quinta-feira, 15 de outubro de 2015

SUSANA WALD | El Mural de Talca


2013 fue un año de eventos cruciales y de muchas emociones. Cartas electrónicas iban y venían, tocaron viajes que resultaron en aventuras y trabajos posteriores, conocí a muchas personas maravillosas y pude volver a ver a otros que no había visto en años; hubo además noticias buenas y malas.
Desde el inicio del año e incluso antes, recibí mensajes desde Chile de Ximena Olguín, promotora cultural y ángel protectora de la obra de Ludwig Zeller y la mía; a través de ella estuve en constante correspondencia con otras personas, como por ejemplo de la Biblioteca Nacional de Chile y del Museo Nacional de Bellas Artes. Estas dos instituciones estaban organizando eventos que divulgaban el surrealismo nacional tanto de los que estaban en Chile como en el exterior. Fue por esos derroteros que a principios del año se dio la invitación para que Ludwig Zeller y yo fuéramos a Chile a dar charlas y presentar obras a públicos que asisten a los auditorios de la Biblioteca y el Museo. Mencioné en mis cartas que yo no podía financiar nuestro viaje. Un grupo de dinámicas mujeres se puso a trabajar y lograron juntar los no pocos centavos para que los dos viejitos pudiéramos ir en avión desde Oaxaca, al sur de México, hasta Santiago de Chile. Ximena Olguín nos ofreció alojarnos y alimentarnos, y con todo ello no había modo de rechazar la invitación: la acepté agradecida.
Todavía en los primeros meses del año, y porque encontré que Ludwig Zeller, con quien compartía cuarenta y siete años de confabulaciones y sueños, estaba afectado de algo que yo no comprendía; me tocó llevarlo donde un médico que dio un diagnóstico que alteró por completo mis planes para el viaje y la forma de nuestro compromiso.
Estaba yo por entonces trabajando en lo que prometía ser una nueva serie de imágenes en las que incorporaría figuras humanas con elementos de los que llamo Olas de Vida. Cuando surgen ideas o imágenes ante mis ojos en los momentos de este tipo, cuando estoy al inicio de un proceso, nunca sé adónde me va a llevar, parto trazando líneas incluso con los ojos cerrados, esperando los "mensajes" que desde el interior me van dictando cómo proceder. Había hecho anteriormente estudios de desnudos con una modelo cuyas poses me sugerían algún misterio. Estaban en tamaño mayor, lo que permite una percepción mejor de detalles de la anatomía que han sido una obsesión de toda mi vida.
Se dio "el flujo", comenzó el proceso, iba ya en el cuarto cuadro de formato mediano cuando llegó una llamada de Ximena Olguín quien me anunció triunfal, saliendo de una reunión clave en la ciudad de Talca, ¡que yo iba a hacer un mural! Inmediatamente le respondí que no. Se notaba en su voz la frustración por mi falta de reacción positiva que ella estaba segura iba a aparecer de inmediato. ¿Pero, por qué?!!! Me preguntó, a lo que yo respondí: ¡Porque estoy vieja! La respuesta me salió espontánea, yo sabía de sobra en qué se mete una al aceptar un trabajo de mayor formato como para todo un muro. Ximena usó su gran encanto para insistir en que yo podía y debía aceptar este encargo y me mencionó que era para la celebración que en 2014 se dedicaría al 75 aniversario de la publicación de la revista Mandrágora, editada por el primer grupo surrealista chileno de ese nombre. Soy, al parecer, una de los escasos sobrevivientes que hemos conocido y tratado, en mi caso a dos de los mandragóricos, además de que, en el caso de Zeller y el mío, somos los que hemos publicado sus obras tanto en Chile (Braulio Arenas) como en nuestra propia editorial Oasis Publications, en Canadá (Enrique Gómez-Correa).
