segunda-feira, 6 de junho de 2016

DAVID CORTÉS CABÁN | Jorge Valero, el tejedor de estrellas


…la palabra anuncia la conciencia del mundo.

Jorge Valero

La poesía de Jorge Valero ha sostenido, a través de los años, un expresivo diálogo con la naturaleza, con los mitos grecolatinos y los que reafirman la visión de su tierra natal. Es la suya una obra poética que funde armoniosamente sus experiencias humanas en una poesía abierta siempre a la inteligencia y al esplendor. En este contexto poético Las quimeras del hidalgo subrayan la expresión mítica de esos pueblos antiguos y modernos, estableciendo un encuentro entre el pasado y la transitoriedad del ser sobre la tierra, en un lenguaje en el que el sentido de la vida en el tiempo adquiere un significado más pleno por la dimensión misma de la palabra que revela la luz de lo nombrado en relación de quien la nombra. Y para esto el poeta entrega su yo a la libertad del acto creativo explorando poéticamente ese basto mundo mítico, religioso y amoroso que nos revela su obra.  Por eso, no es de extrañar que nos presente también la vida y el tiempo como reflexión y conocimiento del ser a través de la poesía. Este sentir es el que debemos esperar de un verdadero poeta cuyo objetivo no es documentar el pasado, ni hacer de éste el tema central de su obra, sino cantar la vida misma en su propio transcurrir y extraer de aquella expresión del pasado una visión más humana del mundo. Me parece que este es uno de los objetivos de las varias facetas de su poesía. Por ello, las subdivisiones que hayamos en Las quimeras del hidalgo no se darán como fronteras diferenciadoras de enfoques literarios o estructurales del libro, sino como partes de un todo donde el poema mismo reclama su propia individualidad y sus propias resonancias culturales y estéticas.
Siguiendo estos conceptos, detengámonos por un momento en el título del libro y veamos la palabra “quimera” como ilusión o expectativa de algo (en este caso la perfección de la vida misma) proyectada aquí como un deseo imposible de realizar. Por otro lado, el vocablo “hidalgo”, representativo de la nobleza en el contexto social de la Edad Media o el Renacimiento, supone aquí un valor ético y una convicción moral y estética ante la vida. Conceptos que, desde este punto de vista, influirán en la percepción de esta visión lírica y en todo aquello que distinga la vida del hablante respecto a su propia realidad creativa. De ahí que esta poesía no esté orientada solamente por el conocimiento de los mitos y leyendas antiguas, sino por una concepción de la vida frente aquellos acontecimientos y creencias que susciten un mayor entendimiento del mundo. En este sentido el concepto del amor y la vida, del tiempo y la sustancia misma de la muerte, sostendrá el andamiaje de cada uno de los textos. Pero lo que se exprese en ellos contendrá un equilibrio entre lo real y lo fantástico, dejando siempre al descubierto una expresiva gratitud hacia la vida y el amor que ésta irradia. Desde el comienzo mismo de la lectura, dos epígrafes llaman nuestra atención por el sentido que reflejan sobre estas composiciones. El primero: la vida como una infundada inmortalidad (Popol Vuh); y el otro: la ilusoria imagen del ser en busca de semejanzas con su creador (Jorge Valero). Por ello resulta oportuno señalar, antes de seguir adelante, que el epígrafe: “Hidalgo soy / con penas y todo, / en la niebla del tiempo”, colocado en el apartado “Ladrón de fuego”, nada tiene que ver con el concepto de hidalguía que señalé anteriormente, pues lo que aquí encierra la palabra es la relación del hablante con la poesía y las fuentes de inspiración (culturales, míticas, históricas y estéticas) que influyen en la creación de esta obra.
En “Ladrón de fuego”, el sentido purificador del fuego implica una actitud que trasciende la intimidad del yo lírico y retiene su realidad frente al tiempo. Por eso, la visión del entorno que se prolonga en este espacio poético proyectará la vida como transitoriedad: “Me embriagan las huellas del pasado en el crepúsculo de los años” (p. 5) dice en este verso, para luego subrayar: “Un rumor de deseos pasta en la vigilia del tiempo y a la vuelta del / alba se congregan las quimeras” (p. 6). Y más adelante, en el poema “Muerte” volvemos a encontrar este sentimiento de la temporalidad de la vida: “…El campanario del tiempo es un murmullo que / bosqueja la inevitable oquedad” (p. 19) dice, implicando así esa sensación de lejanía y caducidad en el sonido agudo del “campanario” que recuerda el breve paso del hombre por la vida. Y es que en esta poesía el perfil ilusorio de las cosas se mostrará no como una angustiosa preocupación, sino como el reconocimiento de una realidad ineludible. No obstante, esta relación con el tiempo no es para evocar el doloroso tránsito del ser por el mundo, sino para centrar la visión de ese mundo mítico como una evocación de la vida en el tiempo. En este contexto aparecerán pensamientos, nombres mitológicos y de escritores que suman sus voces a la concepción del tiempo y de la vida: Zeus, Ovidio, Esquilo, Pitágoras, Séneca; y, por ejemplo, alusiones al Cantar de los cantares, la Eneida o las Flores del mal de Charles Baudelaire que sugieren el conocimiento y la inclinación de este autor por espacios temporales y literaturas tan diferentes como la latina y la romántica evocadas en este mismo apartado.
Hay, como conocerán los que hayan leído la poesía de Jorge Valero, un tono celebratorio que contiene además una forma de conocimiento del mundo. No una forma idealista de ver la realidad, sino más bien de impregnar la poesía de aquellas experiencias que hacen de la vida una satisfacción plena y armoniosa con el cosmos. Pienso que en cierto sentido la obra de Valero recibe y comparte lo que la gratitud de ese conocimiento del mundo le ha otorgado: la realidad del entorno inmediato y del pasado, el conocimiento de los clásicos y la modernidad, el amor en sus manifestaciones más humanas y solidarias, la capacidad de contemplar y transformar aquello que la naturaleza misma le revela en su más íntima expresión. De ahí que sus poemas contengan ese matiz celebratorio que despierta en el lector una especie de recogimiento interior que surge, en parte, de los mismos temas que trata. En “Esplendor de jardineros” encontramos poemas que manifiestan este sentido. De ahí que los conceptos que abren este apartado (esplendor / jardín) lleven implícitos esa gratitud que la literatura reclama como conciencia y revelación del mundo: “Auspicioso el legado que nos guía por el gran universo de la palabra”, señala en el poema “Ruta de poetas”, (p. 36).  Y ciertamente, ésta será la intuición que guíe las coordenadas que ramifican la estructura del libro. Pero todo será dicho a la luz del lenguaje como espiritualidad e iluminación del ser, y de una intuición que busca revelar la reconciliación del ser con su entorno. Y en efecto, la mayor parte de estas composiciones está impregnada de esta actitud. Por eso mostrará siempre ese énfasis como ocurre, por ejemplo, en el poema “El curandero de las piedras”, (pp. 43-47), cuyo contenido contiene un profundo sentido religioso:

