quarta-feira, 29 de junho de 2016

OMAR CASTILLO & FLORIANO MARTINS | La inutilidad de las fuentes


Junio de 2016. Los poetas Omar Castillo (Colombia, 1958) y Floriano Martins (Brasil, 1957), cenan en una mesa virtual platicando acerca de temas como sus lecturas, creaciones, la tradición lírica de sus países y dos idiomas, español y portugués. Es un encuentro ejemplar para poetas de distintos países que quieran aportar sus ideas e informaciones preciosas y por veces desconocidas del público. Compartimos con nuestros lectores este importante diálogo.

OMAR CASTILLO | Floriano, para los poetas que nacimos en la década de 1950, ¿cómo se da nuestro encuentro con la poesía, cómo es esa vivencia, ese encuentro con unas tradiciones poéticas que han sido sacudidas y puestas de revés por todos los acontecimientos sociales y bélicos sufridos por la humanidad durante las primeras cinco décadas del siglo XX? Unas tradiciones que en sus maneras y en sus formas han sido confrontadas y exploradas por quienes desde las Vanguardias artísticas asumieron en sus creaciones los imaginarios de semejantes eclosiones. ¿Cómo vives tú ese encuentro?

FLORIANO MARTINS | Lo primero que aquí encuentro para reflexionar es sobre las razones por las que el mundo de la creación artística debe seguir el guión propuesto por la intemperie histórica. Y aquí también pienso en la reducción del ambiente histórico observado en los planes sociales y bélicos. La primera mitad del siglo XX fue tomada por el espanto ante lo vivido por las dos últimas décadas del siglo anterior. Es siempre así. Nosotros anotamos con error el cambio real de los siglos. Todavía estamos en el siglo XX, por ejemplo, convencidos de que estamos en el XXI. Yo sinceramente no creo que el XX toque al XXI. Bueno, la idea del mundo que tenemos hoy se encuentra debilitada por el inmediatismo. Vivimos un tipo de realidad canónica en la que la referencia es más importante que la cosa en sí. El conocimiento que tenemos de la historia cambia de acuerdo con la realidad determinada por el ambiente político.
Además indagas por la definición de un mapa que creo imposible. Brasil y Colombia son dos países con formaciones socioculturales muy distintas. No precisamente por la lengua, sí por las acciones políticas de Portugal y España cuando entraron en nuestro continente. Creo que una de las esencias de nuestro diálogo es buscar términos reales de comunicación entre nuestras culturas. Tal vez debiésemos empezar por el pasado y su interferencia en nuestros días. ¿Qué fue Colombia antes de ser Colombia?

OMAR CASTILLO | Compleja la pregunta que me haces sobre el ser de nuestros países, y como respuesta solo se me ocurren más interrogantes:¿existió un antes?, ¿es posible hablar de un después? ¿El antes fue un imaginario mágico?, ¿el después un perverso caos? Empero, quiero volver sobre mi reflexión inicial, la que apunta hacia el cobijo o la intemperie que las realidades del siglo XX siguen interfiriendo en nuestras visiones e imaginarios dentro del campo de lo poético en el que creo, cabe mucho de la historia real de las realidades vividas en tal periodo, más que en los episodios que nos han impuesto quienes ganan las guerras e imponen sus nociones de poder.
Entonces te pido que hablemos del encuentro que significan las Vanguardias históricas para poetas como nosotros que nacimos en la década de 1950, en distintos países y con diferentes lenguas. Insisto porque creo que este es un territorio que nos comunica, no solo como colombianos o como brasileños, si no como parte que somos de la tradición cultural de Occidente. Creo que las Vanguardias históricas nos ofrecen la posibilidad de descifrar la infección o de cultivar las cicatrices del ser humano como especie. Cabe decir que las Vanguardias son frecuentemente referenciadas a través del Cubismo, del Futurismo, de Dada, del Surrealismo, del Creacionismo.

FLORIANO MARTINS | Las primeras voces poéticas que conocí en mi vida, antes de los 10 años de edad, fueron las de Milton y Shakespeare, y desde ya puedo decirte que no fue la formalidad del lenguaje lo que me ha despertado el gusto por ellos, sino aquello que Milton llamaba “el lugar encantador que habitas”, la tragedia del innominado, el dolor del misterio… Y me encantaba el teatro de la negación de tantas cosas que hacían parte de mi formación católica, por más que esta hubiera sido dispersa. Yo creo que estamos hablando de dos mundos. Uno es el mío y el tuyo, y otro el de nuestra generación, al menos en lo que respecta a Brasil. En mi adolescencia el compartir la vida con otros escritores, en mi caso vale decir con otros artistas, pues fue una época de fuerte relación con el teatro y la música, y en la que estaba muy mezclado con la irreverencia bohemia y con unas voces más viejas que declaraban su ortodoxia comunista, cosa que sinceramente no me despertaba ningún gozo.
Aunque el mayor acercamiento del Modernismo brasileño haya sido con el Futurismo, lo primero que me tocó y conmovió mi vida artística fue la pintura de Salvador Dalí y el teatro de Ionesco, Lorca y Arrabal. Esta fue mi primera ventana de comunicación con la Vanguardia. Y sinceramente en ese momento no tenía ninguna preocupación por clasificaciones como Dada, Surrealismo, teatro del absurdo, nada. Desde ya puedo decirte que me sonaban muy estrechas las relaciones ortodoxas. Yo no comprendía por qué no se podían mezclar los muralistas mexicanos con los moteles operísticos de Zappa o el cine de Zefirelli. En casa escuchaba canciones populares brasileñas y algo de música hispanoamericana. Yo estaba descubriendo mundos nuevos en todo. Mi infancia fue marcada por la magia de la televisión y el cine mudo. Yo crecía a una gran velocidad espiritual. Entonces me era imposible pensar en sacar una tarjeta para cualquier iglesia. Y sinceramente me fui alejando del mundo intelectual por sus caprichos formales.
Podemos hablar de las Vanguardias más adelante, de cuando busqué estudiarlas. Pero en mis primeros pasos, yo quería simplemente experimentar de todo. En Brasil, debo decirte que el período de las Vanguardias fue poco comprendido, quizá por la enfermedad demasiado formalista de nuestra literatura, a tal punto que seguimos desconociendo aspectos fundamentales de esas Vanguardias, ya en sus matrices europeas o en las singulares lecturas dadas en Hispanoamérica. Si no fuera por el conocimiento que hemos tenido de algunos escritores hispanoamericanos, hoy seríamos absolutamente ignorantes del tema. Seguro seguiremos hablando de todo esto, pero ahora me interesa saber cómo era en Colombia el conocimiento de la cultura artística en Brasil.

