dice: “He invitado a unos poetas también. Están Cisneros, Hinostroza”. Y Mario dijo: “¿Hinostroza está aquí? Quiero conocerlo”. Nos presentaron y me dijo: “Te he leído”. Me había leído en Casa de las Américas, había publicado unos poemas en una revista que le llegaba y le gustaba mi poesía. Me invitó al día siguiente a tomar desayuno a su casa porque se iba a París de regreso. Fui a su casa y mientras estábamos hablando me preguntó qué hacía. Le conté y me preguntó en qué momento escribía. Le dije que en ningún momento porque no tenía tiempo, que hacía meses no escribía nada porque no tenía tiempo y andaba en otras cosas, tenía que trabajar… y se cabreó conmigo. Me dijo: “¡Escribir es un trabajo! ¡Es trabajo, no es un hobbie! ¡No es algo que puedas dejarlo, tienes que defenderlo!”. Mario es aries y me impresionó. Me dijo que buscara otro trabajo, que no podía desperdiciar mi talento. Me preguntó si había pensado en el periodismo, y no sabía que decirle porque estaba impresionado. Cuando salí de ahí me quedé acojonado. Fui a ver al psiconalista porque estaba muy traumado con todo lo de Cuba, le conté eso y le dio la razón y me terminé de convencer. Felizmente, me botaron de la agencia de publicidad y me metí a trabajar en Caretas.

MP | Así ingresas a Caretas entonces…

RH | Lucho Garrido-Lecca conocía a Doris Gibson y necesitaban hacer un publirreportaje, fui a hablar con Doris, y me dijo lo que había que hacer. Al día siguiente estaba con el artículo, lo leyó y me dijo que está muy bien. Me preguntó qué hacía y le dije que nada, que acababa de dejar un trabajo y me contrató como periodista estrella. Yo nunca había sido periodista en mi vida. Así es como entré.

MP | ¿Qué piensas del trato que se da a los escritores en el país?

RH | Cuando gané el Premio Nacional de Cultura me llamaron de la Cancillería peruana y me dijeron que querían que encabece la delegación peruana a la Feria del libro de Calcuta. Me mandaron la invitación y vi que son 18 mil kilómetros de ida y de vuelta, lo que equivale a darse la vuelta al mundo. Calcuta está en la antípoda de Lima. Querían embarcarme en clase económica, me daban cuatro días de hotel, tres días de presentaciones y un día libre y no me pagaban un cobre, nni siquiera viáticos. Yo les dije que no. Donde voy me pagan, y me pagan muy bien además. Tengo edad y trayectoria, prestigio y no me pueden maltratar de esa manera. Cuando viajo a México es en primera clase, con mi mujer, a hoteles cinco estrellas y me pagan por mi intervención. Me pagan bien y soy bien cotizado en México y a donde voy. No puede ser que en mi país me traten así.
Si pasa eso es porque somos ignorantes. Vivimos en el “pongaje”. Creen que es un gran honor que te inviten al extranjero, que te den el pasaje y nada más. Que tienes que defender la camiseta ¿qué camiseta? Tienen que respetar la cultura, en todos lados del mundo pagan, aquí no. Aquí la cultura es gratis. Escribí un artículo que se llamaba “Poeta ad honorem”, porque siempre creen que todo es ad honorem. Nunca te pagan. Eso porque es un país profundamente inculto. Nuestra burguesía es la más ignorante de toda América, no saben nada. Saben de negocios nomás. No han leído nada. No saben lo que tienen. Tenemos la mejor poesía en lengua española y no lo saben.
Los peruanos necesitan tener confianza en sí mismos. No ser agachaditos. Lo que más nos falta aquí es tener autoestima. Por eso ha pegado la cocina peruana, porque ha llenado a los peruanos de autoestima.

MP | ¿Y la narrativa…?

RH | Hay que saber contar. Un escritor que puede sacar partido de una obra no se constriñe y supera un estilo para hacer una obra narrativa. Narrar no es igual que escribir. Narrar es apasionar al lector, envolverlo, contarle una gran historia bien articulada y armada y obedecer una serie de reglas dramatúrgicas. Narrar es como poner una pieza de teatro. Aristóteles fundó las leyes de la narrativa. Todo viene de Aristóteles. Yo sé escribir de todo: poesía, narrativa, etc. porque desde muy joven comencé a narrar y me leí todo Aristóteles. Yo sé cómo se arma una estructura narrativa, lo he aprendido desde el principio. Por eso sé narrar, no porque escriba bonito. Yo he desarrollado, paralelamente a la poesía, la prosa. He escrito una buena prosa y, además, tengo estructura dramática. Por eso he escrito piezas de teatro y cuentos. Contar a través de una pieza de teatro, novela o cuento es lo mismo, pero tienes que saber contar. Si no sabes contar, vas muerto.
Respeto mucho el oficio de narrador. Vargas Llosa es un gran narrador, eso es indiscutible, se sabe perfectamente. Desde su primera novela que comienza diciendo ¡Cuatro! Ese es un gran arranque.