[…]
En la pirámide del Ande, que asciende desde las oquedades de la
tierra feraz, el artista de mi lar amansa sus criaturas en los jardines de la fe:
    
Cantan sus espíritus
El lenguaje de las odas
Y el universo que ríe
Se eleva triunfante
Con el despertar
De las piedras
    
Escucho prendado
Sus almas en fuga 

¡No profanemos
La obra de Dios!  

La poesía de Jorge Valero contiene una concepción humanista del mundo, una fe que reconoce en todas las manifestaciones de la vida una relación con la realidad inmediata y con aquella que recrea la intuición a través de la historia. Por eso toda criatura del universo, aun lo inanimado proyectará una claridad más nítida y armoniosa con el cosmos. Es decir, cada materia y organismo de la naturaleza (animales, piedras, plantas, montañas, ríos y cielos), retendrá una expresión de grandeza en todo lo que el texto evoque. La mirada irá siempre más allá de lo contemplado y de las cosas que aparecen ocultas, pero infieren la noción de belleza que las envuelven. Y es que la poesía misma parece desbordarse sobre la vida terrenal, allí donde lo nombrado adquiere una profunda dimensión espiritual. Un lugar inefable donde el tiempo fluye en consonancia con la visión que hace posible la intensidad de este universo: “Aferrado al conjuro de la noche escucho extasiado las letanías del / tiempo”, (p. 47) señala en este verso. De ese “conjuro de la noche” se proyectará el sentido que ilumina y alberga la condición “mística” y solidaria que refleja esta poesía:

Alabanzas

Al que dona sin recibir recompensa
Al que ofrenda su purpúreo corazón
Al que invita a comer los frutos del bien
Al que ilumina los caminos de la especie
Al que conjura las sombras de la muerte
Al que alumbra con sentencias del vivir
Al que predica desde el púlpito de la sencillez
Al que sana con su verbo los vestigios del dolor
Al que divulga verdades como prodigios del cielo
Al que ofrenda buenas obras con bendito proceder
Al que escucha la palabra en la ermita del sufriente
Al que canta en comunión con la heredad desheredada
Al que siembra la esperanza en los predios del azar

¡Alabemos, sí. Alabemos la bondad de su fuego inextinguible!