OMAR CASTILLO | Tienes razón, hablamos de dos mundos, el tuyo y el mío y entre ellos la intersección generacional, ese territorio común que nos permite convivir una época. Me dices de tus primeras aproximaciones poéticas a los 10 años, del teatro, la música y la bohemia irreverente, además de la siempre ortodoxia “comunista”, pues te cuento que algo muy parecido fue mi experiencia inicial, también llegué a la literatura a través del teatro, y en ese desorden de mi ser adolescente y autodidacta, iba de la lectura de las obras de Sófocles a El Rey se muere de Ionesco, de la improvisación a la escena en un montaje de creación colectiva, así hasta llegar a mis 14 años, a la decisión de dedicarme a la poesía, a ese fascinante y abrupto camino de la poesía en el que intuía el súbito encuentro revelador de la vida abriéndose en la magnitud y zozobra de su libido analógica, en el imaginario de sus imágenes haciéndose metáforas. Desde entonces las ascuas no han sido fáciles, pues la hostilidad en el medio creativo es impertinente y en muchas ocasiones ruin, lo cual, por extraño que parezca, terminó de fortalecer mi carácter, la voluntad y la disciplina de mi ánimo.
En Colombia, respondiendo a tu pregunta sobre nuestro conocimiento de la cultura artística de Brasil, te digo que hasta hace muy poco era más bien escaso, reducido a la música popular y al Carnaval de Rio, a las imágenes que de él difundían los medios. Afortunadamente para algunos colombianos el interés por la cultura creativa de Brasil se ha ido ampliando. En mi caso, en 1979, llegué a la lectura de la poesía escrita en Brasil a través de los poetas Concretos: Haroldo de Campos, Augusto de Campos, Décio Pignatari, Ronaldo Azeredo. Fue Haroldo, con sus ensayos, quien me llevó a leer, a conocer el Modernismo brasileño, lo que me permitió establecer los diálogos, no siempre posibles, entre el Modernismo hispanoamericano y el brasileño. Otro poeta es Ferreira Gullar con su libro Poema sucio, publicado en 1975, cuando lo leí, iniciándose la década de 1980, fue muy esclarecedor, es un poema de largo aliento, sus fragmentos se sostienen como en una galaxia donde se expresan al tiempo que eclosionan, es un gran libro.

FLORIANO MARTINS | Antes de mi lectura de Poema sucio he conocido otro, La lucha corporal, que es un libro de 1954. Gullar fue un poeta muy importante en mi formación, en especial con esos dos títulos, que son sus libros más osados, los más experimentales en su poética. Hubo una época en mi juventud en la que finalmente descubro la poesía, así que leía todo lo que pasaba por mis manos. Recuerdo que en mi ciudad había una librería llamada curiosamente Renacença (Renacimiento), que yo frecuentaba en las tardes para leer y leer y leer. Fue así como descubrí el canon de la poesía brasileña, y que se despertó mi atención por las obras de Jorge de Lima, Murilo Mendes y Carlos Drummond de Andrade. De las voces poéticas extranjeras había muy poco, casi todas en ediciones portuguesas, entre ellas una antología de Paul Eluard que fue uno de mis primeros poemarios de cabecera. Nuestro desconocimiento de la lírica hispanoamericana era casi absoluto, de no ser por ejemplos ya internacionalizados como Pablo Neruda, La Mistral, Jorge Luis Borges.
Después de mis 20 años, cuando un amigo desde Argentina me regaló la poesía completa de César Vallejo, además del impacto de su lectura, la referencia que en el prólogo se hacía de nombres como Oliverio Girondo y Vicente Huidobro fueron explosivos para mí ignorancia. El autor del prólogo, el peruano Américo Ferrari –a quien décadas después tuve la oportunidad de entrevistar– fue una fuerte revelación. Al mismo tiempo un nicaragüense recién casado con una amiga me presentó dos nombres cumbres, Rubén Darío y Alfonso Cortés. Por ahí empieza mi conocimiento de la poesía hispanoamericana. Entonces era poco común en Brasil que alguien estudiara español, por mi cuenta yo ya había estudiado inglés y francés, así que traté de comprar diccionarios y gramáticas, y por ahí comenzó mi estudio autodidacta. Y a través de las cartas, de la aventura epistolar, del fuego investigativo descubro las direcciones de varios poetas con quienes establezco una correspondencia. Aquí ha funcionado muy bien la generosidad de nombres como los chilenos Pedro Lastra y Ludwig Zeller, el nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, el venezolano Juan Liscano, el colombiano Fernando Charry Lara, el peruano Javier Sologuren, quienes me presentaron a muchos otros y fueron también mis primeros entrevistados.
En la otra margen del Atlántico conozco al español Jorge Rodríguez Padrón, crítico, quien fue un maestro para mí, alguien con quien logré platicar sobre las llamas de mi curiosidad y sobre mis primeras reflexiones. Puedes imaginar el mundo que descubro… Ahora, el Modernismo brasileño tiene más que ver con el Postmodernismo hispanoamericano, ya que el Modernismo de Hispanoamérica equivale más a nuestro Simbolismo, una escuela de poco prestigio en Brasil por el cartesianismo desbordante del Parnasianismo que ha manchado de un formalismo excesivo nuestra lírica.

