quinta-feira, 15 de outubro de 2015

SUSANA WALD | El día de hoy y los recuerdos mágicos


1. Luz de amanecer, 7 de octubre de 2015

El acto sexual y la cohesión social de identidades divergentes son asuntos de adultos que consienten en asumirlos y practicarlos.

Yo no soy revolucionaria sino subversiva; hago un trabajo corrosivo y lento que en forma quieta y consistente trabaja en contra de reglas opresivas y a favor de una utopía cercana y posible. Hago este trabajo en lo literario y también en la plástica. No me dejo intimidar por la opresión de lo que me rodea y que hace callar las intuiciones y obsesiones que me empujan.
Encuentro en mi vida en Canadá lugar para conductas en las que puedo desarrollar mi quieta subversión y encuentro frenos en la vida que comparto con los mexicanos cuando estoy en su país. Pero en Canadá se están erosionando los elementos de apoyo a la libertad, los impulsos a la cohesión de identidades muy divergentes en un abrigo de tolerancia. Estos elementos son como piezas de delgadísima porcelana que se están mellando bajo la presión de intereses mezquinos de élites que sólo buscan el enriquecimiento demencial, sin sentido ni justificación alguna.
Busco los momentos en que puedo estar actuando ya sea en forma semioculta o abierta en uno y otro país para ejercer mi labor corrosiva que creo esencial para la subsistencia de los ideales que en la más completa diversidad de ideas han impulsado a la humanidad desde fondos interiores personales y colectivos.
Esta búsqueda la perciben personas en generaciones diversas que los lleva a actuar de modos que se manifiestan en apoyo entre los más jóvenes, y de rechazo entre los que no lo son en momento alguno de sus vidas. Es en estos jóvenes donde siento que el impulso del trabajo hacia la utopía de un mundo nuevo va dando chispazos, brotes, para alarma de la minoría que gobierna y con frecuencia los obstaculiza.
Los obstáculos que impone la minoría gobernante se presentan con maniobras para infiltrar el temor, terror a veces, para inspirar la resistencia a todo cambio, o al sistema que se sabe en peligro de subsistir. La lenta y constante corrosión de la labor subversiva sutil, no vociferante, va sin embargo justificando las actividades de quienes quieren a toda costa impulsar a la violencia que nace del miedo. El temor que sienten los que oprimen lo proyectan hacia los que buscan trabajar en subvertir con lento y constante trabajo sus interesas mezquinos.
Soy optimista, no me he suicidado porque creo que la vociferante y opresiva insistencia en la implementación del miedo no podrá resistir al subterráneo impulso utópico que viene formando un futuro cuyas formas aún no podemos percibir, pero cuya presencia ya va apareciendo en medio de la bruma y el humo de nuestra vida en un mundo en colapso y otro en construcción. Y no me he suicidado porque creo que debo seguir en mi labor que es un grano de arena en la gran tormenta de arena del tiempo en que me toca vivir.

2. Los recuerdos mágicos

LAS NUEVE EXPOSICIONES CON LUDWIG ZELLER EN CANADÁ

Estas exposiciones nacieron de nuestro entusiasmo por el Movimiento Phases, y como cosa recíproca con éste. Hicimos una expo de Phases en general, otras de gente como Suzanne Besson, muy amiga de los Jaguers, Marie Carlier, Eugenio Granell, Guy Roussille. Éstos dos últimos vinieron a sus exposiciones en Canadá que se realizaron en la Galerie Manfred, en la ciudad de Dundas, a unos 70 km de Toronto.

LAS TRADUCCIONES REALIZADAS EN CANADÁ

Mi trabajo de traducción nace de la necesidad de Ludwig de hacerse entender en Canadá. Fui su intérprete simultánea. También traducía para él, ya en Chile, cuando necesitaba leer un texto en francés o inglés. Leimos juntos de esta forma muchos libros. Traduje a Jaguer, Eluard y Péret, a Zeller mismo.

ROBERTO JUARROZ

Un muy buen amigo de California (trato de recordar su nombre), editor de Kayak, con quien manteníamos constante comunicación, me pidió ilustraciones para el libro de Juarroz que estaba publicando. Las hice. Me parecen muy buenos.

