segunda-feira, 21 de novembro de 2016

DAVID CORTÉS CABÁN | El sentido de la vida en Diario de los seres anónimos, de Omar Ortiz


Mi vida es idéntica al lugar que habito,
finge ser un paraíso pero sus naturales
padecen las más atroces pesadillas.
Omar Ortiz

Diario de los seres anónimos [1] es uno de esos libros cuya lectura deja una gran impresión en el lector. Nos lleva a cuestionarnos el sentido de la vida y de esos seres que vemos a diario, cuyas historias llevan implícitas más de una entrañable realidad. Por eso, los poemas aquí reunidos no tratan de encubrir la vida sino de mostrarla tal como es. De ahí que este lenguaje no esté hecho de conceptos que busquen vincular su contenido a la exclusividad de un territorio. Los seres que habitan estos textos los podemos encontrar en cualquier lugar y nos enfrentan a la realidad de todos los días. Reflejan el medio social y físico que traza el sentido de sus vidas allí donde existir es como un desesperado desafío: la vida misma en su dimensión material y espiritual subordinada a los convencionalismos sociales de un mundo penetrado por el desencanto y la indiferencia.
Con este libro el poeta colombiano, Omar Ortiz, se vincula a uno de los escritores más representativos de la poesía norteamericana del siglo XX. Me refiero a Edgar Lee Masters (1868-1950) y Spoon River Anthology (1915) su obra más aclamada. Pero Diario de los seres anónimos no aspira a revelarnos una conciencia de lo temporal, ni un pueblo de seres que hablan desde sus tumbas. Por el contrario, la poesía de Omar Ortiz refleja las experiencias que determinan la conducta de los seres humanos dentro de su medio urbano y social. Son poemas que responden a una realidad compleja e inadvertida para algunos, pero concretada aquí en una descarnada expresión poética. Sin embargo, lo que ocurre en la poesía de Omar Ortiz ha sucedido siempre. La realidad está ahí a la vista como una presencia que proyecta el mundo desconcertante en que vivimos. Un sistema de valores ante los cuales el poeta tomará una posición que se completará en el poema  mismo como referencia de lo que nombra. Y lo que nombra son las pasiones, frustraciones y males de la vida en un lenguaje irónico y provocador. Pero debemos señalar también que Diario de los seres anónimos responde además a la urgencia de pagar tributos a Edgar Lee Masters, a quien Omar Ortiz admira y con quien tiene afinidades en cuanto a la realidad y la percepción del mundo. Pienso que quizás sea ésta la razón por la cual el poeta colombiano pide al escritor estadounidense que lo acompañe en el recorrido imaginario de estos poemas:

  Me invita el colega a participar en este libro
  que dice escribir en mi homenaje.
  Para congraciar mi voluntad recuerda las palabras de Pound
  y los muchos elogios que recibí por Spoon River,
  antes que todos me abandonaran en una casa de enfermos
  de Filadelfia. No me quejo, la poesía siempre será un fracaso
  como lo advierte Minerva Jones.
  He leído con cuidado las esquelas que preceden,
  y he encontrado que son voces que siempre callan,
  que no tienen un lugar en el mundo, menos un epitafio.
  Por eso los abrazo y hago mías sus cuitas,
  ellos también están sedientos de amor
  y hambrientos de vida. [2]

(“EDGAR LEE MASTERS”)

