terça-feira, 1 de dezembro de 2015

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Evelio Rosero, la palabra sangra


Hace tiempo que Evelio acumula premios y reconocimientos nacionales e internacionales, la novela que lo impulsó a la fama más de allá de las fronteras colombianas fue Los Ejércitos, una obra espléndida que expone una radiografía la composición militar de su país hasta hace no muchos años: la guerrilla, los paramilitares, el narco y el ejército regular. Algo ha cambiado en esa nación, pero no tanto. La carroza de Bolívar le mereció el Premio Nacional de Novela en el 2014. Pero ya antes había sentado precedentes con títulos como Juliana los mira, Los almuerzos, En el Lejero, entre otras. La violencia suele ser en su caso el aglutinante narrativo, pero no es el motor de su prosa, que se funda esencialmente en la fuerza y la belleza del lenguaje. A diferencia de otros narradores de su generación, la realidad violenta que marca el sentimiento de esta época confusa, no emplea los efectos sangrientos, la descripción detallada de la crueldad o situaciones aberrantes de tortura y escenas dantescas. Lo suyo es la potencia del discurso narrativo, manifiesto también en sus relatos breves y no tan breves. Esta conversación tuvo lugar en la ciudad de Durango, en el Encuentro de Escritores José Revueltas, cuyo eje temático fue “Literatura de la violencia”. Sin duda un terreno que el propio Revueltas vivió y recreó como ningún otro, sin abandonar una carga lírica en su pluma. Punto y aparte, damos paso a la charla.

JAL | Desde mi punto de vista Los Ejércitos es una obra cumbre en tu producción literaria, una novela que trata la violencia sin la exigencia de efectos con mucha sangre, mucha muerte, mucho sadismo. Nos colocas ante un cuadro humano desgarrador, trágico, pero sin estridencias. Es la literatura la que marca las condiciones y no el mercado editorial ni la complacencia narcisista. Es, sobre todo, una mirada cruda sobre la realidad política y social de Colombia. ¿Cómo nació esta obra?

ER | Pueblo San José es la conjunción de los pueblos de Nariño que yo conocí en mi niñez. Han ido también espacios donde la guerrilla, el narcotráfico, el paramilitarismo y el ejército regular han peleado por su dominio. Lo mismo Putumayo. En estos momentos no se puede viajar por carretera de Pasto a Tumaco, a la costa del Pacífico, porque no es difícil ser víctima de una pesca milagrosa, o sea el secuestro. Fue la indiferencia de los colombianos hacia el dolor, la pobreza, el crimen, la ignorancia, lo que me empujo a buscar noticias insólitas como el secuestro de un perro, los disparos de un soldado del ejército contra un loco porque le pareció su conducta semejante a la de un guerrillero, o contra civiles en una plaza por razones similares. San José representa a todos los pueblos de Colombia que padecen el conflicto.

JAL | Existe una iniciativa para llegar a acuerdos de paz. Nos enteramos de las reuniones en La Habana entre el gobierno del presidente Santos y las FARC. Ahora la delincuencia organizada, derivada de la extinción de las grandes mafias y de los grupos paramilitares se aglutinan en la llamadas bacrim (bandas criminales). ¿Cómo se mueven esas fuerzas representativas de la violencia actual en tu país?

ER | Hay la idea de que los paramilitares han depuesto las armas, que se han desintegrado los carteles del narco, pero la realidad es que detrás de éstos han aparecido otros grupos criminales. Hay alianzas y componendas entre, por ejemplo, los narcotraficantes y la guerrilla para guardar el dinero, repartírselo, invertirlo, blanquearlo, comprar armas. Me gustaría ser optimista con respecto a las reuniones en La Habana, pero desafortunadamente no lo soy. Me parece que los negociadores representan posiciones intransigentes con su verdad, cada uno es poseedor de la razón por encima de la del resto de los colombianos. Pero mientras haya diálogo hay esperanza.

JAL | El horror, la crueldad, La Vorágine, siguiendo a José Eustasio Rivera para nombrar la violencia irracional, han producido, en nuestras sociedades dominadas por el miedo, numerosos eufemismos. Tú mencionaste unos: pesca milagrosa, o desplazados para llamar al despojo, el destierro. ¿Será una forma de borrar significados en la memoria?