OMAR CASTILLO | Además de Murilo Mendes y Carlos Drummond de Andrade, a quienes acabas de nombrar, también he disfrutado los poemas de Manuel Bandeira, cuyo asombro coloquial me seduce y envidio sus nítidas imágenes, la forma de establecer su dibujo poético me sigue conmoviendo. Creo que has sido afortunado al recibir la obra de César Vallejo y desde ella poder referenciar a Oliverio Girondo y a Vicente Huidobro, pues ellos son tres de los poetas fundadores de la nueva poesía hispanoamericana, con lo cual recuerdo al querido Saúl Yurkievich. También por el contacto directo que has mantenido y mantienes con tantos poetas y ensayistas, fuentes claves para iniciarse en el esclarecimiento del mapa poético que cunde en Hispanoamérica en un presente de raíces incógnitas.
Tienes razón en lo que dices sobre el Modernismo hispanoamericano y el Modernismo brasileño, a lo cual agregaría lo siguiente, el germen de la Vanguardia en Hispanoamérica se encuentra ya en algunos de los poetas Modernistas, tal los casos de José Juan Tablada y Julio Herrera y Reissig, por mencionar solo estos nombres, también en Rubén Darío, en algunos de sus poemas y en muchos de sus versos. El mismo César Vallejo es un Modernista cuando en 1919 publica Los heraldos negros, y es un Vanguardista cuando en 1922 publica Trilce. Con esto quiero observar las maneras cómo desde el Romanticismo inglés y alemán los movimientos artísticos y poéticos, en los países donde se han desarrollado, se excluyen y dialogan, se repelen y se nutren en un forcejeo que parece ser su sello.

FLORIANO MARTINS | El Romanticismo alemán fue de mucha importancia para la poesía de ese inmenso poeta chileno que fue Humberto Díaz-Casanueva, por ejemplo. Pero tienes razón en eso de que el tránsito entre el Modernismo y la Vanguardia estuvo lleno de eléctricos vasos comunicantes. Igual podemos pensar de poetas que fueron voces atípicas, como es el caso del ecuatoriano Hugo Mayo, quien fue vanguardista antes, durante y después de todo mapa cronológico. Poetas que representan un problema para los vicios clasificatorios, como el colombiano León de Greiff, cuya poética expresa un mundo muy singular. Hay otro ejemplo curioso, de quien prácticamente solo fue Vanguardista en los años de 1950 con la publicación de En la masmédula, como es el caso de Oliverio Girondo.
El libro de Saúl Yurkievich me parece que tiene en su título una gran equivocación. Sus ensayos son muy reveladores, pero el título impone otra lectura. Primero, porque “la nueva poesía latinoamericana” no es solamente aquella escrita en español, entonces creo que poetas como Aimé Césaire, León-Gontrán Damas y Jorge de Lima no pueden ser menospreciados en un panorama continental. Segundo, cronológicamente no concuerdan las inclusiones de José Lezama Lima y Octavio Paz (en este último incluso estéticamente). El caso de Borges es otro dilema, porque la importancia esencial de su obra radica en la narrativa, no en la poesía. El chileno Pablo Neruda tampoco tuvo relevancia fundacional. Así que los siete de Yurkievich no son más que tres: Vallejo, Huidobro  y Girondo.
Sobre el brasileño Manuel Bandeira tienes toda la razón. Hace poco he leído las casi mil páginas de sus Crónicas inéditas (en dos tomos) y allí uno puede observar, además de su valor como poeta, como creador –sobre todo por este “asombro coloquial” que observas–, cómo el brasileño estaba enterado de lo que pasaba en el resto del mundo, y su lúcida lectura de los caminos de nuestra lírica. Imposible no reproducir aquí algunas de sus palabras, como cuando dice del influjo francés en el Modernismo brasileño. Para Bandeira, “nuestra renovación Modernista se ha procesado bajo el signo del Modernismo francés, aunque también haya recibido aportes colaterales de otras fuentes extranjeras, como el caso de los Imagistas norteamericanos, los Futuristas italianos, Walt Whitman etc. Pero fue en la corriente francesa, de Baudelaire a los Surréalistes, donde se ha plasmado nuestro movimiento.” Aquí podríamos hablar un poco de los aportes extranjeros en la lírica hispanoamericana.

