quinta-feira, 29 de outubro de 2015

LUIS FERNANDO CUARTAS | Versiones de la locura y el inconsciente


1. El inconsciente, abono y semilla para cultivar un dios

Caspar David Friedrich es un leño seco, es un material orgánico hecho del lecho de los montes y de las carcomidas piedras. Su rostro nos da la imagen de algo sugestivo tenebroso y dramático. Es el lugar de lo oscuro, la profunda mirada del alma que se convierte en abono, la podredumbre como belleza exaltada de un mundo que se quiere mirar desde adentro. Carl Gustav Carus, es el rostro de la semilla, apacible y serena que se entromete en el mundo oscuro con la lámpara de los nacimientos, luz del crecimiento, viaje con la certeza de ir a escarbar una tierra propicia para tocar la claridad conciente de los dioses.
En esos dos seres se podría encontrar una serie de dualidades propias del romanticismo alemán. Más no sólo eso, aquí se encuentra un dialogo secreto, una perpetuidad incesante, entre la armonía y el caos.
Friedrich da la idea del solitario en medio de ventiscas y huracanes, sensación nocturna y parda de la tierra que se hunde, logros espectrales de una sensación de integración cósmica con la naturaleza potencializada en piedad y horror, una fuerza atractiva del devenir desapareciendo como individuo heroico. Es la huida de sí, la desaparición del hombre en las brumas de la noche, “la tragedia del paisaje” como se diría desde un romanticismo radical. Sombra y crepúsculo, en una manera obscena de exponerse al grano o la semilla que le permita engendrar un dios. “Cierra tus ojos para que veas primero el cuadro con los ojos del espíritu. Luego haz que aparezca en el día lo que has visto en tu noche, para que la acción a su vez sobre otros seres, del exterior hacia el exterior” escribe Friedrich en sus pocos escritos filosóficos.
Parece ser esa experiencia de lo oscuro y de la tierra exaltada un receptáculo inconsciente, un vaso de elección, una matriz femenina elegida por la semilla redentora de la conciencia. En Carus el paisaje sin dejar de ser deslumbrante no es sobrecogedor, es más una invitación a buscar en lo espectral las formas secretas de las cosas. Parece dotar este pintor a sus cuadros de una filosofía de la indagación, ya no bajo el efecto trágico sino bajo en deseo de encontrar la divinidad secreta de las cosas. Más parecido a un devenir, a una construcción que busca someter todos su postulados a una unidad invisible e imperiosa, más cercano al Fausto de Goethe. Sabiduría para apaciguar lo indómito, capacidad para explorar lo desconocido, pacto con el demonio para conocer desde el abismo la fuente de un dios posible para inventar. En este caso la búsqueda del recipiente propicio para sembrar en el inconsciente de las cosas, contando los humanos entre ellas, la semilla de la presencia de un Dios. Una visión muy goetheana de la unidad cósmica, las formas perfectas del mundo. Tanto Goethe y en particular Carus, abandonan la magia, el sentido misterioso del mundo, por un mundo que se construye al modo de los alquimistas límpidos, lo hermoso logrado bajo la armonía silenciosa, el código invisible de la presencia divina, desdeñando lo demoníaco a cambio de un pacto favorable a la consciencia lúcida del mundo. Nada de lo caótico que haga temblar un proyecto de afinamiento sobre los confines del mundo, colonización extrema del inconsciente.
