quarta-feira, 29 de junho de 2016

FÉLIX ÁNGEL | My Brazilian affair


Mi affair con Brasil comenzó al final de los años 50s, igual al de muchos jóvenes de mi generación, adolescentes que acompañábamos la fantasía con el ritmo, las cadencias y los contrapuntos del Bossa Nova, esa maravillosa música  - mezcla de Samba y Jazz-- que aunada a una poética de singular belleza surgió como respuesta de posguerra al  (segundo) proceso de internacionalización de América Latina. En dicho proceso el nuevo orden lo representó  Estados Unidos,  y las ideas que, llevadas allí desde Europa, encontraron campo abonado para germinar al otro lado del Atlántico. Luego entendería que algo similar ocurrió en Brasil.
Sintiéndome atraído por las artes y la arquitectura desde pequeño, y siendo Brasil el país de Suramérica que después de la Segunda Guerra fue el único capaz de crear simultáneamente en diversos campos, formas novedosas y contundentes con características cosmopolitas enraizadas en tradiciones vernáculas y sincréticas a la vez (a los demás les tomo más tiempo), no es de extrañar que yo, y muchos amigos en mi ciudad natal, Medellín,  Colombia, miráramos al “gran país del Sur” con casi el mismo respeto con que mirábamos al Norte.
De este último contaba con más referencias. Mi padre era gerente de una compañía norteamericana de seguros de vida. No era inusual encontrar en casa revistas para ojear  y difícilmente leer en Ingles, como Life, Squire, y Time, o escuchar ejemplos de repertorio de la  maravillosa música de los años 30s y 40s, desde Gershwin a Armstrong, todo por cortesía de los ejecutivos de la Casa Matriz de la compañía ubicada en New Orleans.  No hay duda que mi familiaridad desde pequeño con el Jazz encontró un eco perfecto en la Bossa Nova.
Brasil sin embargo, resultaba distante y exótico por decir lo menos. Esas mismas revistas traían a menudo crónicas de lo que acaecía en el antiguo imperio como si se tratara de un lugar remoto en relación a nuestro continente.  Las librerías y bibliotecas locales permitían, aunque difusamente, enterarse de aspectos del modernismo brasilero: La semana de arte moderno y sus principales protagonistas, Osvaldo y Mario de Andrade, Anita Malfatti, Hector Villalobos, entre otros.  La personalidad y carácter de una cultura –geográficamente cercana  pero lejana en cuanto al significado de muchos de su códigos--  eran imposibles de ignorar, menos aun cuando, aceptado en la facultad de arquitectura de la Universidad Nacional en 1967, se hizo evidente el aporte de grandes arquitectos,  urbanistas y paisajistas como Lucio Costa , Oscar Niemeyer, y Roberto Burle Marx, responsables del trazado y diseño de Brasilia, un proyecto para la fecha todavía polémico; y por otro lado, los ecos de la Bienal de Sao Paulo, entonces la segunda bienal más importante del mundo luego de Venecia. Todo aunado daba fe de un país suramericano al que en secreto muchos queríamos parecernos en su dinamismo y empuje.
La Bienal de Coltejer (1968-72) permitió a los medellinenses por primera vez , conocer la abstracción lírica brasilero-japonesa de Manabu Mabe y Tomie Ohtake; el informalismo del italiano-brasilero Danilo Di Prette; el concretismo orgánico de Ligia Clark (y de paso las diferencias entre la geometría en Rio de Janeiro y Sao Paulo), la figuración emparentada con el Pop de Henrique Amaral, para nombrar solo algunos de los más importantes artistas de Brasil de esos años.
No imaginaba que, más adelante en la vida, tendría el privilegio de visitar Brasil en numerosas ocasiones;  recibir responsabilidades para servir de facilitador en la diseminación de su cultura en los Estados Unidos –país que se convirtió en mi hogar;  y disfrutar de innumerables experiencias, como cuando enmudecido de emoción, contemplé  casi tocando con los ojos los murales de Cándido Portinari en la intimidad de la Capilla de Pampulha, un componente del complejo urbanístico diseñado por Niemeyer, con paisajismo de Burle Marx, construido por encargo de Juscelino Kubitchek antes de Brasilia.