OMAR CASTILLO | En el contexto de la escritura poética colombiana e hispanoamericana la obra de León de Greiff sigue siendo rara y extraña. Para mí su poesía se nutre de todo lo que el poeta logró absorber de la tradición poética de Occidente en sus distintos periodos conocidos e idealizados por la historia, por ello observo que su obra representa un caudal tuquio de afluentes que lo hacen perturbador por lo novedoso y por lo antiguo que se muestra en sus versos, en los que incesante sucede el tiempo de la poesía. Su obra es ubicua, en ella aparecen y desaparecen todos los tiempos de la escritura del poema en Occidente, entonces a León de Greiff se le puede ubicar en cualesquiera de los movimientos que las raíces del poema han vivenciado.
Sí, el título del libro de Saúl Yurkievich: Fundadores de la nueva poesía latinoamericana, resulta erróneo si se piensa en el significado de Latinoamérica como región del mundo. Lo curioso es que en la “Advertencia” que abre el libro, en el primer renglón, dice Yurkievich: Los ensayos aquí reunidos convocan a los fundadores de la poesía hispanoamericana contemporánea, entonces piensa uno si el título del libro responde a los intereses del editor o a los del autor. También me atrevo a creer que la intención de Yurkievich no era la de desconocer a los poetas contemporáneos que en portugués, francés e inglés forman parte de la región, es claro que su trabajo quería abarcar a los poetas que él consideraba fundadores de las poéticas hispanoamericanas. Sobre los poetas ensayados, como bien dices, solo tres de ellos: Cesar Vallejo, Vicente Huidobro y Oliverio Girondo pueden ser considerados fundadores, los otros poetas incluidos recogen el legado de estos tres y lo amplifican o lo contravienen, contribuyendo así a la fundación y a la ruptura que mantienen viva una tradición.
Ahora, sobre “los aportes extranjeros en la lírica hispanoamericana”, tendríamos que iniciar aclarando que tales aportes no siempre han resultado oportunos, por ejemplo, los países que componen Hispanoamérica recibieron durante el siglo XIX la influencia del Romanticismo francés, que en poco se parecía al Romanticismo inglés o alemán, casi diría que era más una falsa mueca de estos. Entonces, cuando lo adoptan en estos países lo terminan de convertir en el “templo” donde evacuar los sentimientos y las pasiones que pueden idear las fantasías humanas, hasta alcanzar la zalamería más engorrosa. Así hasta la llegada del Modernismo, el cual tiene sus deudas con el Simbolismo francés, pero ante todo con una atenta lectura y reflexión sobre la poesía escrita en España desde sus comienzos, lo que permitió a los poetas del Modernismo hispanoamericano renovar el idioma dejado por España en esta región del mundo, y por extensión, también renovarlo y mantenerlo vivo en España para la escritura de su poesía.

FLORIANO MARTINS | Yo diría que entre la poesía escrita en España y la escrita en Hispanoamérica se dio una relación manchada, de distancia y desconocimiento, una relación insípida. Igual ha pasado en la relación poética entre Portugal y Brasil. Pero con un agravante en el caso con España, pues allá se dio una presencia muy destacada de Hispanoamérica, dada por la publicación de libros y por la residencia allí de algunos poetas. Esa fue una relación incoherente, marcada por la ausencia de diálogo. Ya entre brasileros y portugueses, lo único que hubo fue silencio, una especie de renuncia a todo tipo de experiencia compartida. Mientras en Hispanoamérica los frutos innovadores se desarrollaban y se multiplicaban, en España sus poetas buscaban protegerse en la tradición. Y agrego a mis palabras las del crítico español Jorge Rodríguez Padrón, quien ha estudiado esa relación entre España e Hispanoamérica, cuando afirma: “El poeta escribe de espaldas al mundo, de cara a su lado moridor (la expresión, certera, es de Salazar Bondy): su experiencia se convierte en epifanía; en luz de un principio que es forma, palabra vuelta sobre el lenguaje para interrogarlo, para contradecirlo.” Pero dime tú, Omar, ¿qué buscaste (¿lo alcanzaste?) en tu relación con otros referentes poéticos? Por supuesto que aquí ya no importan la lengua y la época.

OMAR CASTILLO | Querido Floriano, los colonizadores, tanto los del pasado como los de nuestros días, no han tenido ni quieren tener consideraciones con aquellos a quienes colonizan, menos con sus rasgos y carácter cultural, y valga aclarar, no siempre la colonización es física, sobre el territorio de un país o de una región, muchas prácticas colonizadoras son ejercidas sobre la voluntad mental de aquellos a quienes se quiere someter, y en esto sí que son eficientes muchos de los países europeos y sus políticas exteriores. Por ello cualquier intento de diálogo resulta estrellado contra la unilateralidad del dominante, lo que dices que sucedió entre Brasil y Portugal, me atrevo a decir que no sólo pasó durante la colonia, que aún hoy día ese diálogo no sucede, no fluye de manera higiénica. Lo mismo pasa entre los países que componen Hispanoamérica y España, al parecer las únicas relaciones que funcionan son las del despojo de las riquezas y el sometimiento cultural y económico, en lo que creo existe mucha complicidad de nuestros gobiernos, pero ante todo de quienes nos sometemos por la miserabilidad de nuestros intereses y en lo cultural y en las artes creativas, sí que se dan sometimientos.
Llegando a tu pregunta sobre lo que he buscado como lector de poesía, te cuento que en las lecturas que hice entre mis 13 y mis 20 años apareció una antología de poemas de Stéphane Mallarmé traducida por distintos poetas y con un prólogo de Cintio Vitier, leer a Mallarmé fue como recibir una pedrada en toda mi cara, pues me desfiguró cualquier idea que tuviera sobre la escritura de un poema, sobre la poesía. Aun así seguí leyendo, buscando y de Los heraldos negros de César Vallejo pasé a leer su libro Trilce, y ese forcejeo de él con las palabras, de cómo las arrastraba hasta hacerlas rechinar en sus versos, no solo me conmovió sino que me mostró que era posible enfrentar el lenguaje y con el enfrentarse a la realidad. Poco después, encontrarme con la poesía de Vicente Huidobro fue el abracadabra que me permitió empezar a entender pedradas como la que me pegó Mallarmé, y el chirriar de versos de César Vallejo. Por supuesto que mis lecturas incluyen otros poetas y sus poéticas, pero en este punto quisiera saber en tu caso cómo han sido esas búsquedas, esos encuentros. 