MARIO CESARINY Y CRUZEIRO SEIXAS

Con Eugenio Granell y su mujer, Amparo Segarra, viajamos en auto a Portugal y visitamos tanto a Cesariny como a Cruzeiro, que entonces eran enemigos, no se hablaban, etc. Tengo muy grato recuerdo de ambos. Cesariny era más reservado, un hombre torturado, sin un diente, introvertido. Visitamos su taller y pasamos un día con él. A Cruzeiro Seixas lo vimos más de una vez entonces, paseamos con él y luego mantuvimos correspondencia con él. Participó en publicaciones nuestras. Un hombre de mundo, extrovertido, sensual para el bien comer, bien beber, buen mozo, nos llevó donde un pintor de apellido Pérez, buenísimo, nos presentó a Isabel Meyrelles, compartimos momentos muy gratos con ellos.

LA RELACIÓN CON LOS MODELOS

He tenido muy buena relación con varios de mis modelos. Se convirtieron en amigas y amigos verdaderos. Nos veíamos con frecuencia, yo daba clases de desnudo seis veces a la semana (tres horas cada clase), en Sheridan College. Puedo nombrar a Kathy Brenner, Joel Porter, Anne Kilpatrick y Trudy Binder, con quien mantengo contacto. Trudy es también cantante en un grupo de rock, además enseña animación. En el cuadro alto, largo y angosto El Mar Interior, aparece Trudy de espaldas y de frente, en un espejo. También fue Trudy quien me posó para La Mujer del Poeta. Anne Kilpatrick fue modelo para Dar Cuerda a lo Imposible. Con Joel Porter hice los dibujos preparativos para los cuadros que derivan de mi serie de dibujos eróticos de Ultramuebles de la Pasión. Con Kathy hice muchos dibujos que aparecen en un libro único, Mujer en Sueño de Zeller, en la colección de la Biblioteca de Referencias de Toronto.

EUGENIO GRANELL

Conocimos a Eugenio Granell en casa de Edouard Jaguer, el líder del Movimiento Phases, en junio de 1975, en ocasión de nuestra primera visita a París. El contacto fue inmediato, de esos en los que se siente que se reencuentra a alguien tras una larga ausencia. Granell, como siempre, vestía elegante y nuestro paseo con él, Edouard Jaguer y Anne Ethuin fue muy alegre.
Tras este encuentro siguieron muchos. En los años de vida de Granell puedo decir que nunca perdimos contacto con él. Continuamente nos escribíamos cartas y nos visitábamos en todo lo posible, incluso viviendo, él y nosotros en ciudades muy distantes. Ejemplo de ello es una visita nuestra a Nueva York, para ver otro escritor amigo, el chileno Humberto Díaz Casanueva, durante la cual nos reunimos con Granell varias veces.
Organizamos una exposición de Eugenio Granell en la Manfred Gallery de Dundas, Ontario (donde también montamos muestras de varios otros participantes de Phases) y Eugenio vino a Ontario, estuvo con nosotros en largas charlas y excursiones a Toronto, Oakville y la propia Dundas.
Los Granell también nos acogieron en su casa, los visitamos en el departamento que tenían en Manhattan. Recuerdo que hubo un tiempo de desorden y disturbios en Nueva York y llegando al edificio donde estaba su departamento nos encontramos en el lobby con Granell haciendo su turno para vigilar el edificio, arma en mano. Ese departamento de Nueva York era memorable. Estaba absolutamente repleto con todos los tesoros de Granell que ahora, incluso en un gran edificio como la Fundación Eugenio Granell de Santiago de Compostela, no alcanzan a mostrarse en su totalidad. Granell era muy meticuloso, así como su mujer, Amparo Segarra, quien hacía collages. Tenía Granell, por ejemplo, un mueble con prolijos cajones, de esos que se usaban para archivar tarjetas de catálogos en las bibliotecas, en los que guardaba muy ordenados, dibujos de pequeño formato que él realizaba constantemente. Granell era un trabajador incansable. En una carta a Ludwig Zeller, del 9 de junio de 1981 decía:

A mí me gusta mucho estar solo. No sé lo que es el aburrimiento y cada día necesitaría veinticuatro horas más para hacer las cosas que, aparte el valor que para los demás puedan tener, forman parte de mi propia existencia hasta el extremo de que no sé cómo podría vivir sin estar siempre completamente entregado a ellas. Yo creo que el aburrimiento en situaciones normales es una especie de renuncia a la vida. Tal vez, un ahorro del acto suicida por pura timidez — o por modestia excesiva.