Siempre que me asalta una duda o alguna catástrofe acudo a mis familiares y amigos más cercanos a pedir consejo. Todos insistían en que debía yo aceptar el reto y mi fisioterapeuta me dijo que tendría la fuerza para el trabajo. Todo ello resultó en que informé a Ximena que sí, que aceptaba hacer el mural.
Ximena y sus colaboradores en organizar la celebración de este impulso del surrealismo en Chile, todos dinámicos y mucho más jóvenes que yo, juntaron fuerzas y cabezas y lograron agregar al plan del viaje que se iniciaría a finales de abril con el auspicio de la Biblioteca y el Museo, un viaje de ida y vuelta de Santiago de Chile a la ciudad de Talca.
Fue para mí inolvidable poder ver de nuevo los paisajes al sur de la capital chilena, pasando por lugares que  conocía bien por mis viajes de juventud en esa zona. Nos llevaba en su automóvil Guillermo García, uno de los dinámicos antes mencionados, quien con su mujer hospedaron, a Ximena, Ludwig y a mí en su bellísima casa. Así fue posible que conociéramos a Rodrigo Galilea quien era el Intendente de la Región del Maule. Conocí también a la arquitecta encargada de la supervisión de la construcción de la torre de once pisos construida para albergar la Intendencia, en remplazo de los edificios que fueron dañados o destruidos en el terremoto enorme que poco antes había sacudido la Región.
Fue el mismo Intendente quien nos llevó a Ximena Olguín, Guillermo García y a mí a ver el primer piso del edificio aún en construcción donde se encuentra el espacio que sería el lugar del mural. No puedo negar que estuve muy a gusto al verlo y trabajé muy en serio para tener todos los datos posibles para bien realizar mi obra. Hay siempre problemas en este tipo de labores, como la naturaleza del lugar, su ubicación en cuanto a la circulación de la gente, su clima, iluminación, y en el caso del mural de Talca el hecho que debía hacerse una estructura a modo de cortina ante un hueco que quedaría invisible detrás de la imagen.
En un inicio pensé que iba a pintar el mural in situ, con por lo menos tres ayudantes, una colega canadiense, una oaxaqueña y otra chilena. La obra podía realizarse sobre tres grandes paneles ya instalados sobre la estructura-cortina.
El viaje de vuelta de Talca a Santiago de Chile fue nuevamente en el auto de Guillermo García, después de una celebración en casa de Rodrigo Galilea donde conocí a Xavier Gómez, otro integrante del dinámico ensemble organizador, hijo del poeta que fuera amigo y colaborador nuestro en la tarea de publicar los poemas inéditos de Jorge Cáceres.
Desde Santiago volvimos a principios de mayo a nuestra casa-refugio en el pueblo zapoteca de Huayapam, cerca de la ciudad capital del mexicano Estado de Oaxaca. Los conmovedores eventos de la Biblioteca Nacional de Chile y del Museo Nacional de Bellas Artes, los encuentros previsibles y los fortuitos, además de la noticia de la tarea de hacer el mural me dejaron emociones muy fuertes.
Mantuve la correspondencia con todos los organizadores de los eventos y con la arquitecta que me había guiado en mis cavilaciones cuando estuve en Talca.
Noté en esos días que la salud de Ludwig era muy delicada y pude entender que no podría alejarme de él durante cuatro meses por lo que debía pintar el mural en mi taller. Acordamos entonces con la arquitecta que en vez de tres grandes paneles fijos in situ estábamos hablando de quince paneles de formato y peso tal que fuera posible su manejo en constante movimiento. Mi decisión era pintar en tela montada en una superficie rígida porque la obra estaría en un espacio donde podía estar expuesta a accidentes de los que pasaban a su lado. Esta superficie a su vez tenía que montarse en bastidores de metal para que fuera posible su instalación en el soporte de acero que se estaba planeando y quedara como base del mural-cortina.