FLORIANO MARTINS | El primer cataclismo me llegó en la infancia con la lectura del Paraíso perdido, de Milton. Su dimensión metafísica, la plenitud desbordante de sus imágenes, pero sobre todo por el hecho de que no era un simple poema, si no uno que se adentraba en el universo de la narrativa, la pintura, la tragedia. Era una especie de poema total, como el que después buscarán los chilenos Vicente Huidobro con su Altazor y Humberto Díaz-Casanueva con El blasfemo coronado, o el brasileño Jorge de Lima con su Invención de Orfeo. Milton es el poeta que despierta en mí la pasión por lo épico. Después La lucha corporal, de Ferreira Gullar, es un libro que con sus experimentos de lenguaje y la intensidad de su escritura causa una tempestad en mí. Igual que el humor metafórico y el onirismo de la poesía de Murilo Mendes, otro poeta que me ha despertado una pasión volcánica. Creo que este fue el trío más importante. Hay otros poetas que algunos críticos relacionan con mi poética, como el inglés William Blake o el brasileño Dante Milano, pero en verdad yo los leí cuando ya tenía más de 20 años.
Las lecturas son fundamentales para la formación de un poeta, por supuesto. Pero en mi caso debo decir que otros lenguajes me fueron igualmente esenciales, reveladores, tales como los comics, la música, la novela, la pintura. Y sobre todo el teatro. Me atrevo a decir que mi poesía se ha formado más a partir de mis lecturas de piezas de teatro que de mis lecturas de poemas. Pero como estamos hablando de la fortuna de la poesía, me encantan nuestros trípticos de raíz, el tuyo (Mallarmé, Vallejo, Huidobro), el mío (Milton, Gullar, Mendes). Pero hablaste de un poeta, el cubano Cintio Vitier, que me ha parecido mejor como crítico que como poeta. Oportuna referencia porque nosotros también nos desempeñamos como críticos y como creadores. Vitier decía que a la crítica le tocan dos cosas: “iluminación de la obra desde la obra misma, y, después, toma de partido frente a ella”. ¿Qué opinas tú?

OMAR CASTILLO | Comparto lo que citas de Cintio Vitier. En mi caso sé que mis ensayos son una prolongación de mis poemas, pues reflejan las búsquedas y reflexiones que los han hecho posibles y que me permiten aproximarme y conjeturar sobre la obra de otros y sobre la poesía como imán que se expresa en múltiples voces. En mí, la escritura del poema se ha vuelto piel desde la que me es posible acariciar la piel de la escritura de otros.
Ahora quisiera agregar un par de cosas a lo dicho sobre mis lecturas, una es sobre Rubén Darío y Vicente Huidobro, poetas de proporciones magníficas y que lograron con sus obras impactar las tradiciones de la poesía escrita en español, renovándolas hasta la exasperación. Lo paradójico es cómo no terminamos de asimilar los aportes que sus escrituras nos entregan, al punto de desconocer la magnitud de su presencia.
La otra es sobre Ezra Pound, sobre sus Cantos, sobre el atónito que me significaron, pues me tocó aprehender a ver, a leer en ellos las varias visiones que el poeta presenta sobre la cultura de Occidente, aquella que se inicia en la literatura mítica Griega, pasando por la Romana, cruzando la Edad Media en sus reconocidos tres periodos, tocando la poesía provenzal, la épica del Mío Cid Campeador y tantos otros pasajes de la historia visitada desde la literatura, así hasta componer un fresco abrupto y desconcertante. Para su visión de Occidente y del mundo, el poeta echó mano de cuanto le fue necesario para armar su rompecabezas, cargando sus Cantos con citas y pasajes copiados en sus propias lenguas, añadidos tan complejos como sus mismos versos. Sí, Los cantos de Pound resultan una escritura fragmentaria, casi sin costuras. Para mí, leer Los cantos fue un reto necesario. Su visión, más que lírica, es épica y tiene momentos magníficos. Pound es un poeta que nos quiso entregar una visión del mundo y del tiempo como lo hicieron Homero, Virgilio y Dante, decir si lo logró no es mi preocupación, creo que ese cruce de tiempos que realiza en Los cantos, como lo abrupto y desasido de sus textos, son un reflejo de la eclosión y lo fascinante de nuestra época. También quiero decirte que sigo aprehendiendo de la realidad, de la otredad, pues vivir me resulta tan intenso y súbito que me es difícil no parecer en muchos momentos contradictorio.