ER | Esos términos no han tenido lugar en mis novelas. Me parecen aberrantes. Por ejemplo, los periodistas y los políticos hablan de actores del conflicto. ¿Cómo puede hablarse de actores cuando nos referimos a asesinos que despedazan cuerpos con motosierra, cuando son individuos que torturan, cometen los actos más despreciables contra sus semejantes, o quizás no tan semejantes? Llamarles actores es darles una condición de humanidad, otorgarles un toque de delicadeza a las masacres, a crímenes de lesa humanidad. No, no pueden ser actores de la guerra, no pueden emplearse eufemismos para nombrar una realidad desnaturalizada, no puede ocultarse la atrocidad humana que nos hace tocar fondo.

JAL | Es una novela que ha sido reconocida con importantes premios en Europa y Estados Unidos ¿Cómo crees que esos lectores de países desarrollados han interpretado la historia que nos cuentas en Los Ejércitos?

ER | El pueblo, Los personajes, ciertas situaciones son producto de mi invención, pero no la realidad en la que se mueven ni los acontecimientos violentos. No hay ficción en el drama. Ilustro mi respuesta con una anécdota en Francia. Me pidieron que leyera un fragmento de mi obra para un público de personas de la tercera edad. También me solicitaron que excluyera fragmentos que eran ininteligibles para el auditorio, que escucharía en francés mi lectura en español. Los organizadores habían preparado una traducción apropiada y habían excluido esos fragmentos, me habían censurado, porque, argumentaban, la obra tenía recodos y pasajes que agredían la moral, que eran inadmisibles para una conciencia ciudadana. El hecho me pareció absurdo tratándose de un país como Francia, escolarizado, politizado, democrático, con una historia literaria como la suya. El actor leyó su versión, pero yo, consciente de que en el público había gente que entendía el español, leí íntegro mi fragmento.

JAL | Algunos de tus lectores mexicanos y colombianos han comentado que más que a García Márquez o a Fernando Vallejo tu narrativa tiene ecos de Juan Rulfo. Sobre todo en una obra como En el lejero. No se trata de una influencia sino de un espíritu atmosférico que resuena en tu obra. ¿Qué opinas?

ER | Ante todo quiero manifestar que Rulfo es uno de los escritores que más admiro, no solo por encima de los escritores mexicanos sino en una perspectiva universal. Para mí es un genio narrativo. Fue un autor que leí de niño y sus paisajes me trasladan a la geografía de Nariño, donde viví mi infancia. Pueblos alrededor de Pasto, comunidades indígenas de los Andes que sugieren mucho las atmósferas rulfeanas. Si me dicen que hay resonancias literarias de Rulfo, o existe un parentesco con algunas de mis obras, me siento muy honrado que así sea. Es un privilegio.

JAL | No es poca cosa que se te compare con Rulfo, que se te asocie con un autor de esa magnitud. Pero no toda tu obra tiene esa posible resonancia. Como es el caso, por ejemplo, de La Carroza de Bolívar o tu novela más reciente, Plegaria por un papa envenenado, que hace eco de algún modo con tu novela anterior Los almuerzos, y no me refiero al tema de la pederastia y los intríngulis del poder en el Vaticano, sino por la institución.

ER | Sí, la temática de la religión. En Los almuerzos hablo de la relación de un párroco con ciertos sectores de la mafia en Bogotá. Estudié en colegios religiosos, jesuitas y agustinos principalmente, desde mi infancia hasta casi terminar el bachillerato. Seguramente esos ámbitos en mi memoria colaboraron para que yo, al comenzar mi carrera como escritor, hiciera presente estos temas. Sin duda mi novela Plegaria por un papa envenenado es la que toca con mayor claridad la relaciones de poder de la Iglesia. Abordo sin tapujos el asesinato de Albino Luciani, envestido como el papa Juan Pablo I, quien fue envenenado por la mafia en complicidad con la curia romana. Él pretendía hacer cambios profundos en la Iglesia, acabar por ejemplo con la corrupción de la banca del Vaticano que dirigía el cardenal estadounidense Paul Marcincus. Se trataba de un personaje muy humanista,  de un escritor y un intelectual que pretendía una transformación de su institución. Después de una ardua lectura de sus briznas de catequesis deduzco su intención de enjuiciar la pederastia, que ha asolado desde hace años,  desde tiempos inmemoriales, a la iglesia católica. Él se proponía pues remediar ese lastre, pero estaba completamente solo. Tiene una obra de cartas, Ilustrísimus, dirigidas a grandes personajes de la literatura e intelectuales, que evidencian la sensibilidad literaria del papa, además de revelar sus ideas con respecto a temas como la participación de las mujeres en los rituales y la posibilidad de ser ordenadas sacerdotes. En síntesis, hay una vocación de modernización de la Iglesia Católica, despojándola de los anquilosamientos que la exhiben hoy con sus graves problemas.