No debe sorprendernos que este texto aparezca al final del libro para cerrar el homenaje y la visión que conlleva esta escritura. Nos recuerda, sabiamente, una expresión de Minerva Jones que contiene el sentido y la polaridad del mundo que ambos escritores comparten:¨No me quejo, la poesía siempre será un fracaso”. [3] Y no solo comparten la compleja realidad de ese mundo, sino también la adversidad y el escepticismo de los seres que lo habitan. De esto es lo que trata Diario de los seres anónimos, de la condición del ser humano y del mundo que les ha tocado vivir. Por eso, el poeta no busca establecer un sentido moral, ni una ética, ni trazar una frontera entre lo real y fantástico exponiendo así los problemas de la vida diaria. Lo que revela esta poesía adquiere una proyección mucho más universal que la que podría conferirle la noción de un determinado lugar o la reflexión misma de mi lectura. 
El poeta dice las cosas tal como las siente, tal como su conciencia le dice que las nombre. No busca ni reivindicar la realidad ni sustituirla por un lenguaje vacío y abstracto. Ya el crítico Víctor López Rache ha señalado que: “El poeta también nos recuerda que escribir poesía no implica divorciarse de la realidad…” [4] Y en efecto, el escenario y las personas que cobran vida en estos textos no son individuos abstractos, son seres que sienten y padecen. Su realidad nos acerca al mundo de las experiencias que han marcado sus vidas. Por eso en Diario de los seres anónimos cada poema se convertirá en el epicentro de un drama personal sobre el que se trazan las coordenadas de esta poesía. Ya de entrada, creo necesario señalarlo, el diseño de la portada (“Esquina de tiempos paralelos”, del pintor Fernando Maldonado) proyecta, deliberadamente, un concepto irreal entre la figura invertida del individuo y el espacio que la contiene, como si en cierto modo la sombra que refleja el cuerpo sobre la pared, la acera y la cabeza del perro, definiera también la imagen borrosa de los seres que habitan estas páginas. Hago esta referencia pues no hay duda que la portada debe interpretarse como una clave representativa del mundo social que hallamos en el libro. Pero también revela la voz de un hablante poético que estará ahí presente para acercarnos a la historia personal de estos individuos. Todo expresado en una visión irónica que no admite otra verdad que la de enfrentarnos cara a cara con las situaciones que impactan la vida, y con un lenguaje impregnado de escepticismo hacia las retóricas académicas:

Deseosos de eliminar el fisgoneo humano,
los sacerdotes cercaron la curiosidad de nefastos peligros.
Pero aunque la búsqueda nos cueste el paraíso,
hombres y mujeres permanecemos ávidos de lo oculto.
Nos encanta esculcar, mirar, catar
sonsacar al otro sus pequeñas historias,
reflejo y consuelo de nuestras mezquindades.
Por eso les entrego este breviario,
fruto de mi ociosidad y de mi ingenio.
De las cualidades que desde temprana edad
debe reunir un escritor:
una obstinada pasión por la belleza,
un exagerado apego a sí mismo
y un notable apetito por la desmesura y el engaño.
Lo demás son retóricos embelecos
que inventan críticos y profesores de literatura.

(“EL CURIOSO COMPILADOR”)

Lo que dice el poema adelanta una actitud que justificará, en cierto modo, el tono del texto y la dinámica de esas vivencias. Nos abre las puertas a la problemática que refleja ese mundo. Sin embargo, el uso aquí de la palabra “breviario” encierra un contrasentido respecto a lo que debería ser un Diario. Sabemos que el “curioso compilador”, al reproducir el diálogo de estos seres se burla irónicamente de las cualidades que debe tener un escritor. No se trata, por supuesto, de burlarse de la poesía para tergiversar lo que dice, sino de los que pretenden conocer esa realidad en su compleja dimensión humana. Es decir, los que poseen “ese notable apetito por la desmesura y el engaño”.  Por eso el lenguaje aquí se usará en función de lo que directa y abiertamente expresa, lejos de la permisiva influencia del academicismo. La poesía es comunicación y el habla de la vida diaria sostiene aquí la realidad de cada ser como un acto común y corriente. Por eso estas voces no están contaminadas de resonancias ajenas, sino de las que el hablante mismo reproduce. No se trata de un mundo imaginativo, sino de uno real que sobrecoge al lector por lo que nos comunica directamente, pero advirtiéndonos que el lenguaje tiene sus limitaciones: “Al carecer de alfabeto / no sé si un libro pueda contener el mundo.” (11). Y ciertamente, en este caso, lo que cuenta Ifigenia Franco de sí misma representa también su desconfianza hacia un lenguaje incapaz de aprehender la problemática de la existencia: “Pero los poetas mienten, igual a las postales que ofrezco. / Pronto, llega el viento”, dice. Pero esas postales son como una metáfora que revela la conciencia y el destino de estos seres frente a la vida. “Las perversas habladurías, / afirman que por cada doce hijos que engendro / me regalo un viaje por el mundo”, dice irónicamente Agapito Porras (12); “Pero los afanes de uno en su panadería, / y mis recorridos de voceador de triunfos o tragedias, / no dan espacio para evocar los años que la tierra nos brinda”, señala José David López (15); “En vida hice varios milagros. / Esconder la paternidad de mis muchos hijos / y recuperar para mi familia, tierras, almas / y obras de arte de la escuela quiteña.”, advierte Agobardo Potes (20). Todos hablan aquí sin importarles el qué dirán, enfrentándose a la realidad con ironía y sarcasmo tal como la vida misma y el destino los ha marcado: 