FLORIANO MARTINS | Bueno, mi querido Omar, en este punto un poco de disentimiento en nuestro diálogo seguro que será oportuno para darle un poco más de intensidad (risas). Y gracias a Pound, aquí estamos en desacuerdo por primera vez. Yo traté de leer Los cantos como un deber literario ya a los 20 años, y confieso que la obsesión enciclopédica de Pound no me ha significado nada. Mucho antes yo había emprendido mejores viajes con Julio Verne, Marco Polo y H. G. Wells. En la biblioteca de mi padre había una lujosa edición ilustrada de La rama dorada, de Sir James Frazer, ese fue un libro fulminante que me llenó la vida de infinitos mundos. Confieso que yo era entonces demasiado enfant terrible para aceptar el turismo literario propuesto por Pound. Lo mismo vale para Rimbaud. Yo ya había leído a Hölderlin, Trakl y a Gottfried Benn, así que cuando camino por las páginas de Rimbaud, no encuentro la magia tan anunciada sobre su obra. Además Pound me pareció muy aburrido con sus excesos profesorales en El ABC de la literatura, libro leído entre mis amigos como una Biblia, y las biblias me resultan cartillas antipáticas. Roland Barthes, por ejemplo, jamás me ha interesado por su libro El placer del texto, sino por libros como Sade, Fourier, Loyola y El grano de la voz, dos preciosidades que he releído incontables veces.
Otros tres libros, que me llegaron un poco tarde pero a los que siempre regreso con pasión, son La diosa blanca, de Robert Graves, el fabuloso Diccionario de símbolos, de Juan-Eduardo Cirlot y El libro egipcio de los muertos. Y entre las lecturas obligatorias de la adolescencia no puedo dejar de referirme a la narrativa de Clarice Lispector y al teatro de Ionesco, Arrabal, Genet y tantos otros. Como tampoco puedo olvidar la importancia de los comics en mi vida. Una de las maravillas de ser autodidacta es que uno no tiene que seguir el previsible itinerario de las escuelas. Yo leía de todo, sin ningún prejuicio, y no dejaba de vivir, porque vivir está un poco más allá de todo. Siempre fue así, y sigo así.

OMAR CASTILLO | Totalmente oportuno es el disentimiento, pues nos permite que unas lecturas nos lleguen y otras nos resbalen, que tal que no pueda ser así, y como bien dices, cuando tenemos una formación de autodidactas nos podemos dar el lujo de no seguir los itinerarios oficiales, en mi caso el ser autodidacta es un lujo que me ha costado muchas dificultades, empero nunca he querido renunciar a él. Hace poco volví sobre algunos poemas de Gottfried Benn, a su libro Morgue y a otros publicados en sus años finales, él es uno de esos poetas a los que acudo cuando mi mente se encuentra en sus ascuas más exasperantes, otro es José Lezama Lima. De Trakl conservo el fervor por sus imágenes obsesivas al tiempo que de atmósferas y tonalidades acogedoras, aún recuerdo la luz de un día de agosto de 1979 cuando lo leí por primera vez. Algo que se mantiene en mi vida es la decisión de no convertir la poesía en una fe que me reemplace cualquier necesidad de una religión, de ser así la poesía se me haría insoportable, pues vivir y permanecer alerta para la vida, no significa someterse a una doctrina o intentar crear una doctrina.
Te cuento que a mis 11 años tuve a la entrada de mi casa un puesto de alquiler y compra-venta de comics, libros ilustrados de western, policiacos y de novelas románticas, esto porque era un gran lector de ellos y teniendo este puesto podía intercambiar y leer más, así hasta que aparecieron otras lecturas y me picó el teatro, el deseo de ser actor y de leer y escribir teatro, hasta que a mis 14 años se me despertó el súbito de la poesía, el cual creo que terminará conmigo. Ahora, Floriano, quisiera que habláramos sobre nuestras experiencias como poetas, como creadores y como editores, ¿te parece?

FLORIANO MARTINS | Desde un principio y en todos los momentos que he dedicado a mis quehaceres literarios, al periodismo, la traducción y la dirección de periódicos, primero he tratado de hacer las cosas, después en pensar sobre el significado de ese conjunto de actividades, algo frenético, confieso. Creé Agulha Revista de Cultura hace 15 años, pero antes me gustaría hablar sobre la dirección que tuve de un periódico impreso que se llamó Resto do mundo, esto fue en los años de 1980, y aunque solo salieron tres números fue una experiencia decisiva en mi vida, por la aventura compartida con un gran poeta brasileño, Sergio Campos, quien ya murió, pero sobre todo por ser la base del proyecto internacionalista que después llamé Agulha Revista de Cultura. Con Resto do Mundo defino la orquestación para las cosas que venía haciendo de un modo disperso, en periódicos de Brasil y Portugal: la realización de entrevistas con poetas y ensayistas, así como la traducción de poemas, artículos, ensayos. Siempre con la determinación de presentar al lector de lengua portuguesa autores de varios países que de otro modo no serían conocidos entre nosotros.
Mi espíritu investigativo me hizo comprometer parte significativa del sueldo de un empleo que tenía con una extensa correspondencia con escritores, editores y fundaciones en varios países del mundo. Gracias a la generosidad de todos ellos he llegado a tener una biblioteca de casi 10 mil títulos, la que en casi un 90% de su acervo acabo de donar a una Universidad brasileña para la creación de un Centro de Estudios Latinoamericanos. Por supuesto esta donación es consecuencia de la aventura editorial que sigo realizando a través de Agulha Revista de Cultura. Y que en los últimos años se ha ampliado con la creación de un sello editorial que publica libros impresos: ARC Ediciones. Es esta pasión por la otredad la que seguramente ha definido, entre otras cosas, la invitación que he recibido en 2008 para actuar como curador de la Bienal Internacional del Libro de mi provincia, Ceará. Bueno, mi querido, esta es una síntesis de mis actividades editoriales. Ahora escuchamos tus recuerdos y luego hablamos de nuestra vida como creadores.