Se pensaba originalmente que la obra debía estar lista a finales del año y para acelerar el proceso invité a Betty Spackman, artista y colega canadiense a participar conmigo en la planeación de la imagen que hasta entonces sólo existía en boceto hecho manualmente. A finales de mayo llegó a la casa e inmediatamente nos pusimos a trabajar ambas, codo a codo, en nuestras computadoras. Ella es mucho más versada en este asunto que yo, por lo que su ayuda me era esencial. Además juntas hicimos en mi taller de pintura bocetos de modelos, en gran formato, para las figuras que yo quería mostrar en una especie de danza alrededor del motivo más importante del cuadro, una mandrágora formada por un movimiento rescatado de una fotografía de Jorge Cáceres, que fue un excelso bailarín, además de poeta y artista visual. Esa pose de baile decidí repetirlo en espejo para así formar una figura emblemática.
Hay una larga tradición del mito de la mandrágora como planta mágica y yo pensé apropiado que esta figura doble podía ser la raíz de la planta. Los mitos señalan que si al arrancarla la planta aparece con raíz blanca es figura masculina y si negra es femenina. La doble figura podía por lo tanto representar también la dualidad y la unión de los opuestos, temas que han sido centrales de planteamientos de surrealistas interesados en el ocultismo y la psicología, y también formaban la esencia de las pinturas en que yo había trabajado cuando me llegó el anuncio de Ximena Olguín.
Mientras trabajábamos no cesaba la constante correspondencia con Ximena. Tras completar el trabajo en computadora, y todavía con ayuda de Betty Spackman comencé a bocetear el mural en pintura, empleando la misma técnica que tenía pensado usar. Hice un primer boceto sobre quince paneles pequeños y uno segundo sobre tela de formato mediano.
 Se necesitaba dinero para pagar gastos de compra de materiales de primer mundo, pagar sueldos y sobrevivir en general y me lancé a los gastos segura de que podría pronto contar con dinero que llegaría de Chile. Por razones fuera de mi control esto no sucedió y debí despedir a Betty Spackman, quien volvió a Canadá mucho antes de la fecha que habíamos presupuestado.
Llegó el mes de noviembre y yo estaba muy angustiada y sobrecargada de tensiones por todo lo que tenía que enfrentar: la enfermedad de Ludwig Zeller, mi salud cada vez más tambaleante, la ausencia de Betty Spackman, la ausencia de los fondos con que había contado, los enredos de los trámites burocráticos chilenos, y a mitad de ese mes sufrí un colapso físico y mental. No recuerdo todo lo que me pasó, perdí mucho peso, estaba muy débil, incapaz de ningún trabajo mental ni físico , en circunstancia de que en la plástica la salud física es esencial.
A mediados de diciembre Renzo Spada, un amigo muy querido me llamó para recomendarme a Quinto Euceda, un joven hondureño, como ayudante de taller. Cuando lo entrevisté por primera vez tuve que hacerlo recostada en el sofá de la sala de mi casa porque no tenía fuerza para hacerlo sentada.
El 30 de diciembre de 2013 comenzó el proceso de la liberación del dinero para el proyecto del mural; inmediatamente comenzó el trabajo de su ejecución. La fábrica de Renzo Spada hizo los paneles con bastidores de aluminio sobre los que se instaló la superficie rígida. Contraté al pintor Pedro César, como segundo asistente de taller. Quinto Euceda y él comenzaron a montar la tela sobre estas superficies y a prepararlas para poder comenzar a pintar. Yo ya me paraba, les mostraba el proceso y luego veía sentada cómo ellos dos realizaban la tarea.
Luego comenzó la pintura en varias etapas, ya a seis manos, colores sobre colores para obtener ciertos efectos ópticos. (Lo que se ve de cualquier cuadro bien hecho es siempre la última capa de colores, pero sin el debido soporte de los que están debajo estos, las imágenes se ven chatas y poco animadas.)
