sábado, 9 de janeiro de 2016

DAVID CORTÉS CABÁN | Un acercamiento a Hilo de pájaro, de Antonio Trujillo


Hilo de pájaro (2013) se distingue por la intensidad de una expresión poética que consiste en asociar los árboles y las aves al devenir humano, y de una visión de la naturaleza distinta en cuanto a la imagen y el tono que la caracteriza. Este título sugestivo ciñe a la voz del pájaro la cadencia de la palabra que le da vida. Por otra parte, el segundo apartado del libro, “Relámpago de madera”, presenta composiciones en prosa que podrían haber formado un texto independiente si así el autor lo hubiese preferido. [1] Pero ambos apartados aquí reunidos, reflejan un armonioso diálogo con el árbol que lanza su misteriosa luz al desconocido que lee estos versos. Entremos pues a esta poesía como quien camina entre seres que piden la grata compañía del lector.
Hilo de pájaro [2] está dedicado al poeta Aly Pérez (1955-2005) [3] y lleva un epígrafe de Vicente Gerbasi (1913-1992): “En ese tiempo yo me defendía / con el espíritu”. Un verso que en muchos sentidos confiere el roce espiritual que en la verdadera poesía resguarda al poeta de la dureza del mundo. Así, como encadenados a esa voz que recoge de lo más íntimo del ser la grata transparencia, llegamos a la presencia del árbol y a la virtud de esa luz tan propicia al verdor del ramaje que brilla en el viento. En esta poesía el árbol y las aves existen fundidos en la imagen de una naturaleza que resguarda la vida de toda animadversión. Y de ella nace una voz impregnada de un sentimiento que dignifica la existencia y las cosas que apenas advertimos en nuestro paso por la vida. Cosas que diariamente surgen a nuestros ojos como los árboles y los pájaros que silenciosamente trazan las claves de esta poesía. El primer poema del libro nos muestra este sentimiento en la dimensión metafórica que configura su tema:

Un árbol
niega su destino

te inicia

una palabra
te pierde

se oye
en la savia

y el vacío
santigua el valle

Este árbol, sin límites geográficos, revelará el paisaje imaginario que retiene estos versos. Y no estará al desamparo, ni será su presencia derrotada por la soledad del bosque pues su imagen se corresponderá con la fe espiritual que enaltece la vida del yo lírico. Es, en cierto modo, un símbolo representativo de la esencia humana constituida en la temática esencial de estos versos. Proyectará una visión de la naturaleza como una experiencia sagrada. Su imagen se irá fragmentando sobre la página en blanco y anunciándose como impregnada de una mística cristiana. Esto lo sentimos en la claridad del lenguaje que sincroniza la imagen del árbol con la vida, y el vuelo del pájaro con la más profunda dimensión del ser humano:

Debajo
de estos árboles

cubro mi espíritu

el ser
se labra

si guardo

la altura
de un pájaro

Lo que busca y logra alcanzar Antonio Trujillo es proyectar la presencia reveladora del árbol como unidad del ser, como imagen afirmadora de la existencia fundida al pájaro y a la natural armonía de la que proceden. En este contexto el paisaje estará definido por una honda comunicación con todo lo que representa el árbol como referencia de la vida. Por eso, tanto el árbol como el pájaro implican una misma cosmovisión: el árbol no exige nada, ni tampoco el canto del pájaro, pero ambos están unidos por el delicado sentimiento que transmite su naturaleza. Este sentimiento se proyecta en las cosas que rodean al hablante y lo conducen a un estado de contemplación que alcanza un sentido superior del que abarca la mirada:

 ¡Las montañas crecen
como los árboles

anoche no estaban ahí!