JAL | Las escenas del crimen de Juan Pablo I a manos de la mafia italiana son exhibidas, por cierto, en el filme El Padrino, en su parte III, lo mismo que el escándalo de la banca. ¿Cuáles fueron tus fuentes para la escritura de esta novela?

ER | Vi la película cuando llevaba avanzada mi historia. Algunos amigos me hablaron de esa coincidencia. Es un tratamiento fílmico del asesinato, cierto, pero no ahonda en el asunto. Yo seguí las pistas reveladas por el periodista inglés David Yallop. Él realizó una investigación muy seria, muy enjundiosa, sobre el misterio de la muerte de Albino Luciani y la publicó con el título en español de En nombre de dios. La curia romana dijo que había muerto de un infarto de miocardio, pero no permitió que se practicara la autopsia al cadáver. Era un hombre muy sano y no se sabía que tuviese afecciones cardiacas.

JAL |¿Conoces el Vaticano, has estado en sus instalaciones? Porque das pormenores de la arquitectura de esa ciudad-estado y uno supondría que tuviste acceso a algunos de sus rincones.

ER | No, no pude viajar, no conozco el Vaticano. Todo se basa en la investigación que realicé. De manera particular me enfoqué en la relación que tenía él como religioso en su comunidad. Se le consideraba el patriarca de Venecia y tenía una relación muy estrecha, muy comprometida con su grey. Era en realidad un cura párroco, su lema como papa fue Humilditas, y así se desempeñaba en Venecia, donde además de ser un siervo de la fe era también un gran hombre, un estudioso que tenía una visión muy rica e interesante de la humanidad. Leí mucho acerca de la biografía de Luciani y de la arquitectura del Vaticano, de las calles que lo rodean, de su ubicación y sus relaciones con el estado Italiano, con Roma. Además de los libros que revisé, Internet fue una herramienta fundamental para conocer el terreno y recabar más información.

JAL |¿Asocias la figura de Juan Pablo I, Albino Luciani, con Francisco I, el papa argentino? ¿Y Juan Pablo II, ahora canonizado, cómo aparece en comparación con su antecesor?

ER | Karol Wojtyla sólo tomó el nombre del Papa Juan Pablo, pero ratificó en sus puestos a los mismos que aparecían ligados a su muerte, como es el caso de Marcincus en la Banca y evadió el tema de la pederastia ejercida por los sacerdotes. Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, no corre peligro alguno porque sus reformas son pálidas acciones  comparadas con lo que se proponía hacer Luciani, por ejemplo, expulsar a la mafia italiana de las arcas del Vaticano, donde evidentemente se lavaba dinero.

JAL | ¿La consideras una novela histórica o la concebiste más como un thriller?

ER | La veo más como una novela histórica, porque se sustenta en una investigación exhaustiva, como lo hice también con La Carroza de Bolívar. Detrás de cada una de mis aseveraciones hay argumentos bien documentados, yo no invento en ese sentido. Por supuesto, hay ficción, sobre todo cuando narro el descenso de Luciani a los infiernos, su encuentro con escritores como Christopher Marlowe, con Shakespeare, la presencia de las prostitutas como un coro griego, es parte de una recreación de espacios donde participa de manera clara la imaginación. Las prostitutas de Venecia no son un capricho narrativo o dramático, son parte de la historia. Es bien sabido que Albino Luciani pensionó a las prostitutas viejas, a las que ya no podían ejercer su oficio por edad o por mala salud. Él también acudió a las cárceles para brindar apoyo espiritual a los reclusos.