En esas formas orgánicas de la materia viva, bajo la presencia herida de la roca y de la tierra, se postula a un dios, se le hace enterrar desde la filosofía como un concepto sembrado desde adentro, el crecimiento orgánico que es el todo en sus partes. En ese sentido el pensamiento de Goethe y su contemporáneo Carus estaría en un balancín incómodo entre el racionalismo y el romanticismo. Más las leyes de esas estructuras de semilla creativa no están dadas por las especulaciones panmatemáticas del racionalismo. Pensando un poco en Humboldt otro de los grandes pensadores de esa época brillante donde se buscaba el sueño de dios entre la naturaleza arrolladora. Uno podría descubrir en Carus, un deje panteísta parecido a los naturalistas románticos cuando dice: “En ninguna estructura orgánica encontramos una forma geométrica pura, en ninguno de los ritmos de su vida una periodicidad exactamente calculable. Parece como si la Idea tuviera que sacrificar algo de su pureza y de su divinidad esenciales cada vez que quiere encarnarse en la naturaleza”.
La idea del sembrador supremo en la tierra abonada por el demonio de lo informe y de lo substancial caótico, hace sacudir el pensamiento alemán. La póstula es la herida, postular a Dios es convertirlo en la sangre de la herida. Es introducirlo en la naturaleza para redimirla del inconsciente de la inmediatez y hacer aparecer la conciencia de la sabiduría lúcida. Hay muy en el fondo de estas pústulas la idea de redimir con la sangre, deidades construidas sobre el horror y sobre una violencia convulsa, viéndola aparecer en cada una de las cosas. Sembrar una cuota de lucidez en medio de la oscuridad, no es otra cosa que fabricar dioses que exploren los submundos con el propósito de buscar el diamante en el carbón. Vulcano vuelve a revisitar el infierno, ahora vestido de semilla, dispuesto a sembrar una cultura a golpe de martillo, rastrillo y hoz. El dios del romanticismo se trifulca, ya no es el dios enigmático que en medio del misticismo nos acompaña por la azarosa senda de lo imprevisto, ni es el dios ciego que amenaza en convertirse en borrachín y en suicida para encontrar el amor como una salida más allá de todo precipicio, es también un dios inventado como el desvelador operario del hombre que es inducido a trabajar para la consciencia, un dios que puede ser sostenido con la mano temblorosa del sabio y que puede viajar a las profundas entrañas de las cosas. ¿El hombre tiranizando a Dios? ¿El hombre haciendo del Dios, una herramienta o un método, que permita hurgar las pústulas del mundo para luego postular una teoría armónica?
La Idea nacida de la consciencia y la Idea dotada de consciencia es el alma, el pensamiento espiritual que distingue al hombre entre todos los seres. Una manera de representar el exterior y el interior del mundo, trasciende el mundo pero está supeditado a estar en él como consciencia total del mundo. He aquí una buena justificación del ejercicio mundo de occidente. Seres del desorden, las subdesarrolladas almas, las silvestres criaturas que son el cieno de lo subconsciente, no alcanzarán a ser deificadas por la consciencia mientras no adquieran la templanza de buscar en la serenidad del pensamiento, el lugar de su alma, la elevada expresión de lo espiritual.
Goethe y su mundo intelectual no se ven arrojados a las altas temperaturas de los hornos de Vulcano. Tratan de asomarse como unos testigos de ese devenir de la Eternidad con el privilegio de la consciencia conquistada y ya desarrollada en espiritualidad humanizada. Pero el inconsciente en sí mismo sigue siendo indefinible, no es un estado inferior ni superior a la consciencia, tiene su ritmo y su belleza, su escalofrío y su fascinación. Es al desarrollo de la poesía lo que es al desafío de le existencia: un depósito polifónico de sensaciones, nacidas no desde lo primigenio y lo innato sin desde una multiplicidad de entramados de existencia, juegos y contraluces, simbologías y magmas culturales que yacen en los pantanos oscuros de un pensar que se traduce en sueños, en aguas de un saber antiguo, y que la consciencia burguesa del XIX no podía traducir más que en un bello y extraño recipiente para sembrar las plantas de algún dios pragmático. También pudo ser traducido como el depósito de las energías, la sombra que rejuvenece periódicamente el alma, que entre zambullidas al pozo oscuro de su propia noche y la salida placida al sol de los amaneceres fuertes, se rehace el ritmo de la vida y de la muerte. La búsqueda del pensamiento latente que en forma de germen vegetal dormido que bajo el efecto y el afecto de la Idea se reencuentra con su ser semilla.