 No hablo desde que el alma de mi padre
 habita mis sueños. Es joven, mi padre.
 Lleva un vestido blanco, cuello de pajarita
 y corbatín negro.
 Me regala dos muñecas de trapo. Ellas me gustan
 como detesto a mis iguales.
 Desprecio sus estudiados gestos,
 su palabrería vana.
 Me alegra el llanto de un niño, o su recuerdo.
 La sombra del sietecueros me confunde.
 Tengo noventa y tres años y estoy sorda como una tapia.

 (“CIELO LUNA”)

 Toda la tensión del poema recae sobre ese último verso por lo que implica esa sordera como mecanismo para ignorar la realidad o para vivirla sin asombros. Lo que haya ocurrido bajo la sombra del árbol encierra la clave de esa dolorosa relación con el padre. Y aunque el poema no nombra directamente el problema, se intuye en el vocabulario del texto y en el pasado caótico de esa niñez. Víctima de ese pasado nebuloso Cielo Luna ha hecho de la sordera un refugio que refleja con asombrosa naturalidad su dolor personal, y el sentimiento angustioso de un pasado del que no ha podido desprenderse.
Para Angelino Zuluaga la memoria parece ser un signo de soledad y opresión. Al menos así parece revelar el sonido de campana que recuerda a los mortales su breve paso por el mundo. Pero el pito del tren expresará también la única forma posible de asumir esa realidad: “Mi oficio de músico celeste atiborra mis oídos / con treinta años de rebato. / Por ello, no oiré el pito del  tren que viene”. (21). Ignorarlo será también la respuesta a ese mundo que ha perdido todo sentido de solidaridad. Y es evidente, pues las cosas que circundan su vida definen también la realización de su  existencia en el tiempo, es decir, la esencia de que está hecha su vida y los hechos que la consumen. Todo expresado como una fuerza que somete el diario vivir al vaivén de los acontecimientos y de las emociones que dejan la vida continuamente al descubierto. Este mar de penurias y desencantos  creará un espacio que responde a la percepción del ser frente a sus propias circunstancias humanas. Cada uno acabará por confirmar sus experiencias de la vida sin ningún tipo de idealismo, siempre con la intensión y naturalidad que el ambiente mismo les confiere:

Contraje nupcias joven.
No sabía que mi marido gustaba del licor
y de las putas. Tanto que eran su negocio.
El bar Pielroja, llamaba mi calvario.
Ni mis guisos, ni mis dulces de leche
pudieron retener sus ímpetus.
Hasta que Dios intervino para mi viudez,
no hubo sosiego. Guardé un discreto luto,  vendí con ganancia los bienes de la infamia
y pude solazarme al diez por ciento
con las angustias de mis vecinos.
No tengo queja, creo que la vida es justa.

  (“LEONILDE ROSAS”)

Lo que presenta el poema es una conciencia de la vida reflejada en la ironía del lenguaje. Los actos más caóticos pero también los más sencillos descubrirán la oculta intimidad del ser y lo que resume, en cierto modo, sus vivencias. Lo que devasta el espíritu pero también lo vivifica para seguir viviendo. Aquella realidad que se presenta a la vida reclamando ser nombrada, es decir, lo que se reproduce en el lenguaje como concreta evidencia de esa desgarrada historia personal. Esto es lo que establece un sentido de correspondencias con cada uno de los textos. Lo que se funde con esas vivencias y proclama de un modo habitual la condición humana dejando de lado el pudor que pudiera servir de pretexto para falsear la realidad. Pero aquí se habla sin rodeos para entregarnos  estas historias tal como estos seres las han vivido. De ahí que todo esté expresado objetivamente y sin ambigüedades, como quien penetra en el pasado y devela indiscretamente su intimidad. En otras palabras, el germen de lo ocurrido o lo que causó tal incertidumbre, la raíz y las consecuencias de éste o aquel acontecimiento que genera un profundo sentimiento de vacío y soledad:

Soy viuda de Walter fabricante de condones
que nunca usó. Por ello soy parida varias veces,
tantas, que mejor callo.
Mi sino es un túnel con apariencia de espejo.
De niña me apasionaban las dalias,
pero mi madre sembraba arroz en los floreros.
De adulta, para equilibrar mis emociones,
decidí escudriñar los secretos de la respiración,
leer a Chopra, practicar el Feng Shui,
y convertirme en vegetariana mientras gano mi sustento
embutiendo carnes en un conocido frigorífico.
Mi vida es idéntica al lugar que habito,
finge ser un paraíso pero sus naturales
padecen las más atroces pesadillas.

(“DULIMA MONDRAGÓN”)

 El poema describe la problemática de la existencia con imágenes directas y sencillas. No se trata de apariencias, sino de la doliente necesidad de contar lo que causó ese sentimiento angustioso que contrasta paradójicamente con las ideas del millonario Deepak Chopra, uno de los llamados gurús de la medicina alternativa. Y, en otro contexto, de aquellas creencias sobre la armonía del ser con el entorno, como las que proponían en la antigua China los seguidores de la filosofía del Feng Shui. [5] No hay motivos pues para suponer que esto tenga algún resultado favorable sobre la vida del hablante. La ironía que impregna el poema traza la devastación emocional que consume al hablante: “Mi vida es idéntica al lugar que habito”. El vocabulario reproduce el doliente pesimismo de quien ya no aspira a nada y acepta las desdichas que devastan su estado físico y emocional. De hecho, todo está enmarcado en esas relaciones humanas que han creado un particular modo de vivir y de sentir la vida, proyectando un mundo consumido por la indiferencia y la soledad:

Yo también viajé por los cuatro continentes
pedaleando una maquina Singer, como cuentan
Leonora Carrington y el poeta Roca
de algunas de sus conocidas.
Pude ser una delicada modista,
ya que mis ojos y mis manos eran sabedores
de los secretos del lino.
Pero el Señor puso en mi camino un marido infame
y tres pequeños de ojos asustados.
Hice lo que pude, más mi obra nunca vistió mi sueño.
Por eso, preferí el silencio.

(“FLORITA FRANCO”)

Es evidente que confrontar la realidad requiere una conciencia, una mirada objetiva del ambiente, un desafío y una entrega personal de superación y riesgo. La certeza del cambio y la aspiración a generarlo conlleva un proceso continuo y una lucha vertical que, en todo el sentido de la palabra, responda a las necesidades de la gente. Pero en Diario de los seres anónimos el peso de la realidad es superior a las fuerzas de los seres que configuran ese espacio. La ironía refleja la marginación de estos seres, y la voz narrativa que insiste en describir sus vidas no en cambiarlas. En manifestar lo que flagela ese estar en el mundo, la incertidumbre que relega ese vivir a un plano inseguro y solitario. Pero, a pesar de ello, hay que afirmar que existe una verdadera preocupación por lo social, y la ironía misma se convierte en un arma de confrontación para señalar esa realidad. En este sentido el verso que cierra el poema sugiere una tabla de salvación, una forma de situarse ante el mundo. Sin duda, el silencio representa una salida ingeniosa para desatenderse del pasado. Pero ese pasado, nada gratificante, nos lleva a conocer las condiciones de esa realidad de la vida aunque en el fondo no se trate de cambiarla, sino de sobrevivir ajustándose a las contradicciones que ella misma crea: “Nací un poco locato, / apto para ser presidente o senador vitalicio, / pero prefiero vender lotería y hacer versos clandestinos.” (34), dice Enrique Uribe en un lenguaje impregnado de humor corrosivo y de un realismo que no oculta sus traumas personales. Es obvio, por supuesto, la crítica a la clase política. Una crítica social arraigada en la connotación misma de la palabra para expresar lo que es imposible ocultar, lo que se dice como un desahogo. “Soy la madre de Hernancito / al que unos bellacos despojaron de sus bienes / consumiéndolo en la melancolía.” (37), destaca amargamente Graciela Ortiz. Y, con una frase traspasada por el desencanto, afirma Marcial Gardeazábal: “Pertenezco a una estirpe que siempre / vive a destiempo.” (39). Pero a tiempo o a destiempo la tensión siempre se hará sentir sobre la superficie de estos textos porque exteriorizan aquello que supone una derrota o un esfuerzo para continuar viviendo una realidad que se transforma en agonía física y en ansiedad espiritual, en incertidumbre del vivir humano:

 Son nueve las llaves de mi reino.
 Mis huéspedes ofrecen a mis setenta años
 las más variadas consejas.
 La maledicencia, la avaricia, la envidia y todas las cualidades
 que engalanan la condición de mis habituales,
 lustran los armarios, los balcones, los encalados y rosetas
 de los aposentos.
 Si no apremiara el sustento,
 me negaría implacable a sus nostalgias.
 Pero no supe atesorar mis encantos,
 pese a mis solicitadas y bien pagas destrezas.
 ¡Cuán efímera es la sapiencia del cuerpo!
 Mañana yaceré en los muros de este hotel,
 donde el amor enferma y la tos disculpa las afrentas
 del día.

(“NILSA POLONÍA”)

Quizás la vida sea más doliente de lo que aparenta el poema, o mucho más oscura y asoladora, pero hay un modo de sortear las dificultades. En esto reside la ironía, un modo expresivo para reflejar la cotidianidad y esa elocuente burla hacia la eroticidad, como cristaliza el siguiente verso: “¡Cuán efímera es la sapiencia del cuerpo!”. Pero no se trata de mostrar resentimientos por quienes han caído en el vacío oscuro de  la vida, sino de desenmascarar la dura realidad. Así, distanciándose de las modas de lo abstracto y superficial Omar Ortiz ha conseguido ir al fondo de las cosas. Construir sobre la vida misma lo que ésta retiene como historia personal con todo su desgarramiento interior, con toda su crudeza y miseria. Más elocuente no podría expresarlo el siguiente poema:

Llevo encima el traje azul, la corbata naranja,
la camisa que tanto gusta a Margarita, la del 301,
los zapatos negros recién lustrados, una pinta de hombre,
como dijo mi madre después del beso ritual de despedida.
En la Kodak me tomaron la foto para la solicitud de empleo.
Pero de pronto me empujaron a un auto,
me pusieron dos armas en la cabeza
y acabé tirado en una pocilga
donde me preguntaban por gente desconocida.
No señor decía, y me pegaban.
Sí señor, respondía,  e igual me pegaban. Duro, lo hacían,
como si no tuviera carne, ni huesos, ni sangre, ni alma.
Ya no tengo traje azul, ni corbata naranja,
ni puedo abrazar a Margarita.
Ahora soy una desteñida foto que mi madre
lleva a cuestas en plazas y desfiles.

(“HÉCTOR FABIO DÍAZ”)

La violencia indiscriminada, la marginación y la angustia se funden y trazan la problemática realidad de ese mundo. De hecho, la incertidumbre misma caracterizará la violencia que limita la vida y arruina todo tipo de relaciones humanas, abriendo así una brecha para la injusticia y el silencio. Héctor Fabio Díaz, como todos los seres de estas composiciones, es también un símbolo físico y emocional de lo que aquí ocurre. Víctima de delincuentes, sufre la más terrible humillación y muerte. Su propia imagen parece disolverse en la fotografía que muestra la madre en la búsqueda infructuosa del hijo desaparecido: “Pero de pronto me empujaron a un auto, / me pusieron dos armas en la cabeza / y acabé tirado en una pocilga / donde me preguntaban por gente desconocida. / No señor, decía y me pegaban. / Sí señor, respondía, e igual me pegaban. / Duro, lo hacían, como si no tuviera carne, ni huesos, ni sangre, ni alma”. El poema reproduce una imagen que destaca lo absurdo y el sinsentido de la vida. No la esperanza de un mundo mejor, ni la menor convicción de que el tiempo pueda cambiar la realidad.
  Pero el dolor no se puede borrar, como muestra más adelante el siguiente poema: “He caminado todos los dolores. / Como la vaca parida que descuartizaron en el potrero, / así me mataron.” (p. 50), ésta es la voz de Chumila Rodríguez que regresa a contar la historia de sus antepasados; la muerte y sus orígenes y, otra vez, la soledad y la indiferencia. No la debilidad de un ser herido por la emociones y los recuerdos, sino la concreta realidad de un ser cuya angustia nos revela su dolorosa experiencia, ésa que deja la vida devastada como si a uno le fueran amputando  todas las partes del cuerpo. Y entonces ¿para qué vivir? ¿Cómo verse a sí misma frente a ese mundo sin conmiseración? B. Traven, el sujeto del poema a continuación, pone en perspectiva esta visión de la muerte y del tiempo. La ironía y el tono familiar del texto anudan esa línea imaginaria entre lo que sugieren los versos y el sentido que buscan proyectar:

Mi reto es con el tiempo.
 Trabajo para que perdure el nombre de los muertos.
 Cuando mis manos no graban el testimonio de la piedra,
 escribo historias, narraciones que hablan de lo efímero.
 Pero mi nombre siempre será un misterio.
 Importa la obra de un hombre, no sus gestos,
 menos sus minucias,
 y no seré yo quien dé qué hacer a los críticos,
 ni riqueza a los biógrafos.
 Por ello los confundo, dejo datos falsos,
 erróneas pistas, sombras chinas en un mundo de ídolos.
 Basta mi lapidario oficio para celebrar mi sustento.

(“B. TRAVEN¨)

La muerte traspasará como una espada la vida personal de estos seres dejándolos asidos al vacío, a la indiferencia, al anonimato, al olvido. Reducida al terrible desafío, la vida palpitará reflejando la fría realidad: “Mi reto es el tiempo. / Trabajo para que perdure el nombre de los muertos. / Cuando mis manos no graban el testimonio de la piedra, / escribo historias, narraciones que hablan de lo efímero”, subraya Traven. Hacedor de lápidas, constructor de historias y narraciones inconcebibles, reconoce que más allá de las palabras “lo que importan son las obras”, es decir, lo que permanece como un símbolo de algo más genuino de la vida. Por otro lado, la imagen de Cornelia Cortés transformará en desaliento y agonía la belleza fugaz de su erotismo:

 No siempre estoy muerta.
 Algunas noches sorprendo a los transeúntes
 con mis piernas de seda.
 El liguero es negro, como las mulas
 arrodilladas ante la custodia. Milagro
 que no salvó mi vida pero arruinó la del párroco
 y la del sacristán que mintió por perderme.

Por supuesto, el lector no puede perder de perspectiva la realidad de estos seres anónimos, ellos tampoco la perderán. Por eso la conciencia misma les permite evocar su condición humana  expresando irónicamente sus circunstancias. De ahí que para ellos la vida misma será como un intrincado paraíso donde la hipocresía y la maldad desempeñarán una gran influencia. Por eso, en esa continua lucha, extraviándose por caminos ajenos a su voluntad, enfrentarán a los que piensan que el vivir nada tiene que ver con el prójimo: “Por allí me avistan quienes pierden el habla / al intentar tomar la flor de mi jardín.”, dice Cornelia. Ciertamente es la vida la que está en juego entre las palabras y los hechos. La realidad que va mostrando su oscura presencia, el eje sobre el que gira ese mundo anónimo y real. Y es que en esta poesía la ironía se yergue sobre un discurso de índole social (¿qué poesía no lo es?), proyectando la realidad de ese vivir que se repite sórdidamente en cada uno de estos textos. Todo para acordarnos que el anonimato no es una realidad lejana y abstracta, y que para Carlos A. Jiménez la escritura puede ser muchas cosas, menos un libro cerrado. Su percepción de la literatura y de sí mismo lleva una burla implícita en la ironía del léxico. ¿Una alusión burlona a la escritura hermética? O una sugerencia a seguir aquella poesía solidaria con las almas que hallamos en este Diario de los seres anónimos:

Me llaman poeta,
igual podrían decirme el loco, el extranjero.
Todos los nombres no son más que acertijos.
Hice de este parque mi hogar.
Es un libro abierto,
donde nunca muere su autor.
Por lo mismo abomino de las bibliotecas,
santuarios de autores muertos.
Mi libro mira al cielo,
sus páginas se ofrecen a los delirios del viento
y a la voracidad de los pájaros.