Granell era músico también, tocaba el violín. Era pintor a todo dar, escultor y escritor excelente. Sus textos en prosa, como en el caso de los relatos de su libro Federica no era tonta y otros cuentos, eran frecuentemente humorísticos y satíricos. Como muchos que sufrieron los horrores de las guerras del siglo XX, salvaba sus angustias envolviéndolas en nubes de bromas. Decía frases como: “Esa cosa cuesta cinco mil dólares y hay día que uno no los gana…”, efecto sin duda de las muchas estrecheces que tuvo que superar.
En nuestra editorial, Oasis Publications, publicamos Estela de presagios un libro de poemas de Granell con ilustraciones de Zeller. También publicamos un poema largo de Zeller, en honor a Granell, en la ocasión de la celebración que se hizo cuando, a los setenta y cinco años, se jubiló de profesor en Brooklyn College.
Granell luchó en la Guerra Civil Española en la Brigada Anarquista, y era anarquista convencido. La Fundación Granell ha publicado textos políticos suyos. Antifranquista empedernido, no volvió a España hasta la muerte del dictador. Eso sí, cuando volvió, lo hizo con enorme entusiasmo. En nuestras visitas a Europa pasábamos a visitarlo. Nos alojaron, él y Amparo en su “piso” en Madrid. Nos llevaron a una bodega de vinos que habían comprado en el campo y que pensaban convertir en casa de veraneo. Viajamos con ellos a Portugal, manejando Amparo y yo, ya que Granell, al igual que Zeller, no manejaba. En el viaje nosotros queríamos visitar Cáceres, una ciudad de la que proceden los ancestros maternos de Zeller, y Granell se opuso vigorosisimamente, alegando que ese era un nido de fachistas. En Estados Unidos y en España Granell tenía muchos amigos y en nuestros viajes nos los presentaba. En Portugal visitamos con los Granell a Mário Cesariny y a Artur Cruzeiro Seixas, y a otros escritores y artistas surrealistas. En la travesía parábamos frecuentemente para conocer pueblitos y gozar de vistas espectaculares.
Vimos a Granell por última vez en Madrid, en diciembre de 1997. Estábamos ahí un par de días para asistir a una exposición de grupo en que participábamos. Granell nos ubicó un hotelito barato y se reunió con nosotros varias veces. Siempre fue delgadísimo, pero esa vez lo vi muy demacrado. Ya en nuestro viaje varios años antes me había llamado la atención que apenas comía. En los restaurantes pedía comidas sabrosas, las probaba, las gozaba, pero dejaba la mayor parte en el plato.
Granell hizo contacto con gente de Santiago de Compostela, en España, y la ciudad le prestó un edificio histórico magnífico, de tres pisos, adonde se llevó toda la colección de arte, la biblioteca y efectos personales de Granell, como su aportación a la Fundación. Es un centro cultural muy activo.
Tengo un recuerdo maravilloso de Granell como ser humano, íntegro, generoso, amable, conversador vivaz, comprometido con la justicia y el bienestar para todos, entusiasta sin medida del surrealismo y de lo que éste representa como modo de vida.