MP | En ese sentido, ¿la inspiración se busca o llega?

RH | El poeta se maneja por la inspiración, pero si me llega un tema para un cuento, voy a escribir un cuento porque estimo que las buenas ideas para escribir son rarísimas. Los grandes temas son raros, originales. Te llega un verso de poema y si no sabes hacerlo se malogró la inspiración, se plantó. Te llega una idea para cuento y si no sabes escribir cuentos, te jodiste. La idea es buenísima, el operador es el que está mal. Tienes que distinguir a qué pertenece esa ola de inspiración. ¿Es para novela, para cuento, teatro, poesía? Por eso, domino todas las artes, para que no se me escape ninguna.
Una buena idea la valoro tanto que soy capaz de reescribir una obra de teatro treinta años más tarde porque la idea era buena. Eso hice con Cuadrando el círculo, la he reescrito tres veces en veinte años hasta que me salió. No la soltaba ni de a vainas porque la idea era buenísima. Es lo que hago, agarro una idea del pescuezo y no la suelto hasta que no la termino, y por eso me he ejercitado en dominar todas las artes de la palabra para que no se me escape ninguna. Mi control de calidad es férreo. Porque siempre viene de buenas fuentes, casi todas son ideas inspiradas que no voy a desperdiciar ni a dejar pasar. Eso respeto de la inspiración. Sé que son grandes ideas y que no las puedo dejar morir. Mi visión de la novela y del mundo es poética.

MP | ¿Qué es ser poeta en el Perú para Hinostroza?

RH | Una decepción. Un orgullo de pertenecer a esta poesía, que es una poesía de primera clase, y una decepción porque no es bien considerada, nos maltratan. Nos tratan como pongos cuando los príncipes de la lengua somos los poetas. Estoy muy orgulloso de ser poeta.

MP | Fueron varias y muy agrias las críticas que te hizo un sector por haber ganado el Premio Nacional de Cultura 2013, tras tus artículos en los que objetabas la decisión del jurado para ese mismo premio en el 2012. ¿Qué opinas pasada la tormenta?

RH | Que es una mierda. Que los que piensan así son una mierda. Leí un artículo que se llama “El que no llora no mama”, como si yo por llorón hubiera ganado. Eso es la moneda corriente en el Perú, la envidia y el odio a los que son mejores que tú, la mezquindad en el país. A mí me parecer asqueroso eso. Yo me he ganado mis títulos a pulso y no le he pedido nunca nada a nadie. He ganado todos mis concursos -y he ganado un montón- limpiamente, a pulso. Y no me van a venir con cosas como esa. Yo protesté porque hicieron una pantomima de concurso donde nos presentamos un montón de grandes poetas del Perú, escritores, pintores, hasta Alicia Maguiña.
La protesta fue contra la institución por cómo fue planteado el premio, las bases y lo mal hechas que estaban, así como la manera en la que se había manejado el premio. La cosa es cómo fue manejado esto, que fue a dedo porque el ministro de cultura no tenía por qué designar a los jurados que debieron ser designados por varias instituciones. Estoy orgulloso de haber protestado y haber ayudado a cavar la tumba de Peirano.

MP | ¿Fue una ofensa personal?