OMAR CASTILLO | Intensa tu labor, querido Floriano, fundamental la realizada con Agulha Revista de Cultura, empresa que te ha convertido en un referente obligado si quiere uno conocer del suceder de la creación poética en Iberoamérica, en Brasil. También para quienes quieran formarse una noción de las obras y de las experiencias que significaron y significan las Vanguardias en Europa y en América.
Mi experiencia editorial se inicia con la publicación de mis primeros poemas impresos en mimeógrafo, después, ante lo cerrado del medio editorial de Medellín decido, en 1983, hacer la revista, Otras palabras, cuyo primer número sale en febrero de 1984 y se abre con una muestra de poemas de Vicente Huidobro, más los escritos de otros poetas, 12 son los números que publiqué, el último en marzo de 1988 recoge poemas, entre otros, de César Moro, Raúl Henao y de Alain Delahaye, en versiones de Luis Iván Bedoya. En 1985, en compañía del poeta Luis Iván Bedoya iniciamos Ediciones Otras Palabras, empresa en la que publicamos más de 35 títulos entre poesía, narrativa y teatro, la mayoría de autores colombianos. En 2010 salieron mis Relatos instantáneos, libro que cerraba la editorial. Entre 1989 y 1993 publiqué la colección de Cuadernos de Otras palabras, el primero de ellos recoge La tortuga ecuestre, del poeta César Moro, y el último, el número 10, reúne Poesía en el umbral, primera antología del poeta Luis Iván Bedoya. Ya en 1991 preparé y publiqué el primer número de Interregno, revista de poesía, que reúne poemas de Alberto Escobar Ángel, Javier Lentini, Julio Ortega, Carlos Bedoya y de C. K. Williams en versiones de Luis Iván Bedoya y dos de mis ensayos. De  Interregno salieron 20 números, el último en junio de 2010 con poemas, entre otros, de Carlos Carabeto, Floriano Martins, Gloria Posada y Marta Quiñónez.
El nombre de Otras palabras lo tomé del libro …otras palabras, del poeta León Pizano, publicado en Medellín en mayo de 1974. Este libro ha sido fundamental en mi escritura y en mi existencia, por lo mismo en el número 19 de Interregno se reproduce íntegro. Es un mínimo reconocimiento para el don que significan para mí los 50 poemas que lo componen. Te digo que este itinerario solo es una muestra del gusto que tengo por ver las letras impresas de un idioma que es mi oxígeno, mi pasión al borde de un libro, o al borde de un café, o de un trago de ron mientras sucede una conversación de todo mi interés, nada del otro mundo, todo de este mundo. Ahora hablemos también de nuestras creaciones.

FLORIANO MARTINS | Pero antes debo decirte que ahora mismo tengo en mis manos un ejemplar de La tortuga ecuestre, el primero de los Cuadernos de Otras Palabras (1989). César Moro es uno de los nombres cumbres de la tradición lírica en lengua española, creo que con Enrique Molina, Aimé Césaire, Ludwig Zeller y Murilo Mendes son los cinco poetas más relevantes dentro del lenguaje surrealista que ha dado el continente. He conocido a André Coyné, quien fue responsable de los derechos de Moro hasta su muerte hace poco, en 2015. En un momento llegamos a planear una edición de la poesía del peruano en Brasil, pero las inconstancias editoriales que rigen el mundo de la poesía no lo hicieron posible.
Yo puedo definir dos momentos en mi creación poética, uno que va desde el inicio hasta principios de los años de 1990, momento cuando encuentro mi voz, la misma qua todavía exploro en su obsesivo desarrollo. Con la escritura, en 1991, de un librito llamado Cenizas del Sol afirmo el territorio de un diálogo absoluto entre vida y obra, mi entrada incluso como personaje en mi creación, la fusión de géneros, el dibujo automático en paneles que apuntan los conflictos de la existencia humana. Rolando Toro cierta vez dijo que mi poesía “entra en la complejidad del hombre contemporáneo que ya no se engaña en jardines de ilusión; así descubre las rosas del vacío y la belleza de las tempestades; así su lenguaje alcanza un sentido épico-ontológico, la incandescencia del ser”. Es muy cierta su observación sobre un sentido épico-ontológico en mi poesía, y es ahí cuando de algún modo me alejo de la tradición lírica de mi país y me acerco más a la escritura de poetas como Humberto Díaz-Casanueva, Olga Orozco y Eunice Odio, para referirme solo a poetas hispanoamericanos.
Más recientes son en mi trabajo dos tipos de experimentación que me interesan mucho: la escritura compartida, al alimón, con distintos poetas, y el acercamiento al lenguaje de los comics. Ahora mismo trabajo en la creación de un guion para un artista brasileño. Al mismo tiempo no dejo de buscar las relaciones más íntimas y posibles con el teatro, el video y la fotografía. 