Para entonces, Portinari era un artista del que conocía estupendos ejemplos de su obra, como los murales de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y las Naciones Unidas antes de acercarme a su obra en Brasil, en el Museo de Arte de Sao Paulo por ejemplo, un testimonio más de importancia continental.
Para acortar una larga historia, al momento de recibirme como arquitecto en 1974 mi obra como artista era conocida nacionalmente en Colombia, y a las tres semanas partí por primera a los Estados Unidos con motivo de una exposición colectiva en la que participé en Washington.  Luego de varios viajes me establecí en dicha ciudad. Decidido a dedicarme por entero a las artes en todas sus dimensiones entré a trabajar como asistente de José Gómez Sicre en el Museo de Arte de las Américas, de la Organización de los Estados Americanos. Allí fue que, por primera vez, pude sostener en mis manos una obra de Portinari, conocer personalmente a Mabe y Ohtake, Amaral y toda una pléyade de artistas brasileros y de otros países que viajaban frecuentemente a los Estados Unidos, y cuyo reconocimiento internacional  debe gran parte a la labor incansable de Gómez Sicre.
Con cada experiencia mi respeto –y atracción-- por Brasil, su contribución al arte moderno y contemporáneo fue en ascenso. Eventualmente me convertí en curador, y con ello vinieron nuevas oportunidades y desafíos para estudiar el arte del país, como ocurrió con la exposición “El Espíritu Latinoamericano: arte y artistas en los Estados Unidos 1920-1970”, en el Museo Bronx de Nueva York (1988), en la cual fungí como curador de dos de las siete secciones en que se dividió la muestra.
Eventualmente fui contratado por el Banco Interamericano de Desarrollo para ayudar a establecer el Centro Cultural del BID, asumiendo luego la coordinación de las exposiciones,  la curaduría de la colección permanente, y en 2001 la dirección del mismo.
La vida es una progresión, que en el mejor de los casos se incrementa exponencialmente. El programa de exposiciones del BID, el cual alcanzó repercusión transnacional, estuvo basado –como todos los demás programas-- en la premisa de explicar al público los procesos socio-culturales de los países de la región en  relación con los económicos. Ello me permitió organizar cerca de noventa exposiciones, desde Canadá a la Argentina, y desde Las Bahamas a Barbados (además de varios países europeos, Japón e Israel) y visitar cada país –algunos varias veces,  establecer contacto directo con artistas, historiadores, curadores, administradores culturales –hasta presidentes-- , ministros y oficiales gubernamentales encargados de los programas nacionales de cultura.
En ocasión de las asambleas anuales del BID en Brasil en 1997, 2002 y 2006, organicé respectivamente para el banco, en Washington,  “Escultura Brasilera Moderna de 1920 a 1990: Un perfil”; “Rostros del Noreste de Brasil -Ceará”; y “Un Bello Horizonte: las artes de Minas Gerais”.  No fueron las únicas.
Podría hablar mucho de cada una de ellas, pero me referiré solamente a la segunda, una selección de objetos artísticos y funcionales,  realizados por artistas populares que contribuyó a expandir mi conocimiento y el del público norteamericano sobre la complejidad y diversidad del arte de Brasil. Sobresaliente fue la extraordinaria dimensión humana que fue posible darle a la exposición, un verdadero  caleidoscopio de expresiones existentes,  provenientes de una región que se considera entre las menos  afluentes, si se compara con otros estados tradicionalmente más ricos y desarrollados. El CEART colaboró sin restricciones y Dodora Guimaraes participó como co-curadora.
Popular no significa anónimo.  Cada una de las piezas expuestas llevaba el nombre y apellido del autor, algo hasta pocos años atrás ausente en muestras similares en América Latina.
La exposición demostró exitosamente como la capacidad de invención y habilidades manuales de las personas de Ceará, cultivadas y transmitidas como resultado de transformaciones culturales que han requerido décadas en reconfigurar influencias originarias de regiones como  África y la Península Ibérica,  así como nativas, contribuyen a preservar el carácter, la personalidad tanto individual como colectiva de la sociedad, condiciones sin las cuales es imposible acometer un emprendimiento que aporte significativamente a una parte importante de la economía, y al –siempre frágil-  equilibrio entre sostenibilidad económica e identidad cultural, no solo de un pequeño grupo sino miles de personas.
La muestra asimismo puso en evidencia la existencia y abundancia de recursos materiales y humanos en el Estado de Ceará, la preocupación por la preservación del medio ambiente, la dignidad que el trabajo concede a quien lo ejecuta, el respeto por la diversidad, y la capacidad de cohabitar en un mundo que parece encogerse cada vez más como resultado de la ambición y la falta de ética, condiciones y defectos  del desarrollo.
La muestra hizo evidente los bordados de inspiración portuguesa, los tejidos y objetos de uso práctico fabricados con fibras vegetales, las tallas en madera y las cerámicas de impronta africana. El conjunto constituyó un verdadero espectáculo que atestiguó la resistencia del espíritu frente a las calamidades creadas por el a menudo equivocado pragmatismo del mismo ser humano; el poder de la imaginación sobre el pesimismo al que a menudo América Latina parece entregarse con la promesa de que puede suceder lo inesperado; y el triunfo de la creatividad sin la cual, tanto Brasil como toda América Latina estarían condenadas eternamente a vivir de la fatalidad, lecciones que Brasil, y los creadores de Ceará en particular dejaron con su trabajo sin titubeos, dignidad y altura en la capital norteamericana.
El Banco Interamericano de Desarrollo adquirió para su colección un número de piezas importantes de la exposición que se encuentran expuestas permanentemente en las oficinas del cuartel general, en Washington DC, incluyendo una talla de once jugadores del equipo de fútbol Flamengo comisionada especialmente para la muestra.
En 2011 me retiré de la dirección del Centro Cultural del BID, luego de veinte años de trabajar allí. Fue el mejor momento para dejar una oficina con amplio prestigio internacional considerada entre las cincuenta instituciones más importantes del mundo dedicadas a la difusión y apreciación de las artes de América Latina. Nunca suspendí mis búsquedas artísticas personales (todo el mundo me pregunta cómo hice), pero me atrae buscar nuevas aventuras. La creatividad es un destino indomable.
No significa ello que mi “brazilian affair” ha llegado a su fin.



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FÉLIX ÁNGEL (Colombia, 1949). Artista, arquitecto, curador, escritor, y gestor cultural. Vive en Washington DC, hace cuarenta años. Cuenta con más de cien exposiciones individuales y cuatrocientas colectivas, ferias, y bienales en las Américas y Europa. Ha publicado ocho libros y realizado nueve obras murales (públicas) en Colombia. Ha recibido numerosos reconocimientos incluyendo el premio por "Liderazgo visionario de las artes" de la Ciudad de Washington. Visite: www.felixangel.com. Contacto: felixalbertoangel@gmail.com. Félix Ángel es el artista convidado de esta edición de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 18 | Julho de 2016
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