JAL | No sólo por la presencia de esos dos grandes dramaturgos en el infierno, sino por su propia atmósfera y su estructura, o el empleo de la segunda persona; uno podría pensar también que la hiciste con cierta intención teatral.

ER | No lo había pensado así, pero ahora que lo dices, sí, creo que bien podría ser recogida desde esa perspectiva escénica. Las voces se interrumpen, se increpan, se cuestionan, aparecen y desaparecen entreveradas con ese coro de prostitutas.

JAL | ¿Hay una continuidad narrativa entre Los almuerzos y Plegaria por un papa envenenado? Pienso en esa perspectiva de los vínculos entre la Iglesia y los pobres de Bogotá, con el crimen organizado, con la calle.

ER | Ayer, cuando leía en este encuentro de Durango un fragmento de Los almuerzos me venía a la cabeza la sensación de que el cura borrachito de los almuerzos, el Padre Matamoros, tenía una relación de personalidad con Luciani. Mi propia experiencia en los colegios dirigidos por sacerdotes aportan mucho en la creación de atmósferas, situaciones y tramas de mis novelas. Por ejemplo, en Juliana los mira narro cuando unas niñas acuden al confesionario y el cura es nada menos que un libidinoso que les hace preguntas encaminadas a alimentar su placer como inquisidor. Esas mismas preguntas que nos hacían a nosotros cuando éramos niños y adolescentes, esos mismos discursos represores y atemorizantes acerca del deseo y de la atracción natural que comienza a darse entre chicos y chicas, amenazándolos con castigos terribles de orden divino. Mi experiencia en los colegios religiosos está consignada en Los incendiados. Aclaro que no soy anticlerical, fui un niño muy religioso, rodeado de un ambiente místico y espiritual. Tengo muy presentes los aromas de las iglesias, sus cantos, sus rezos, su fe. Pienso que trasladé ese misticismo a mi oficio como escritor, sin juicios de ninguna índole, sólo dejando ser a la escritura literaria; con fidelidad y disciplina como autor.

JAL | De la Iglesia pasemos al narcotráfico. En la novela breve Juliana los mira, desde mi punto de vista  una de tus mejores obras en tu producción literaria, dejas ver ese mundo criminal a través de la mirada ingenua de una niña. Es un medio que pareces conocer bien, pues lo retomas en tu novela Plutón. ¿Cómo te metiste en ese mundo?

ER | No es que yo me haya metido en ese mundo, ese mundo se metió en mi vida y en la de todos los colombianos. Desde que tenía 25 años esa parte oscura de la realidad se hizo patente en la vida cotidiana de mi país. Un enriquecimiento que alimentó la fuerza de los ejércitos confrontados en territorio colombiano, los paramilitares, la guerrilla, el crimen organizado, el ejército nacional. Los millones generados por el narco iban y van a parar a la compra de armas de uno y otro bando. Millones de dólares no destinados a escuelas, a hospitales, a servicios públicos, sino a causar la miseria, el hambre,  la desolación, el dolor. Pienso que todas las personas que tienen un oficio intelectual, más espiritual, como el de los escritores, manifiestan aunque sea de manera velada o de manera abierta esa realidad. En mi caso ha sido inevitable la presencia del narco en mi obra.

JAL | Recibiste el Premio Nacional de Novela 2014 por La Carroza de Bolívar, una obra polémica, que incluso te ha acarreado situaciones desagradables con sectores muy intolerantes y custodios de la buena imagen histórica de Bolívar.

ER | Es un premio en el que participaron tres jurados nacionales y dos extranjeros. No fue una decisión unánime y tengo la impresión que pesó más el voto de los no colombianos. Lo más importante del premio radica en el compromiso del Ministerio de Cultura para llevar la obra a todas las bibliotecas del país, de acercarla a las escuelas, a públicos amplios. Ello cumple mi principal objetivo, dar a conocer la otra cara de Bolívar basada en la investigación de un autor nariñense, José Rafael Sañudo. Aclaro, y espero que los lectores lo entiendan, no soy antibolivariano, no pretendo destruir un mito, que ha sido construido por los historiadores durante 200 años. Ese mito ya es indestructible y nos muestra a un gran estratega y un adalid, que no fue, pero se le reconoce como tal.