EDOUARD JAGUER

En agosto de 1968 se inauguró en la Casa de la Luna la exposición Arte LSD organizada por Rolando Toro, Ludwig Zeller y Susana Wald. Pocos meses después, los tres, Rolando, Ludwig y Susana nos embarcamos con la exposición a cuestas y partimos en autobús hacia Buenos Aires. No sé cuántas horas demoró ese viaje, pero no fueron pocos. Atravesamos la Cordillera de Los Andes y sin detenernos en Mendoza emprendimos el cruce de la Pampa. Durante el viaje, estando tantas horas sentados, se nos hinchaban los pies en forma alarmante por lo que tratábamos de hacer ejercicio. En una de las paradas, recuerdo que Ludwig, Rolando y yo habiendo parado el autobús a las tres de la mañana en la plaza principal de un poblado en medio de la pampa argentina, decidimos hacer unas carreras para ver quién podía dar la vuelta más rápido. Ninguno de los tres éramos particularmente atléticos y el asunto nos causó cierta hilaridad con la consecuencia de que algunos se quejaban de que nuestros gritos despertaban a los tranquilos ciudadanos del lugar.
En Buenos Aires alojamos en la casa de un amigo de Rolando, de apellido Covadlo, si mal no recuerdo en pleno centro, en la Avenida Corrientes, cerca de Callao. Covadlo vivía en forma humildísima, pero el suyo era un departamento de muy buena calidad y nosotros no pedíamos más que poder acostarnos en algo que no fuera totalmente de piedra. Hacía mucho calor. Esto tiene que haber sido ya a finales del año. Recuerdo que a Ludwig le llamó la atención que llovía tibio. Estábamos acostumbrados al clima de Santiago en que el frío y la lluvia vienen en un solo casillero.
La exposición en Buenos Aires fue en la Galería Lirolay. Ahí mismo y entonces invitaron a Ludwig a exponer sus collages. Esta segunda exposición tuvo que suceder en 1969. Ludwig volvió solo a Buenos Aires con su obra. Al parecer en la misma inauguración conoció a Aldo Pellegrini quien lo presentó a los otros miembros del grupo surrealista argentino como Enrique Molina, Francisco Madariaga, Julio Llinás y Martha Peluffo. Aldo y Ludwig se entendieron de maravillas. Entre las muchas cosas que pudieron compartir habían anécdotas y recuerdos. Hablaron sobre la antología de Aldo sobre poesía surrealista y éste le mencionó a Edouard Jaguer quien, cuando Aldo estuvo investigando el trasfondo de su libro en París fue servicial y amistoso. Aldo en ese momento le dio a Ludwig la dirección de Jaguer.
Ludwig Zeller sólo hace cosas cuando su interior se lo indica. Esto puede suceder de mil maneras. En este caso el momento exacto se produjo seis años más tarde, habiendo ya salido de las penurias de los primeros años tras nuestra inmigración a Canadá. Fue en diciembre de 1974 cuando Ludwig de repente me dijo que quería hacer una carta. Me la dictó en castellano, yo la traduje al francés. La carta iba dirigida a Edouard Jaguer. Era la primera vez que yo escuchaba su nombre.
En enero de 1975 nos llegó la respuesta de Jaguer. Nos contaba que en los últimos días de 1974 había tenido un sueño en el que veía entrar una cantidad fabulosa de correspondencia por la ranura de la puerta de entrada de su departamento. En esos tiempos de la canela todavía funcionaban de maravilla los servicios postales. No se había inventado el fax, mucho menos el Internet, así que las cartas llegaban por correo en sobres que cabían por las ranuras de las puertas. Edouard al despertar le contó a Simone, su mujer (que para presentar su obra plástica usaba el nombre de Anne Ethuin), que lo que lo tenía intrigado era que entre la correspondencia de su sueño había una carta de un tal Zeller a quien él no ubicaba. Simone le recordó que días antes habían visto en el entonces más reciente número de BLS (Bulletin de Liaisons Surréalistes) un poema de alguien con ese mismo nombre, en la traducción al francés de Louis Bedouin. Esto impulsó a Edouard a escribir y a nosotros a inmediatamente a comprar nuestros boletos para viajar a París meses más tarde, dado que teníamos la confianza de un contacto verdadero con Jaguer.
El boleto más barato que encontramos era de Toronto a Ámsterdam. Llegamos ahí en estado de agotamiento total, y nos trasladamos del aeropuerto a la estación del tren para ir de Ámsterdam a París. Dadas las distancias a las que estábamos habituados en Canadá este viaje se nos hizo pequeño.