(“CARLOS A. JIMÉNEZ”)

Diario de los seres anónimos nos coloca ante una encrucijada de profunda reflexión: un mundo de relaciones estremecedoras y dolientes donde todo puede ocurrir. Y donde el ser humano parece haber perdido toda piedad para reconocerse en el prójimo y elevarse por encima de las circunstancias de la vida. Seres humildes y humillados, seres que el poeta rescata de las sombras para convertirlos en el tema central de este libro. Y es que Omar Ortiz ha creado una poesía que llega directamente a quienes se asoman no a un mundo libre de impurezas, sino a una realidad producto de las injusticias sociales. Un territorio de seres sobrecogidos por la tragedia de un vivir nebuloso llevado por la violenta ola de la indiferencia humana. Sin embargo, no hay duda que este mundo poético que miramos como sostenido por la ironía y la desgracia contiene aquí una profunda verdad: alecciona a los que se inclinan por el bien común, llevados por la amorosa fe en el porvenir. La desgracia nunca justificará la maldad, ni las circunstancias dolorosas podrán indefinidamente herir la vida, pues siempre habrá un camino más luminoso y humano por el cual podemos transitar. Ciertamente el autor de este libro no se inclina por pasar juicios ni por un puritanismo hipócrita y vacío, pues en el fondo esta poesía es un lúcido manifiesto contra la dureza del mundo, un reproche contra lo que envilece la vida humana. Ojalá otros lectores estén de acuerdo que convivir humanamente es mucho más profundo que ignorar la realidad o contribuir al silencio, y que al entrar al contacto con esta poesía puedan expresar como Edgar Lee Masters:

He leído con cuidado las esquelas que preceden,
y he encontrado que son voces que siempre callan,
que no tienen un lugar en el mundo, menos un epitafio.
Por eso los abrazo y hago mías sus cuitas,
ellos también están sedientos de amor
y hambrientos de vida.

NOTAS
1. Omar Ortiz, Diario de los seres anónimos, Granada, Editorial La mirada malva, 2015.
2. Quiero hacer aquí la siguiente aclaración. He optado por omitir los corchetes que aparecen en algunos poemas del libro por considerarlos innecesarios  para este trabajo.
3. Introduzco aquí la versión en inglés y su traducción al español: I am Minerva, the village poetess, / Hooted at, jeered at by the Yahoos of the street / For my heavy body, cock-eye, and rolling walk, / And all the more when “Butch” Weldy / Captured me after a brutal hunt. / He left me to my fate with Doctor Meyers; / And I sank into death, growing numb from the feet up, / Like one stepping deeper and deeper into a stream of ice. / Will some one go to the village newspaper, / And gather into a book the verses I wrote?— / I thirsted so for love! / I hungered so for life! [The poem tree: online poetry anthology. http:www.poemtree.com/poems/MinervaJones.htm]. Yo soy Minerva, la poetisa del pueblo, / Grito, me burlo de las Personas Dominadas por las Pasiones Bestiales de la calle / Por mi pesado cuerpo, ojos de gallo, y caminar balanceado, / Y tanto más cuando Butch Weldy / Me capturó después de una brutal persecución. / Él me dejó a mi suerte con el Doctor Meyers; / Y yo me hundí en la muerte, creciendo entumecida desde los pies / Como uno que camina profundo y más profundo dentro de un torrente de hielo. / ¿Alguno irá al periódico del  pueblo, / Y reunirá en un libro los versos que yo escribí?- / ¡Yo anhelé tanto el amor / Yo ansié tanto la vida! [Selección y traducción de Wilfredo Carrizales: Edgar Lee Masters / Diez Poemas en Adamar, Revista de Creación. http://adamar.org/ivepoca/node/1529].
4. La poesía de Omar Ortiz, http://www.laotrarevista.com.2012/07la-poesia-de-omar-ortiz/
5. Habría que considerar, para un análisis futuro, los personajes del mundo de las letras, la religión, la mitología y la farándula que aparecen mencionados en varios textos con diversos fines. Por ejemplo, Madonna, Emerson, Ovidio, Ícaro, Wojtyla, por solo señalar algunos.



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DAVID CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta, ensayista. Ha publicado los siguientes libros: Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1990), El libro de los regresos (1999), y Ritual de pájaros: Antología personal 1981-2002 (2004). Fue cofundador de la revista Tercer Milenio. Contacto: dcortes55@live.com. Página ilustrada con obras de Armando Reverón (Venezuela), artista invitado de esta edición de ARC.





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