OMAR CASTILLO | Sí, los poemas de La tortuga ecuestre de César Moro son deslumbrantes y le entregan al idioma español un vértigo revelador que no tenía.
Mis primeros poemas, reunidos en Divagaciones, Vestuario y Garra de gorrión, tres cuadernos publicados en 1978, 1979 y 1980, representan un balbuceo, las rasgaduras necesarias de quien persigue su voz en medio de las voces de su estirpe, no solo las literarias, ante todo las coloquiales, aquellas donde se expresa la vida en sus asombros y en sus contrariedades.
Y es en mi libro Limaduras del sol, publicado en 1983, donde presiento que mi voz empieza a esclarecerse, a descubrirse en sus oquedades y aristas. En 1985 publiqué dos libros: Fundación y rupturas y Relatos del mundo o la mariposa incendiada, con ellos creo que empiezo a aprehender el súbito del poema en las ascuas de sus ritmos y decires, también en lo nítido y misterioso de su otredad. Informe, de 1987, y Relatos de Axofalas, de 1991, amplían ese aprehender del que también dan cuenta: Abra, el libro de los amigos, de 2003, Poema de New York, de 2007 y Los años iniciales en el vacío, de 2008. Este itinerario de mi escritura poética lo reúno en Huella estampida, obra poética 2012-1980, donde además incluyo: Imposible poema posible y Romance de la ciudad, con los que se abre el libro hasta llegar a Garra de Gorrión.
También he publicado mi libro de narraciones cortas Relatos instantáneos, en 2010, y el más reciente En la escritura de otros, ensayos sobre poesía hispanoamericana, en 2014. Y, modestia adjunta, sigo existiendo y me mantengo dispuesto para presenciar el paso de la vida, para vivir, ya en el silencio donde cunde el universo, ya en las palabras que lo deletrean.

FLORIANO MARTINS | Bueno, mi querido, algo que no podría faltar en nuestro diálogo es la confirmación de que los santos no hacen milagros en su casa. Ahora mismo el Grupo Editorial Ibáñez, en tu país, está sacando un largo volumen con mi poesía. Antologías y libros individuales míos, de poemas, ya han sido publicados en Portugal, España, México y Venezuela. Mientras en Brasil yo mismo tengo que publicarlos. En 2007 Agulha Revista de Cultura recibió el premio anual de la Asociación Brasilera de Críticos de Artes, y sobre este reconocimiento la prensa de mi país no ha publicado ni una nota. Este es un tema muy tramposo, porque uno puede quedar como un quejoso que pide reconocimiento. Pero en verdad lo que uno denuncia es el carácter de una sociedad. Es muy triste confirmar que el mundo de la creación artística está como encadenado, o aplastado por cosas como la envidia, los celos y la competición desleal. Pero así es, y hay que cambiarlo. O sea, nosotros todos tenemos siempre un obstáculo más que romper.
Seguro que un diálogo como el que aquí tenemos es un regalo de los dioses y en él nos podríamos quedar por semanas. Aunque pueda parecer un chiste, debo preguntar: ¿olvidamos algo?

OMAR CASTILLO | Tienes razón cuando dices que el de los reconocimientos “es un tema muy tramposo”, y lo es porque casi siempre lo deja a uno en medio de un avispero. En Colombia el tema es patético, tanto como querer abordar un barco lleno de puritanos y piratas que se entienden divinamente. En mi caso, ante la guillotina silenciosa que ronda la producción de mi obra poética, he optado por vivir en mi Medellín como quien lleva la existencia de un exiliado, agradecido ya que al menos puedo respirar y mantenerme en el nicho de mi intimidad. Y en esto no hay resignación, mucho menos entrega, pues así he logrado mantener mis fuerzas en alerta para la realidad y la otredad que es lo que me interesa de la vida. La marginalidad es una situación que cuando uno tiene carácter no le podrá ser impuesta, yo me decidí por ella y me ha sido muy beneficiosa, me permite mantenerme lejos de las tramas del entretenimiento que se vive en los ambientes literarios.
La publicación de mis libros de poemas, mis ensayos y mis narraciones han logrado los suficientes lectores como para que me sienta a gusto en el mundo. Todavía no creo en la poesía como un espectáculo donde se vocean las emociones humanas igual que en el noticiero cuando pasan las notas de la crónica roja o el romance de actualidad.
Tal parece que en el mundo literario de cada época y en medio de las mezquindades y envidias más encarnizadas las palabras siempre vuelven y juegan a decir, a ocultar. Querido Floriano, cierra tú nuestro diálogo.

FLORIANO MARTINS | Lo cierro con gusto, por su intensidad, al mismo tiempo que con lástima, pues nos quedaríamos aquí por dos o tres eternidades. Los temas tramposos que hemos sabido no evitar son las máscaras más frecuentes en nuestro mundo, que tienen sobre todo que ver con el carácter de los artistas en nuestro tiempo. La política de las artes. El negocio de las artes. La esencia de la creación es ya un tema alienígeno. Yo creo que tiene que ver con la ilusión de que podríamos tocar la dimensión planetaria con nuestras obras. Nuestro tiempo padece una ilusión de mercado, por supuesto.
Yo creo que la resignación tiene que ver con la aceptación de las reglas de ese mercado de ilusiones. Siempre he dicho que soy un pesimista productivo, porque la realización en su esencia tiene un componente de descreencia en su mismo mecanismo de actuación. La creencia acrítica hace mucho es el arma de los negocios del arte, la ciencia y la religión. El hombre ya no sabe qué hacer de sí mismo. Ya no sabe la diferencia entre tótem y tabú.
Un encuentro como este, Omar, lo tengo como una afirmación de que es posible firmar en el cielo una complicidad que va más allá de los más fortuitos obstáculos. Aquí estamos, y seguro salimos de este diálogo más afinados en la esencia de nuestra humanidad.



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Página ilustrada con obras de Félix Ángel (Colombia, 1949), artista convidado desta edição de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 18 | Julho de 2016
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