Cuando por fin visitamos el departamento de los Jaguer en las colinas (Bûtes) Chaumont, en el 24 de la rue Rémy de Gourmont, muy cerca de la casa natal de Jaguer, no íbamos con las manos vacías. Y llegamos cansaditos. Para ir donde los Jaguer había que llegar a la estación del metro Simon Bolivar (así, sin acentos), ahí subir lo que recuerdo como el equivalente de por lo menos seis pisos en escaleras, luego subir las escaleras de la famosa Bûte, luego del cual había que subir al cuarto piso del edificio en que estaba el departamento. Éramos jóvenes, pero aún así, este ejercicio, cargados de dibujos, collages y esculturas, nos dejó al borde de la apoplejía.
Los Jaguer estaban acostumbrados a recibir visitas fuera de aliento, y nos recibieron con mucho cariño y entusiasmo. Simone rápidamente nos presentó uno de los magníficos cafés que acostumbraba producir y nuestras fuerzas retornaron a su nivel habitual. Tanto Edouard como Simone vieron con entusiasmo los collages, esculturas y dibujos que les llevamos. La escultura que recuerdo con claridad es de la serie Mysteries of the Egg, un plato en que hay puestos tres huevos, todo en cerámica blanca con esmalte mate; cada huevo tiene varios hoyos y de estos hoyos salen pelos, de unos diez centímetros de largo. Entre los collages estaban los mejores que Ludwig hizo en los primeros años de nuestra estadía en Toronto. Recuerdo el de La Quimera en el Duomo, una pieza bellísima de material que él llama “blanco y negro”, es decir grabados impresos en papeles que son o han sido blancos, con tinta negra. En este caso las piezas del collage estaban pegados sobre un cartón de un color oscuro, creo que morado. En mis dibujos había una constante referencia a lo erótico, en la línea de unas litografías que hice al año siguiente en el taller de Michel Cassé, después que Edouard Jaguer nos presentó a este notable artesano del grabado.
Durante doce años cada verano volvíamos a París y visitábamos a los Jaguer. Nos manteníamos independientes de las distensiones dentro del grupo surrealista de París y veíamos también a otros artistas y escritores. Nuestras visitas fueron siempre de muy gratos encuentros. Los Jaguer nos presentaron a artistas y escritores con quienes hemos formado amistades duraderas y hemos colaborado muchos años. Entre éstos puedo mencionar a Eugenio Granell, Arturo Schwarz, Philip West, Suzanne Besson, Guy Ducornet, Mayo, Rikki, Guy Roussille, Abdul Kader, John Digby, Petr Král, Georges Golfayn, Gérard Legrand, Jules Pérahim.
En Canadá nos empeñamos en difundir el trabajo del grupo Phases que era la preocupación, además de diligente y constante trabajo de Edouard Jaguer y de Anne Ethuin. Edouard Jaguer nos incluyó entre los artistas de la revista Phases y ambos nos presentaron a escritores que nosotros publicamos en nuestra pequeña editorial, Oasis, en Canadá y a artistas cuyas exposiciones organizamos también en colaboración entre Oasis y Phases. La relación fue especialmente intensa y constante durante los cuatro primeros años de nuestro contacto. Más de cuarenta títulos aparecieron en Oasis y se presentaron más de una docena de exposiciones (una de ellas era de obra de Anne Ethuin), con catálogos.
Entre otras obras de esos años hice un libro único de la poesía de Edouard Jaguer, Les assises de le grèle dibujado a mano con una tipografía especial que inventé para esa única ocasión, que se vendió a un coleccionista de París. Traduje su poesía Fougères arborescentes al castellano y al inglés y lo publicamos en edición trilingüe con mis ilustraciones.
Edouard Jaguer escribió un importante ensayo sobre lo excepcional de los collages de Ludwig Zeller que traduje y que se publicó también en forma trilingüe en el libro 50 collages en la editorial Mosaic Press, de Oakville, Ontario.
A partir de 1979 nuestras colaboraciones se hicieron menos constantes y nuestra relación se mantuvo en el plano de la amistad. La última vez que he visto a Edouard Jaguer fue en ocasión de la inauguración de la exposición de sus dibujos en la Galerie Lumière Noire, en Montreal.
Edouard Jaguer y Anne Ethuin han sido una pareja de colaboradores cercanos, fieles, idealistas y muy trabajadores. Jaguer logró incorporar al surrealismo un aspecto de las artes visuales que antes se había negligido. Fue surrealista hasta la médula, entusiasta descubridor de talentos nuevos o ignorados. Nunca tuvo dudas en arriesgar todo por sus convicciones. Fue un amigo cálido, dinámico y activo. El legado de su obra permanece.










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