jura el encantado

en la cicatriz
de una ventana

su hoja
recién movida

su antiguo mirar

El poema recrea no lo que la mirada ve, sino lo que ya se había concretado como una imagen en el pensamiento. No lo que nace de una lógica impuesta por la voluntad, sino lo que siempre había estado allí creado por el misterio de la naturaleza. La creación de un paisaje que existe por su propia libertad y que evoca en el lector una reflexión: “¡Las montañas crecen / como los árboles / anoche no estaban ahí / jura el encantado”. Ciertamente lo que acaba de decir el hablante poético no consiste en elaborar una imagen abstracta, sino más bien lo que retiene la experiencia originaria de ese “antiguo mirar”. De allí ha fundido la imagen del árbol y la montaña para confirmar la experiencia de esa intuición poética. El poema presentará esta imagen como si ya fuera “la hoja / recién movida” que parece entrar por la ventana. Lo que sucede en el texto irá mostrándose como un reflejo de lo que ya había acontecido en el recogimiento de esa visión. Por eso la relación metafórica entre el concepto y la imagen poética requerirá siempre, en la poesía de Antonio Trujillo, de una gran concentración por parte de quien busque comprender lo que esa visión recoge. Además, lo que se dice en ella revelará una mística de la vida que se corresponderá con un sentimiento por la naturaleza.

El alma abre
las aguas del ser

y su verdad
nunca horada

sola

en el naciente
universo

redime
el barro

la astilla
que somos

En este poema el alma se impondrá sobre la materia para vincularse a aquello que posibilita la contemplación interior del ser revelando su verdadera luz. Irá trazando el camino de un paisaje que no quedará en la penumbra, sino revestido por el fulgor del universo que lo sustenta: “sola / en el naciente / universo”. Por eso, no será posible sentir lo que el alma revela al hablante poético sin pensar en lo que realmente sugiere su plano connotativo. Es decir, lo que el alma anhela a través de los elementos de la naturaleza (barro / astillas) en la fragilidad del cuerpo. Es así que el lenguaje crea un sentido místico [4] en conformidad con el mundo interior del poeta. De ahí también el significado del léxico que unifica los temas y proyecta la hondura de esta poesía: “pájaro”, árbol”, “alma”, “astilla”, “Dios”, “espíritu”, “flor”, “viento”, “madera”, elementos que trazan las claves de estos textos y subrayan el sentido religioso del lenguaje. La frase: “la astilla / que somos”, nos permite inferir el sentido que sugiere y sostiene esa experiencia en el contexto de lo “que somos” o creemos ser en el universo. En cierta medida esta hondura metafísica conduce al lector a una experiencia poética arraigada a un sentido religioso de la vida, como he señalado anteriormente.
Pocos y profundos son los elementos que configuran estas imágenes que nacen del paisaje y de la experiencia de un yo en diálogo constante con la naturaleza. Realidad que guiará al yo lírico por la infinita gracia que se apodera del alma para mostrar la armonía de la naturaleza en la voz de un pájaro en vuelo:

Una flor así
sin nombre entre otras

quién sabe
pudo ser un pájaro

o esa arena de río
que la nace

cuando roza
el milagro

y ocurre
en lo blanco

de ella

y se eleva
como un alma

Cántico del pájaro en milagroso vuelo: pájaro transformado en rayo sigiloso, árbol que adquiere mil formas entre miles de árboles heridos por el hacha, heridos por las violentas fuerzas de la destrucción donde nadie contempla de la vida el milagroso acontecer. Por eso más allá del desafío que pueda encerrar la naturaleza misma, el poeta escribe desengañado de la realidad, escribe para que los árboles recojan su voz. Es decir, los límites en que el alma se detiene no en lo que excluye el cuerpo de su esencia sagrada y profunda, sino de aquello que lo envuelve en el inconfundible lenguaje de la vida. Poesía y naturaleza, paisaje y alma, árbol y pájaro consumidos por una misma doliente comprensión. Allí donde el alma se abandona a la búsqueda que permita inferir la esencia de las cosas en el sentido más solidario de la palabra:

Es difícil
hallar el alma

de una palabra

saber
quien dice

en el desierto
del ser

Es evidente que todo este sentimiento poético funda la visión que hace del árbol un símbolo esencial de la vida, [5] y del pájaro, la inocencia derribada de su cántico. Y todo en el tránsito del ser por el mundo recoge su mirada desparramada por la geografía de una naturaleza que se ofrece en su compañía. Allí donde lo conocido retiene la mirada en humilde evocación y el lenguaje se cierra como un círculo sobre el corazón que musita la perfecta palabra, la palabra que busca redimir el ser por la virtud que la contiene:

 Una palabra
 llama al ser

 está en uno

 redimirla
 lleva tiempo

 debo abrigar
 este deseo

 buscar en la voz
 de siempre

 ser el mismo

Todo el poema exige comprender el verdadero sentido de las palabras y la búsqueda del conocimiento que estas implican: “buscar en la voz / de siempre / ser el mismo”. Este modo de “ser el mismo” nos permite acercarnos al hablante en el marco de esas relaciones que posibilitan la presencia de los árboles en su vida. Una realidad que encuentra en el amor a la naturaleza una ética de lo sagrado que revela lo que el alma siente. En otras palabras, lo que su espíritu recoge en la invisible presencia de lo eterno. Frente a esta visión el yo lírico irá tocado por la íntima realidad del paisaje y por lo que la palabra retiene de esa revelación que penetra su ser, lo que permanece oculto a la mirada común y se ofrece al poeta en misteriosa comunión con el entorno:

 Alguien

 un árbol
 blanco y oscuro

 te nombra

 cuando hablas
 en las malvas

 y lavas tu espíritu

en su única hoja

Cada texto es un camino de relampagueantes matices en el que sólo la palabra es capaz de liberar lo que el alma siente contra lo que destruye la fragilidad de la vida: “Señalo el despojo / y me uno / a la ruina del paisaje / también / soy nada / sin la rama primigenia” (p.101), dice el hablante. Y en ese desgarramiento existencial va su alma como desvanecida en el viento. En ese entorno vemos el árbol que unos momentos antes había dejado de ser materia y es ahora imagen de vida, voz que llama al poeta en la distancia: “Alguien / un árbol / blanco y oscuro / te nombra…” (p.91). Este mismo árbol irá transformando su materia hasta desencadenar otra visión en el segundo apartado del libro.
Relámpago de madera abre y cierra como una unidad independiente: tiene sus propias características debido al contexto geográfico y temático que presenta. Comprendemos que todos estos poemas se interrelacionan y hacen del árbol la imagen central. El árbol mismo, abierto en cruz sobre el paisaje, será un símbolo esperanzador contra la maldad que se cierne sobre el mundo. Por eso la referencia esencial que entrelaza estas composiciones no será siempre de fácil comprensión para el lector:

Aprende a persignarse de una forma clandestina, la
cruz invisible del rito desciende casi en círculo desde
la frente sin tocar los hombros ni rozar el pecho. En tal
signo funda su salvación, su relámpago de madera.

Esa “cruz invisible” establece una relación, un sentido que se contrapone a la maldad del mundo evocando una fe que pone al descubierto una voluntad ceñida a la naturaleza y fundada en la plenitud de la existencia. Por eso, este Taller real o metafórico en el que el Tío sostiene su mundo, representa además la esencia del ser que batalla contra el odio que destruye la existencia. Se trata ciertamente de una visión existencial que le devuelva al ser su humanidad perdida. De ahí que el árbol se convierta, simbólicamente, en una expresión más humana de la vida. En este contexto se nombrarán también las cosas como si fueran manifestaciones del ser en el marco de esa misma naturaleza: “Para nombrar / las cosas del cielo / un pájaro de cedro…” habíamos leído en el primer apartado. Pero ahora se trata de llegar a la inconfundible promesa que vivifica el espíritu frente a la historia y las miserias de la vida. Y es ahí en esa misma naturaleza donde el ser se queda en silencioso diálogo con las cosas que lo acercan a un universo más pleno y humano:

Entonces se refugia, abre un madero y siente en la
savia la voz del MAESTRO, y en la tragedia de esos
clavos guarda lo más sagrado, su oficio.

Y ese madero representa el reino de la gracia, allí donde no hay límites para la luz que penetra el ser hasta devolverle la fuerza que vivifica el espíritu. El taller se transforma así en ese espacio solidario que revela la presencia del árbol como un espejo que reflejara una imagen llena de interrogaciones. Y todas las cosas allí vistas y sentidas son aspectos individuales que configuran el lenguaje, la callada comunicación que sostiene la palabra, lo que sólo se escucha inclinando el corazón sobre el paisaje que resplandece:

En el universo del taller toda herramienta es un signo,
y cada tarde, guarda, protege esos misterios, son las
aves del taller. El antiguo alfabeto de los artesanos,
sin ellas no hay oficio, de faltar una, se derrama lo
aprendido. El travesaño donde descansan es otro altar,
un martillo o la tenaza de los siglos solo oyen a quien
se inicia, y son en la historia del campo y las ciudades
el más precioso lenguaje de los hombres.