RH | Lo tomé como una ofensa personal, pero no en nombre mío sino del gremio. Cuando me enteré que había diez seleccionados de primera calidad, hasta a Alicia Maguiña que es una cantante popular de un gran talento y una fama extraordinaria, y no se lo dieron a ella tampoco, yo dije ¡no! Tengo la costumbre de no quedarme callado. En Francia aprendí a protestar. Los franceses no se quedan callados, hacen tremendos líos porque tienen muy claro sus derechos y deberes. Yo aprendí con ellos, en quince años viviendo allá, a valorar las cosas en su medida. No me dejo maltratar por nadie. Y no dejo tampoco que maltraten a mi gente.
La gente malintencionada que habla mal de mí, es porque escribí dos artículos y no uno sobre el tema. En el que se llamaba “La combi del ministro” expliqué que se había atropellado a todo el mundo en su camino. Hablaba de todos, no solamente de mí. Mi protesta era por el desplazo. El jurado se saltó por encima de todos. Yo defendía nuestro fuero. Y fue un malentendido voluntario. Yo siempre he sentido el gremio por encima de todas las cosas. He escrito un libro de crónicas de mi gremio, es un homenaje a los poetas, al gremio. Me he criado entre poetas. La gente habla mal de mí por hablar, porque yo soy el más admirador de mi gremio. Lo respeto, lo quiero y lo protejo en lo que puedo porque es un honor ser poeta.
Cuando se lanzó la primera convocatoria al concurso me presenté pero, como hacía trabajos para Petroperú, tuve la decencia de renunciar para que no haya conflicto. Renuncié a costa de mi bolsillo, que no es muy copioso. Otros no renunciaron. Así no es.

MP | ¿Cómo se subsiste, entonces, en un mundillo cultural así?

RH | Tengo el don de la palabra y lo he demostrado ampliamente toda mi vida. Quien no tiene un don así no va muy lejos en este negocio. Se enfrenta con gente como yo, o el Flaco Calvo que era un dotado para la palabra, gente que tiene una tremenda ventaja sobre ellos. El que no está dotado tiene resultados pequeñísimos, ¿qué satisfacción puede tener? Por último, la satisfacción que uno tiene es el trabajo bien hecho, narcisístico: “¡yo he hecho esto y soy reconocido!”, aunque no tengas un cobre pero eres reconocido y te paseas en todos los círculos del mundo. Cuando uno comienza en este negocio, tienes que comenzar con talento si no, vas muerto.

MP | Y sobre el mito de los grandes poetas que nunca han publicado…

RH | Uno escribe para publicar. Uno puede decir soy el mejor poeta del mundo pero, ¿dónde está el poema? A nadie se le cree bajo palabra, estas cosas hay que probarlas. La cosa es probarlo, no basta con decir, tienes que hacerlo, pasar a la acción. La poesía es, entre otras cosas, comunicación. Es salir de sí mismo e ir hacia el otro, no puedes guardar tus poemas en un cajón y decir yo soy el primero. La poesía se culmina con un acto de comunicación, cuando yo la publicó ahí está el poema, porque encontró a su lector. El lector crea el poema, lo recrea, lo acoge, ahí termina la curva. Comienzas a escribir en una servilleta y terminas en un libro que se le da al lector, el lector lo lee y ahí se cerró el ciclo; pero no cuando sólo dices soy el mejor poeta del mundo. ¿Quiénes te ha leído? ¿Tu mamá, tu papá, tus hermanos, tus amigos? ¿Saben ellos algo de poesía?
Lo triste es que eso termina siendo miedo, miedo a publicar. ¿Publicó o no publicó? Este es mi oficio, he conocido a muchos poetas, para comenzar a mi padre y a mi madre, a lo largo de mi vida. Conozco lo que concierne a la poesía largamente, lo he vivido, mis amigos lo han vivido, he estado en esto más de cincuenta años y conozco de esos casos y esto no es nuevo. He conocido verdaderos genios de la poesía que han terminado locos.

MP | Hablaste de lo importante que es la palabra para ti. ¿Cuál es la primera palabra que aprende un poeta?

RH | No. El poeta sabe decir no. Un novelista siempre dice sí. El poeta es capaz de renunciar a cosas, de decir no. No publico, no hago esto o lo otro. Decir no implica una gran libertad, no estás atado a nada. No, de todas maneras, no.

MP | Pocas veces uno piensa en la muerte, pese a que a todos nos llega. Menos aún se piensa en lo último que uno dirá antes de partir. ¿Cuál es la última palabra que debería decir un poeta?

RH | No hay ningún deber de decir nada. Goethe dicen que dijo: “Luz, más luz”. Creo que uno debería de callarse cuando hay que callarse. Como la proposición 7.0 de Wittgenstein dice: “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”. Pero, si hay algo por decir, que sea no.



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MARIO PERA (Peru). Escritor, ensayista, director de Vallejo & Co (www.vallejoandcompany.com). Contacto: vallejoandcompany@gmail.com. Página ilustrada con obras de Óscar Sanmartín (Espanha), artista invitado de esta edición de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 24 | Fevereiro de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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