Con lo anterior no se quiere decir que las fuerzas del inconsciente y las relaciones con lo consciente sean antípodas, puede ser todo lo contrario. Más en el pensamiento occidental la aparición de lo que se ha llamado inconsciente, ese otro ser entrañable de las cosas, se ha visto como lo que hay que domesticar y controlar. Más que antípodas son versiones construidas por la cultura sobre el mundo de los sueños, sobre la exploración fascinante de la noche, conjurada por un sentido apolíneo del deber ser estéticamente placentero y reconocible desde los patrones de la armonía y el esteticismo reverente. Como tampoco se trata de volver a una falsificada capa de misterios y de encantamientos, cubiertos entre lo sombrío y la duda, para convertir las preguntas por la existencia en una serie de acrobacias simbólicas donde se especula sobre lo incognoscible y sobre lo inabordable del mundo.
Es más encontrar desde lo poético formas de participar de la energía mundo. Una sensación que si no anula la racionalidad tampoco puede desdeñar los profundos y convulsos vericuetos del deseo, el erotismo y la muerte.
Cuando se habla del inconsciente en nuestra cultura nos encontramos con una manera de hacer un pacto con lo oscuro, con lo insondable. El Fausto de Goethe hace un pacto para buscar la luz en las tinieblas, busca semilla en mano donde depositar los ojos de un dios, el dios de la inteligencia en un cultivo selvático, en el aparente desorden cósmico para sacar la ventaja del pensador de las tormentas o el viajero entre los bosques vírgenes. Ventaja que es la conquista normatizada del deseo, el viaje psíquico que permita salir ileso de las oquedades. Herencia que de alguna forma retomaría Freud en sus viajes por el psicoanálisis. Una idea parecida nos la daría Ulises amarrado a un mástil de un barco para soportar la visión de las sirenas y con los oídos tapados para no dejarse seducir por sus cantos tenebrosos. Es enfrentar lo desconocido con una fórmula segura para el escape posible.
Por eso se puede decir que Goethe, es un románico de la mesura o un racionalista de las pasiones. Un ser que se atreve a la indagación ferviente, casi mística del mundo, pero a la vez se la juega con un candil de abstracciones, la Idea misma de mundo, para evitar dar falsos pasos por los terrenos resbalosos de la incertidumbre.
Es toda una marca en el siglo XIX alemán, un lugar si se pudiera decir prominente del pensamiento de su época, pero un lugar que es husmeado, conjurado y también supeditado al temblor de otras voces más apasionadas como un Novalis, un Jean Paul, y otros románticos que se introducían en la noche con la luces titilantes de un pensamiento sin advertencias previas. Aventura mística y desolación de existencia, un dejarse llevar por las borrascas del pensar, un pedazo de mundo que se interroga así mismo y despierto ante la pesadilla de las yeguas desbocadas del sueño. Es la otra cara del romanticismo alemán, la visita permanente de la luz piadosa y serena y la oscura lumbre de una pregunta existencial que no se resuelve con la razón de las ecuaciones del universo.  

2. Actos de desmesura, embriaguez, genialidad y locura

Voluptuosas formas, arrebatados instintos, desorden pandemonio del mundo, creación permanente, volcánicas manifestaciones del ser, la genialidad muchas veces está relacionada con fuerzas compulsivas y estados excéntricos de una manera maravillosa y ratos agreste condición humana.
Se dice que un genio manifiesta ciertos estados de locura, más en una sociedad neurótica y en estados autodestructivos del alma, no todo enajenado es un genio. Esas manifestaciones son fuerzas de una gran energía creativa, estados anímicos que conllevan a actos destructivos y creativos, a una devastación tortuosa y sombría, melancólica o festiva, producto de la incomprensión de sus medio, de grandes faltantes de pares con los cuales puedan compartir sus sueños. Es el origen del numen imaginativo, presencia de una originalidad que junta lo artístico y lo científico, abriendo caminos nuevos y trasformando su realidad en preguntas siempre inéditas.