Contra lo que destruye la vida, se alza la voz del poeta en la solidaridad mística por las carencias y el dolor del prójimo. Y en efecto, la poesía de Jorge Valero estará siempre a merced de ese hallazgo que resguarda la vida del vacío que pueda ensombrecerla. Para este propósito el yo lírico insistirá siempre en ofrecer una vía esperanzadora que reconcilie el ser humano con la creación. Este sentimiento esperanzador no es nuevo en Valero, pues es uno de los rasgos que caracteriza su escritura, y habla de un modo muy suyo de mirar la vida. En otras palabras, ver mucho más allá de lo que pueda revelar la razón. Esta actitud ofrecerá un optimismo en el porvenir y en la visión que caracteriza esta escritura: “Se abre paso la poesía entre la tortuosa maraña de la oquedad humana. Es optimismo del porvenir que prefigura la divinidad de la especie”. (p. 50).  Sobre estas manifestaciones la poesía fluirá como un reflejo del mundo en íntimo diálogo con el entorno. Pero hay también otros motivos que distinguen estas composiciones, y nos dan la medida de lo que se dice respecto a la transparencia y evocación del tiempo. Un tiempo que parece consumirlo todo y señalar, como un arco en el horizonte, la frágil realidad de la existencia, como se nos advierte en el apartado, “Los espejos del sol”:

La gota viajera predice la brisa mirando extasiada la sombra
del humo. Huye chispeando entre cantatas de lluvia. En la orilla del tiempo
impregna su velo con eco de lágrima.

         (“Gota viajera”, p. 53)

Pero este concepto del tiempo reflejará además un sentido cambiante y transformador. Para ello el yo poético tendrá a su disposición una naturaleza que adquirirá connotaciones de la belleza e interioridad del ser, como advertimos en el siguiente verso: “El traje de la naturaleza cambia a cada instante como renace la fe en el alma del hombre”. (p. 57).  Ciertamente esta fe hay que verla como el reconocimiento de la armonía que emana de ese mundo ideal: “La belleza me ha cubierto con sus alas.” (p. 59), dice en este verso. De este modo la belleza nos descubre el lado oculto de un mundo que se corresponde con la voz del yo lírico no sólo en la visión del pasado, sino también en cada momento que el hablante particulariza la imagen del tiempo: “El tiempo es refugio de ilusiones trepidantes” (p. 62) reitera, para resaltar luego aquello que ha quedado como un instante de reflexión. Y motivos tales como: el tiempo, mitos, tradiciones, belleza, solidaridad, conocimiento, esperanza, naturaleza, lenguaje y silencio, proyectarán también distintas referencias revertidas de una imagen más profunda del mundo. Por eso, en el cuarto apartado (“Tañer el silencio”) los elementos de la naturaleza serán ―como hemos visto― portadores de sensaciones que parecen contrarrestar el lenguaje del silencio. ¿No ofrece ya una sensación ambigua la idea de tañer el silencio? Sorprende, pues, esta forma de aprehender la realidad del silencio. En otras palabras, el silencio genera un puente de correspondencias entre la sensibilidad del hablante y lo que la palabra poética pueda sugerir como conocimiento y revelación del mundo: “…Los fulgores del viento estrenan en silencio sus espejos” (p. 70). Pero puede decirse que estos fulgores representan una visión variable del mundo en su tránsito de una imagen a otra.
Sin embargo, las secciones del libro no se opondrán entre sí pues serán guiadas por conceptos e imágenes que se entrelazan y relacionan. No es de extrañar por lo tanto que en este lenguaje abunden nombres y conceptos mitológicos, y un léxico que va desde lo más ínfimo (hormigas, luciérnagas, arañas) hasta lo más fantástico e irreal (faunos, ninfas, duendes, unicornios), por ejemplo. Y, como si el hablante pintara un cuadro del ambiente, una y otra vez la palabra reflejará distintas capas de ese imaginario: “Purpúrea es la luz de la palabra que se refleja en esmalte de colores” (p. 87), nos dice. Y más adelante: “Mucho decimos con poemas en las palpitaciones del existir” (p. 103). Es decir, la palabra le devuelve un sentido humano a las cosas, pero un sentido que surge de la poesía misma como eje el central de la vida. En efecto, esto es lo que se percibe en Las quimeras del hidalgo, y en la voz que en él habla a través del tiempo:
 
Preñada de luces la estancia destella al amparo del pájaro celeste. Se
acuna silente en el umbral del poema, henchida cabalga en
ramilletes de perpetuidad.