Sí, lector, detengámonos en este Taller donde lo más elemental confiere grandeza a los actos más humildes de la vida. Ciertamente, para que la razón no entre en lucha con el espíritu y el alma pueda vislumbrar la palabra que ilumina la casa interior, el misterio que nos reconcilia con la pureza del árbol que se abre al paisaje como imperecedera realidad. Y que el mal que busca destruir lo que enaltece la existencia muera de su misma maldad. Para que no existan guerras, ni destrucción, ni odios sino la palabra verdadera que extirpa del hombre todo signo de maldad. Y traspasemos ese horizonte invisible donde,

El taller se colma en esa herencia, tiene otras voces y
el alma de un árbol elige, desgrana sobre un banco
de carpintería el espíritu de la lengua y enaltece para
siempre su obstinada derrota.

pues no hay secretos para quien entre a la poesía de Antonio Trujillo. El lector siempre hallará un árbol para resguardarse del mal. Un horizonte de tonalidades profundas en las que las ramas del árbol parecen querer tocar el cielo y señalar un camino y otra conciencia de la vida en la imagen del pájaro cuyo cántico no morirá.

NOTAS
1. Sobre esta sección del libro, el poeta me advirtió lo siguiente: “Los Salones de FYFFES fueron un campo de concentración improvisado en Tenerife por el franquismo durante la Guerra Civil Española. En ellos estuvo prisionero un tío mío, hermano de mi madre, de quien oí en mi infancia historias terribles de ese lugar. Mi poemario Taller de cedro publicado en 1998, es el taller de carpintería de ese tío y el dolor de tener un oficio donde el árbol es sacrificado. Además es el descubrimiento religioso de un republicano, un hombre que buscaba a Dios dentro de la guerra. En ‘Relámpago de madera’ volví a ese taller de cedro. El tono, la otra voz, es la crónica y defensa que me propuse hacer por algunas oscuridades del primer texto…”
2. III Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca, Mención Poesía. Alcaldía de Caracas. Fundarte. Julio de 2012.
3. Tengo junto a mí el poemario que publicó la revista Poesía bajo su sello editorial en el 2013. Como señala el poeta Igor Barreto tan emotivamente en el prólogo: “Éste, su libro póstumo, La comarca era la casa, reúne todos los aciertos de su escritura y es también un homenaje a sus amigos (a su hijo, Aly José) gente sencilla que aún vive en amena conversa bajo los pocos árboles que quedan”.En mi primer viaje a Mérida, en el verano del 2001, tuve ocasión de conocer y compartir con el poeta villacurano Aly Pérez. Tengo el presentimiento que a medida que pase el tiempo su poesía será mejor divulgada y comprendida. De Vicente Gerbasi he venido conociendo su importantísima obra que lo distingue como uno de los grandes poetas de Venezuela y de la lengua española en general.
4. Aunque este sentido religioso en la poesía de Antonio Trujillo nada tiene que ver con el misticismo español del siglo XVI, inspirado en una búsqueda constante del conocimiento divino y del anhelo de la unión permanente del alma con Dios, tiene un matiz que evoca el recuerdo de estas lecturas.
5. “Sin árbol no hay planeta”: ha expresado el poeta en la entrevista que le hiciera el escritor Freddy Ñáñez para el Suplemento Cultural del Diario Ciudad de Caracas, “Antonio Trujillo: Mejor es no morir...” Esta entrevista también aparece en Arteliteral, Revista electrónica mensual de literatura y arte. www.arteliteral.com>index.php>ensayos


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DAVID CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta, ensayista. Ha publicado los siguientes libros: Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1990), El libro de los regresos (1999), y Ritual de pájaros: Antología personal 1981-2002 (2004). Fue cofundador de la revista Tercer Milenio. Contacto: dcortes55@live.com. Página ilustrada con obras de Marcello Grassmann (Brasil), artista invitado de esta edición de ARC.



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Fase II | Número 14 | Janeiro de 2016
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