Juego deslizante de insatisfacciones, de acrobacias espirituales, de búsquedas incesantes, del sentido del movimiento y del color, hay en esos seres una duda gigantesca, la enorme soledad de un diálogo con el Universo, en pleno sentido de lo Diverso y lo expansivo, la lucidez y la oscuridad, el encantamiento y la esperanza al lado de impenetrables socavones de desesperanza y desaliento. De ahí que los genios sean propensos también a actos desaforados, a tratamientos con la droga y el licor, medidas extremas para saciar la sed de sus permanentes búsquedas.
El cuadro de Durero, La Melancolía, muestra a ese ser filósofo que cae en ese estado ensimismado, la pregunta no por las pérdidas sino por los faltantes, por lo que aún no ha hecho, por esas variables de la vida sostenidas en mundos abigarrados de obstáculos  donde su pensamiento y su obra es torturada y agredida  por las realidades del los estados planos de existencia,  en una ruda realidad que mata y agota la creación. Una imagen nacida posteriormente, en el artista y el genio creador del romanticismo lo muestra como un ser sumido en complejas imágenes, en desafueros profundos, en largas noches de insomnios, extravagantes, solitarias, individuales, libertarias, trashumantes, entregado a sus actos con una pasión inédita, buscador de sí mismo en el pozo de la humanidad entera. Asimilado a un neurótico, o a un ser que alivia su neurosis en el arte y en la ciencia como bálsamo de invenciones y de propuestas casi Prometeícas, buscadores del fuego en medio de las oscuridades más aciagas. Más esas fuerzas pueden caer en estados de pesimismo y abandono, en un tóxico sentimiento de desaparición y dejadez, mientras que su condición no se pueda manifestar en su esplendor, y  sus obras tengan eco posible, la soledad se  hace un tormento y sus delirios fantasmas que lo acometen como un irredento en medio de una sociedad que trafica, burla y excluye a la genialidad mientras esta no sea dócil y amaestrable en un cerrojos, vigilancias y ordenamientos que desgastan y arruinan la libre expresión de sus talentos.
La embriaguez, el delirante estado de fluidez que tiembla, la queja, la congoja, una irascibilidad proverbial, conjuntamente con estados de ternura y de belleza sublimada y contemplación mística. Esos estados de desmesura han sido frecuentes en artistas, escritores, músicos, algunos científicos que aún en medio del racionalismo y sus ecuaciones medibles y sus teorías plausibles, no abandonan la condición humana del miedo, el amor inaudito, la espectacularidad, el arrobamiento o el suicidio.
No sólo, las enfermedades que desgastan el cuerpo de cualquier ser humano, las dolencias del cáncer, la anorexia compulsa, le vértigo, el Parkison, la epilepsia, la hidropesía, el asma, sino también una sensación devastadora del sentir, el oprobio por desilusión, por olvido, por rechazo. La angustia de ser traicionado, copiado, maltratado, vilipendiado por sus ideas y muchas veces perseguido y sentenciado  a muerte.