       (“Aurora”, p. 99)
      
En un sentido más amplio de la palabra, la poesía puede ser entendida aquí como el reflejo de un universo que también contiene la imagen de quien lo nombra (“Un hombre se acerca a su escurridiza imagen”), como subraya este verso en la página 94. Así, puesto los ojos en la naturaleza y en el lenguaje que la transforma, el sujeto lírico se ha movido hacia la abstracción misma de esa “escurridiza imagen” inaprensible. Pero gracias a ella puede evocar el pasado, y aquello que determina en la escritura su propia identidad. Un mundo no solo hecho de instantes y memorias fugaces, sino también de “esperanza y profecía” según precisa la evocación de la Iglesia de Santa Sofía, en el poema “Al templo de la divina sabiduría” (p. 92).
El último apartado del libro, “El palpitar de los dioses”, cierra esta visión poética.  Nos deja frente a una variedad de provocadoras y emotivas imágenes cuyas particularidades parecen desbordar la visión misma que retiene el mensaje de los textos, como ocurre en el siguiente poema:

El vestuario de la naturaleza muta a cada hora
La tribu renace al despertar las cosechas
Se emancipan los versos en el cristal de los sueños
En la fiesta del Momoe manantiales encantados entregan su tertulia
Y golondrinas declaman salmos de amor
Sopla el viento fuerte brisa en el vitral de la esperanza
Y la luz del rocío esparce sus alas en el panteón de la risa
Molinos de viento se divisan en el horizonte que acoge en su seno
los pregones de sol    
Albricias de fe cuando los dioses tutelares celebran la época
de la restauración

 (“Vitral de la esperanza”, p. 105)

Pero lo que advierte la poesía de Valero se encuentra en la felicidad que proclama el lenguaje como instrumento evocador de una realidad que no responde a los lugares comunes de la vida diaria, sino a los de la propia intuición creadora del poeta. Por eso la imaginación impregnada de leyendas, lecturas y recuerdos, responde siempre al impulso creativo de esas sensaciones. Todo como un gran mosaico representativo de aquello que ha recogido el poeta en su percepción de la vida y a través del tiempo. No como quien dice lo que ve, sino lo que siente e inquieta su espíritu. Por eso, más cerca de los románticos por su visión del pasado, y de los modernistas por la exuberancia verbal, insistente en pensar la poesía de un modo que revele lo misterioso y lo espontáneo: “Contemplo extasiado la máscara del fundador de las criaturas en su / periplo hacia la eternidad” (p. 126), nos revela en este verso. De ahí que esa contemplación y ese éxtasis contengan también un enfoque de lo sagrado, de ese sentimiento que nos comunica el latido y belleza del mundo. Este sentir ya lo había asumido el poeta en el poema anterior al expresar (“Por eso la palabra anuncia la conciencia del mundo”, p. 125) y que utilicé como epígrafe al comienzo de esta reseña. Y no hay otra forma de anunciar esta conciencia del mundo, sino a través de lo sensorial y visionario que hacen posible esta poesía.  
En Las quimeras del hidalgo “Se abre paso la poesía entre la tortuosa maraña de la oquedad humana. / Es optimismo del porvenir que prefigura la divinidad de la especie”, como ha señalado el sujeto lírico.  Ciertamente el mundo poético de Jorge Valero refleja una gama de relaciones, y una conciencia solidaria del mundo en todas sus dimensiones humanas: la poesía y el arte, la naturaleza y los mitos, la historia y la tradición, el amor y el cuerpo, el tiempo y el espacio, la melodía y el silencio. Lector: todo en este libro nos comunica un sentido de fe que resalta los mitos y la vida como experiencia poética. Sí, la serena contemplación de la vida como conocimiento y esperanza del ser en el mañana. 

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DAVID CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta, ensayista. Ha publicado los siguientes libros: Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1990), El libro de los regresos (1999), y Ritual de pájaros: Antología personal 1981-2002 (2004). Fue cofundador de la revista Tercer Milenio. Contacto: dcortes55@live.com. Página ilustrada com obras de Franz von Stuck (Alemanha, 1863-1928), artista convidado desta edição de ARC.



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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 17 | Junho de 2016
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