JAL | ¿Qué diferencias señalarías entre tu novela y El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez, más allá, por supuesto, de sus estilos y sus características literarias, me refiero al enfoque que les otorga su condición de novelas históricas y desacralizadoras de una figura que encarna el sentimiento de unidad latinoamericana?

ER | La de Gabriel García Márquez es una gran novela en la que hace alarde como estilista de la palabra, pero en su contenido, en sus ideas, pienso que estuvo mal informado. Los historiadores colombianos que lo asesoraron o estaban mal informándolo o repetían lo mismo que se ha dicho siempre alrededor de la figura del caudillo. No estoy de acuerdo con la imagen de guerrero que nos propone García Márquez. Por su lado, Sañudo, en quien yo me baso, hurgó en los testimonios de sobrevivientes que combatieron al lado de Bolívar, en documentos objetivos, en cartas del personaje. La novela de García Márquez prolonga las mentiras históricas. Bolívar no fue un héroe. Se habla de triunfos que fueron derrotas y de que era un hombre que no le temía a las balas. Es conocido el episodio en que sale huyendo y abandona a su ejército, pero horas después, en la madrugada, llegan sus tenientes a buscarlo para decirle, no se preocupe Libertador, la victoria fue nuestra. Bolívar siempre estuvo en la retaguardia de sus hombres. Admiraba mucho a Napoleón y quería ser como éste, incluso pedía que las más bellas chicas de los pueblos liberados fueran dispuestas para tirar de su carroza, y para otros menesteres. Llegó a pensar en ser monarca de Los Andes. Sólo pensaba en sí mismo, era el paradigma de todos los dictadores que lo sucedieron, que no estaban, como él, dispuestos a escuchar sino a imponerse mediante el crimen, usando la fuerza para matar. Descreo pues de la interpretación de la historia de García Márquez, pero reconozco en ella una obra literaria de grandes virtudes.

JAL | Algunos críticos y lectores opinan que tu versión de la historia sólo podía ser escrita por un autor de pasto. Me entero que tu familia es de ese departamento y tú viviste allí tu infancia. ¿Qué opinas al respecto?

ER | Seguramente te lo dijeron porque Bolívar fue especialmente cruel con la zona de Nariño, en el sur de Colombia. Él quería terminar con la población de Pasto y ordenó una masacre conocida como la Navidad Negra, en 1922. Le ordenó a Sucre que no dejara rastro ni vestigio de ese pueblo maldito. Los milicianos de Pasto, armados solo de lanzas, no tenían fusiles, se replegaron en las montañas, y dejaron en el pueblo a mujeres, niños y ancianos. Pasto amaneció poblado de cadáveres. No quedó nadie con vida, los pasaron a cuchillo o a sable a todos. En mi infancia, un tío mío me contó varios episodios de crueldad de Bolívar hacia el pueblo de Nariño. Así que es verdad, sólo un autor de ese departamento podía enfrentar el riesgo de contar otra versión del personaje como yo lo hice.

JAL | Este año es el centenario de José Revueltas y tú has participado en un encuentro, en su tierra,  que lleva su nombre. ¿Los has leído? ¿Qué impresiones te deja su escritura y su biografía?

ER | Lo he leído poco. No es un autor muy reconocido fuera de México. Acabo también de comprar algunos libros que me llevo para Colombia. Grosso modo puedo decir que es un autor que tiene grandes momentos líricos sin forzar su discurso narrativo. Es un aspecto que me identifica mucho con él porque yo también recurro mucho a la imagen poética. Estuve en la Feria del Libro de Guadalajara el año pasado y en la mesa con compartí con otros narradores mexicanos y colombianos nos preguntaron si leíamos poesía. Yo respondí que sí, incluso mis grandes amigos colombianos son poetas. Me asombró que todos los demás respondieran que no leían poesía. Para mí la poesía es un alimento fundamental para mi escritura y para mi espíritu. Eso mismo advierto en la narrativa de José Revueltas, mucha poesía en sus entramados violentos.




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Página ilustrada con obras del artista José Luis Ramírez (México, 1981).






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