Beethoven y esa paulatina sordera que le dejaba ratos de furia y tormentosos dolores de cabeza, La locura de Nietzsche entre la Sífilis y la incomprensión social, la psicosis maniaco depresiva de allan Poe, que nos dejó grandes relatos entre la bruma de la soledad y los misterios más abismales de un ser humano, sediento de ebriedad y de poemas. El gran borracho de la literatura, no sólo es el personaje del Cónsul en la novela Bajo el Volcán, Geoffery Firnin, sino su creador Malcom Lowry, un autor que tenía como ideal de vida la taberna y como condición humana la bebida, insondable ser de las botellas, otra forma de genialidad muy diferente a la de Aladino. Van Gogh, alucinado del amarillo y de las fuerza de la luz, termina en un manicomio, tal como lo escribe otro loco genial, Artaud, en “Vangh, el suicidado por la sociedad”, nos deja una vida extraña, caótica, profundamente sincera y consecuente con su estética.  Hemingway,  un hombre de grades extremos y pasiones, desde el boxeo y la caza mayor, el toreo y la fuerza  casi arrasadora, junto con una sempiterna embriaguez que lo llevo hasta la experiencia de cazarse así mismo con su escopeta preferida, deja una obra sobria, precisa, hecha de una método de contar donde parece no haber botella alguna, pero si una deseo de aventura y una búsqueda por relatar lo diferente, la relación entre  masa e individuo , cercano a la idea romántica de arte total, donde cuerpo y mente se encuentran para vivir el acto con todos los sentidos y en todos los sentidos.
Mozart descabellado, irónico, audaz para su época, también fue melancólico y depresivo en sus momentos álgidos. Nerval delirante, Sorel Kierkegard desgarrador, se atreve a dejarnos dos extraños y bellos  libros, “El concepto de angustia” y “ El tratado de la desesperación”, Pascal deja sus aforismos, dentelladas escépticas sobre el mundo, Isadore Duchase, con sus cantos terribles, donde lo hórrido y lo cruento, la orfandad y el miedo, la desolación y la angustia se convierten en hechos poéticos sin precedentes, son las palabras de un desquiciamiento donde se desnuda el alma de la humanidad, sus truculencias y sus extrañas formas de amar.
No es extraño que un personaje de novela como Roskolnikov, se sintiera predestinado y genial y se comparara con Napolén, apareciendo uno de los tantos arquetipos de locura de la Modernidad, más era su creador, Dostoievski un gran atormentado, entre la dipsomanía y la angustia, bebedor incesante, escritor compulsivo. Nos deja una obra profunda de los estudios de la psicología de los seres humanos, como si él retomara las voces de los que nunca hablan, de los miles de seres anónimos que luchan, aman y se expresan en delirios y fantasmas, convirtiendo su existencia en algo singular aún en medio de la soledad y el exilio.
Baudelaire se acerca a los paraísos artificiales y entre el vino y el haschisch, palpita un poeta que apura abismos y observa con una lujo estético profundo los cambios de su época, convirtiéndose en el príncipe de los poetas de su tiempo. Holderin, pasó en su encierro de la Torre, un poeta de manicomio y pluma esbelta. Nerval, Fijman, Varlaine, Rimbaud, Dylan Thomas, visitaron los infiernos entre la demencia y el alcohol, sus obras son ricas en ese urticante fiesta de los sentidos, en esa corrosiva manera de descomponer las normas, en ese sensibilidad de apostarle a  la vida abierta y vestida de una estética contundente, algo cercano a la idea de poesía que tenía Dylan Thomas, poesía como  orgiástica y orgánica, unificadora y disolvente, de las anónimos y de los individuos, del mundo y de los solitarios.
Scout Fitzgerld, un gran borracho que perteneció a una generación desencantada de escritores, perseguidos o desterrados voluntarios de Estado Unidos, va a Europa, escribe obras de gran audacia y sensibilidad, pero ahogado en sus botellas vive y muere de una manera errática y  desequilibrada. No podemos olvidar, de nuevo a Malcon Lowry y sus mística por la bebida, más su obra de una inmensidad sobre el sentido de los pasos de los seres sobre el Planeta Tierra. Richard Ford, Raymond Carver y el genial Charles Bukowski, en una forma de vagabundeo citadino y anímico, bebieron ríos de alcoholes y conocieron los bajos fondos de todas las cloacas de ciudad. Bukowski se convierte en un héroe legendario que pone el dedo en la llaga de la cultura decadente de una Norteamérica descreída y opaca. Él con una fina ironía corre la piel mezquina de su época y desnuda hasta el tuétano las condiciones sociales de desigualdad y segregación, la hipocresía de las dobles morales y la fustiga contra los convencionalismos morales haciendo de su obra y de su biografía toda una leyenda contestataria y libertaria.