Pasaron un par de semanas y seguimos con el trabajo de proyectar las figuras en los paneles según los esquemas del segundo boceto. Dibujé en tiza primero cada detalle y luego pasé a pintar sobre las líneas para enseguida trabajar texturas y volúmenes, separando figuras de fondos. Pinté todas las figuras primero desnudas y luego "las vestí" una a una; observando detenidamente los danzantes se puede ver sus cuerpos debajo de sus ropajes. Trabajamos todos los días, con horarios fijos, hasta el agotamiento por mi parte, y el comprensible cansancio de mis asistentes que tenían que estar moviendo los paneles para poder trabajar en ellos de a dos, tres o cuatro, el formato mayor que puede caber en mi taller de pintura. Estábamos laborando en las tres corridas de cinco paneles que conforman la imagen que yo llamo El amanecer de Mandrágora. Con bastante frecuencia debimos llevar los paneles a mi jardín donde había hecho construir en acero un especie de caballete en que cabían simultáneamente los quince paneles. Era muy importante poder alejarse del mural más de los ocho metros de profundidad de mi taller, y así verlo en las circunstancias que se iban a dar una vez instalado en el edificio en Talca.
El trabajo de la pintura se concluyó el 30 de julio de 2014, según estipulaba el contrato que yo había firmado a finales de diciembre de 2013. Luego vino el tiempo de espera del secado, seguido del sellado de la capa pintada y su barnizado. Una vez seco todo, la obra estuvo protegida de roces directos.
No tuve respuesta oficial de Chile sobre mi aviso de haber concluido el trabajo. Decidí entonces presentar el mural ante los que pudieran querer verlo, con una gran fiesta ante un nutrido público de Oaxaca. La invitación a la fiesta y las fotos hechas durante ella se publicaron en Facebook y la noticia recorrió países de Europa y América, y aún ahora, a un año de distancia, aparece como novedad. El quince de enero de 2015 se hizo una segunda fiesta de presentación del mural, esta para la comunidad anglófona que vive en Oaxaca o pasa los meses del invierno en esa bella ciudad y sus alrededores.
Fue buena idea celebrar el mural. Se convirtió en testigo mudo de nuestras idas y venidas, fue vista por mucha gente mientras una y otra vez se exhibía para luego guardarlo, cuidarlo y mimarlo, tocando los paneles siempre con guantes, con mucho esfuerzo y mucho afecto.
Esta historia tiene un intermedio feliz. En junio de este 2015 recibí una carta de Guillermo García quien me informaba que estaba financiando, de su bolsillo, el embalaje y transporte del mural hasta Talca. Siguieron los acostumbrados trámites del caso y seis semanas más tarde dijimos adiós a los transportistas que en su camión se llevaban bien amarradas las ocho cajas en que se embalaron los paneles.
El final de la historia será el cuento de cómo se instala el mural en su lugar definitivo, cosa que hasta este momento no tiene fecha fija. En todo caso mi obra llegó a su patria. Llegó en buen estado, está en buenas manos de quienes lo aprecian.
Para mí hacer el mural fue un considerable esfuerzo. En el inicio del proceso no estaba bastante fuerte y siento que podría haber trabajado de manera distinta. En todo caso, cada día, cada hora trabajé en lo máximo de mi capacidad. Veremos si dentro de cien años se da todavía alguien como los dínamos del grupo que promovió su creación, transporte e instalación, para apreciar su valor y comprender sus intenciones.
Esas intenciones son hacer saber que en los años treinta del siglo XX hubo en Chile un primer grupo surrealista llamado Mandrágora cuyos integrantes idealistas apostaron su energía vital en promover la idea de libertad, amor y poesía en tiempos en que una enorme catástrofe envolvía en sus redes a una gran porción de la humanidad. Esta idea se mantiene viva, la mantienen activa los surrealistas que sobrevivieron las atrocidades de esa calamidad y las generaciones que les siguen y están siempre alertas a mantenerse despiertos en medio de tormentas y dichas que los impulsan a seguir creando, amando y manteniéndose libres.






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