quarta-feira, 8 de junho de 2016

DAVID CORTÉS CABÁN | La imagen femenina en La efigie sospechosa, de Floriano Martins


Antes que la palabra se busque,
borro un poco su marca,
tal vez sólo para crear un misterio.

Floriano Martins
          
El mundo poético creado por Floriano Martins es un mundo dinámico, fuerte, novedoso, y de varias posibilidades interpretativas, como debe ser la verdadera poesía: un lenguaje distinto que concierne a la mirada que observa y recoge la imagen del mundo real, y novedoso por la riqueza de los medios que utiliza (la plástica, la fotografía y la música) para construir un imaginario que perdure al ritmo del tiempo presente y del futuro.
Sin evadirse de ningún sentimiento, sin contaminarse del caos, sin correr tras modas pasajeras, sin reprimir la libertad de la palabra que esplende y matiza los contornos de su poesía, Floriano Martins ha venido construyendo una obra que se caracteriza no solo por la singularidad de su estilo, sino también por la solidez indiscutible de su trabajo artístico, tanto en la poesía como en la plástica.  Hay que añadir a estas palabras su trabajo y compromiso de promover desde los cimientos mismos de las revistas en Internet Banda Hispánica y Agulha Revista de Cultura, un diálogo más solidario y democrático con las literaturas latinoamericanas, de España y del Caribe en el marco de una comunidad más heterogénea de lectores y escritores de todo el mundo.
Poner en perspectiva la obra total de Floriano Martins requiere un análisis paciente y profundo que el tiempo y el espacio no nos permite. Por eso, lo que quiero subrayar en estas páginas son las líneas estéticas, los elementos y motivos que confluyen en la percepción que tiene el poeta del amor, de la vida y del mundo. Es decir, lo que su pensamiento intuye y transforma dotándolo de una identidad propia que trasciende hasta calar hondo en el sentimiento y la sensibilidad del lector.   
Al leer La efigie sospechosa de inmediato llaman la atención dos palabras en los epígrafes que anteceden la poesía que nos ocupa. La primera, “belleza”, del poeta Amadeo Modigliani, que se relaciona íntimamente con la atmósfera del libro; y, la segunda, “desnudez”, porque proyecta una realidad consistente con el tono y los motivos que estos poemas encarnan. En la Nota Editorial, se habla, además, de dos claves sugerentes y decisivas en la génesis del libro. Se nos dice que la idea del libró surgió cuando el poeta superpuso “una serie de fotos” de “imágenes del cuerpo femenino a las del paisaje…” Nacen así estos poemas no en el sentido de contraponer o entrecruzar realidades distintas, sino al fundir en una misma unidad el concepto de las fotográficas con el pensamiento poético. De este modo se proyecta el contenido de cada texto en consonancia con la imagen fotográfica, estableciendo así un discurso armonioso entre elementos de distintas índoles. Todo así se conjuga para crear una estructura cuya uniformidad resalte el sentido de cada poema y le infunda frescura y dinamismo a la expresión poética. Esta técnica, creo yo, aspira a mostrarnos otros modos de mirar el texto literario y a sugerirnos un paisaje donde puedan establecerse encuentros y realidades distintas sin restarle valor a un género en beneficio de otro. De ahí que no sea arriesgado decir que estos poemas revelan también a un poeta profundamente preocupado, no simplemente por el sentido demótico de la palabra en medios expresivos como la fotografía o la plástica, sino por lo que queda distante, más allá de nuestra comprensión. Es decir, conceptos que no siempre dependen de la lógica sino del la intuición y emoción del lector. Creo que así he visto a Floriano Martins en la naturaleza de su poesía: contemplándose y contemplándonos, pensando y expresando las emociones que nos acercan a las grandes verdades e interrogantes de la vida y la muerte, del amor y el desamor, del placer y la soledad, del silencio o la incomprensión, de los gestos y las experiencias que trazan nuestra travesía por la vida.
Uno de los temas fundamentales de este libro es el cuerpo femenino visto como una infinita expresión de amor. Un amor y un erotismo por cuyas grietas se desliza la cegadora luz de una mirada que reconcilia la belleza de los contrarios. Pues como el poeta mismo dice “…nada sobrevive lejos de la presencia terrible de su contrario…” Es en esta dimensión, y en las variantes de los textos aquí reunidos que se funda la naturaleza de este libro. En nombre de ese amor que nunca es perfecto porque la vida no tendría sentido, y en nombre de esos cuerpos y la pasión amorosa que los justifica, presentamos estos poemas. Pero ¿a que alude el título La efigie sospechosa, o qué relación directa o indirecta hay entre éste y los poemas del libro? Es necesario entender que la palabra “efigie” es un referente ligado íntimamente a la naturaleza de estos textos, una imagen que puede encarnar los atributos físicos de una persona. En este sentido la imagen misma encarna la belleza de un cuerpo que desconocemos pero ya desde el primer poema, “A quien sepa el nombre de ella”, lo presentimos en la superficie de estos versos. La presencia de ese ser desconocido se confirma en cada uno de los poemas, aunque éstos vayan dirigidos a un destinatario que ignoramos, un destinatario que puede estar representado, de un modo significativo, en cada uno de nosotros, los lectores. Las referencias las hallamos en la imagen misma de ese cuerpo cuyos atributos se definen también por la naturaleza, los objetos y el ambiente en que se desplaza. En torno a este cuerpo femenino girará cada texto en sucesivas y relampagueantes imágenes. Cada poema enlaza con el que le precede haciendo del cuerpo mismo un referente cuya única variante serán los nombres que ellos mismos encarnan. Nombres femeninos que, aunque distintos y sugestivos, representan un solo ser y evocan –para mencionarlo pasajeramente– figuras lejanas en el tiempo y la historia: Leonor, Lucrecia, Beatriz, María,
Dalila, Salomé. Pero lo esencial aquí es la sensualidad del cuerpo, no importa que el nombre sea distinto o evoque alguna emoción diferente en la individualidad de cada sujeto. No es el nombre en sí lo que el hablante trata de resaltar, sino los atributos de ese cuerpo, su belleza, su erotismo y su desnudez en el contexto de este lenguaje poético: “Con sus labios despintando espejos, cada / cuerpo se enorgullece de abrigar otros, / sin saber con certeza dónde plantó su morada”, escribe el poeta en estos versos (“Berenice”). Por eso al acercarnos a este cuerpo que incita la mirada, sentimos que lo observamos desde distintos ángulos como ocurre también con las fotos: “Fotografías los restos de la tempestad en los pliegues de los / cuerpos delirantes que consagramos al tiempo” (“Estela”). En cada uno de ellos leemos palabras y elementos comunes que proyectan no sólo la presencia de la imagen femenina, sino también la reacción del hablante ante el cuerpo: “Miro al fin cómo pasas por mi cuerpo, / cómo repartes el abismo y me estremezco: / no te escondes jamás tras un secreto” (“Amelia”).
A lo largo del libro, los elementos formales del lenguaje enfatizan la plenitud y belleza del cuerpo femenino y, también, condicionan el contenido de los poemas. Si tomamos, por ejemplo, la palabra “cuerpo” mencionada 28 veces, veremos que la intención no es contrastar el sentido de esta imagen por otra, sino expandir su significado, ir más allá de la realidad física que ella encarna. Posiblemente éste sea uno de los rasgos fundamentales de la poesía de Floriano Martins; querer ir siempre más allá, otorgarle a las cosas un sentido y una condición de infinitud que no se puede revelar a través de las palabras. Esto es lo que entiendo cuando el poeta, inconforme con el lenguaje mismo que trabaja, nos dice:

¿Por dónde camina mi pensamiento? Por mares de espíritus diferentes, por ríos de sombras encantadas y también por los pozos de sangre que identifican ciertas opciones que no aceptamos como tales. Metáforas de toda clase que muchas veces funcionan como estímulos intelectuales, pero que se tornan enfadosas, mecanismos gastados, si no las insultamos para que abandonen esa condición porfiadamente única, y se lancen más allá de sí…más allá de toda metáfora. Decirle al cuerpo de una mujer deseada extendido sobre el césped que sea más que simplemente el cuerpo del deseo. O al mobiliario trazado por la mirada, por más que se configure como realidad tangible, que vaya más allá y descubra una manera de volverse al mismo tiempo palpable e imprevisible.

Partiendo de la experiencia de esa “mirada”, que busca ir más allá de lo que acontece en la vida, encontrará el poeta un paisaje lleno de luz y sombras. Un paisaje que refleja la llama del amor y el erotismo en la naturaleza misma de ese cuerpo: árboles, ramas, follajes, hierbas, mar, río, peces, pez, pájaros, algas, pétalos. Todos estos elementos complementan la atmósfera del tema aportando un matiz peculiar a la imagen femenina: “Estás frente a mí y juegas con tu mirada: / pequeñas piedras posadas en el lecho del río, / pez vibrante que es también el tallo sagrado / de la selva de encajes que vislumbras en mí” (“Enriqueta”). Y en otro poema dirá: “Tus besos ensayan una alegoría en mi espalda, / Los siento como árboles que danzan, llameantes / pétalos, constelación de cuerpos en plena cosecha / susurrando: todo hombre es una recreación” (Alicia). La presencia de la naturaleza real y la imagen femenina se funden en un solo discurso erótico de fuerzas que se ciñen al llamado del amor. Ambos: cuerpo y naturaleza configuran un espacio para fundirse en una desnudez total. Su única biografía es el deseo, el descarnado amor que los lleva por el paisaje amoroso que ellos mismos han inventado: “Las lenguas nos llevan de un lugar a otro, / siempre en tránsito, guiadas por la gravedad. / Jamás te vi tan desnuda como el día / que me pusiste sal en la lengua entonando / un no te vayas silencioso y veraz como la luna.” (“Helena”). Todo aquí
transmite un erotismo implacable y profundo, un erotismo que reclama propia vida en el ser amado: Lector, ¿oyes cantar los cuerpos, escuchas las exigencias del amor, sus gestos en la ardiente huella del placer? Aquí, en estos versos que se alzan como olas gigantes contra el abismo, inclina tu corazón y escucha: “Fui a buscarte del otro lado del asombro, del río, de la cabecera fulgurante del deseo” (“Heloisa”). Este sentimiento impetuoso no entiende otro lenguaje que el de la desnudez, la belleza de un cuerpo en otro cuerpo. Ésta es la imagen del amor, la presencia de un cuerpo consumido por el amor: “…en la vastedad de tu cuerpo desemboco los reflejos / devoradores de todo, sollozos, fulgores, risas, los soles que se / desprenden, donde respiras, tu flor de huesos, laberinto…”  He aquí otro motivo de La efigie sospechosa: el amor como un cántico jubiloso, la imagen femenina presente y lejana como efigie profunda, cerrándose como un arco dorado sobre la realidad de estos versos. En estos versos gravita la plenitud de su desnudez, igual que esos astros que se desprenden en las noches de invierno, iluminado con todo su fulgor.
La efigie sospechosa refleja el cuerpo femenino como el centro de una experiencia que abarca diferentes situaciones de la vida, pero encuentra en la sensualidad un sentido trascendental y profundo. El lenguaje se convierte en una metáfora del cuerpo. Y no hay tiempo para la soledad, ni para el dolor o la muerte, o de pensar que el placer es una experiencia pasajera. Sólo hay que dejarse llevar por esa voz amorosa, por ese sentimiento que arrastra al cuerpo bajo la magia deslumbrante del universo. Dejarse llevar por la fuerza indestructible del amor aunque existan experiencias, que quedan fuera de nuestra comprensión. Pero, ¿quién no ha corrido tras esa imagen femenina cuando la vida y el amor encarnan un mismo cuerpo? Aunque La efigie sospechosa sea una total invención de las palabras, es también una ilusión que nos ayuda a intuir en el amor la inocencia perdida, la deslumbrante belleza, la recóndita pasión que late en cada ser esperando que alguien la despierte: “Antes que la luz despierte / garabateo en tu pierna un clavel, / sin que sepas qué sentido darle”, nos dice el poeta, como buscando el sentido que inventan las palabras. Por eso, a pesar del tono surrealista de estas imágenes, la “efigie sospechosa” puede ser más real de lo que imaginamos, y estar silenciosamente resguardada en el mismo plano de nuestra existencia: un amor ni puro, ni imposible, sino un amor lleno de enigmas y defectos, flaquezas, taras, altibajos, como la vida misma.
Ojalá que quien se acerque a este libro encuentre una expresión que cifre en el amor y el erotismo el sentido más profundo de nuestra condición humana: la belleza de unos cuerpos que relumbren como efigies.



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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidada | Olga Albizu (Puerto Rico, 1924-2005)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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