En esa misma línea están todos los grandes malditos de la literatura norteamericana la famosa generación Beat, escritores como Ginsberg, poeta y experimentador con todo tipo de alucinantes psicodélicas, Jack Korouac, William Burroughs, toda una generación de vagabundos, de rebeldes contra la guerra, de amorosos suicidadas  y eróticos libertarios, probaron el ácido lisérgico, las bebidas y cócteles más inverosímiles, mas su poesía y su narrativa perdura como una muestra de una posición juvenil arrolladora, algo que marco una época de irreverente, la gran sacudida de el famoso “modo de vida americano” de posguerra, la cremosa idea benigna de la familia Lassie y el gelatinosos mundo blanco del granjero limpio y del KukusKlan de antorchas. Poetas que denunciaron la segregación, que se internaron por filosofías orientales, por la mística de los chamanes, por el conocimiento del mescal como ebriedad “santa”. Ebrios como un gran pintor de Norteamérica  Jackson Pollock, que mueve los conceptos anquilosados del arte en Estados Unidos y se convierte en una vanguardia  reconocida a nivel mundial.
En nuestro medio Latinoamericano el gran escritor Mexicano Juan Rulfo, con “ Pedro Parámo” , “El llano en llamas”, nos deja un retrato profundo de un paisaje devastado, cruento y fantasmal, las notas musicales de las canciones de los muertos y el tono alcohólico de su desarraigada vida. Onetti, un profundo solitario, gran escritor de las pasiones humanas, alcoholizado como un nadador en el río de la memoria,  flota sobre la literatura de América del Sur como un habitante espectral, profundo y melancólico, pero de una mordacidad tremenda y de una honestidad con su oficio como pocos en nuestro medio. Raúl Gómez Jattin, el poeta de la costa, escribió poemas desiguales, algunos de una gran profundidad, muchos de ellos, tal vez los mejores, eran producidos en medio del delirio, en esos viajes a los laberintos del alma, con una ternura sin igual y con una furia similar a la canícula de las tierras calentanas. Barba Jacob, poeta por todos celebrado, probó el alcohol y algunas plantas del espíritu, él la llamaba “ la mujer de los cabellos ardientes” , fue proscrito en su país y más celebrado en centro América y México que en su propio terruño hasta antes de su muerte. Julio Florez, el oscuro y a la vez festivo poeta colombiano, también tiene una biografía de chicherías y cervezas, entre sus tristes poemas y las coplas y las copas. Ni se diga de Manuel Mejía Vellejo y el mismo Estanislao Zuleta y sus proverbiales vasos de aguardiente, ambos con una obra reconocida y admirada.
De los más anteriores poetas, casi proféticos y míticos estaría Francois Villon, poeta del siglo XV, nacido en el año 1431, toda una leyenda anticlerical, ladrón, amigo prostibulario, bufonesco, satírico, perseguido y varias veces condenado a la muerte de donde se escapaba casi por milagro, bebedor y andariego, es la prefigura de una arquetipo de insolente y desarraigado personaje de la poética del malditismo. Una de los grandes poetas de su tiempo que aún hoy en día retumbas sus canciones y sus versos. El otro gran impertinente es un poeta latino nacido en Verona en el año 62 después de Cristo,  cayo Valerio Catulo, de un desabrochado erotismo, crea una poesía subjetiva, personal e intimista, no exenta de crítica y cargada de mordacidad. Li Po, el poeta que exalta a la luna y al vino, muere arrojándose a una laguna en medio de su fiesta etílica buscando el reflejo de su amada Selene. Ni que decir de el gran matemático y astrólogo, poeta y festivo amoroso del vino,  Omar Khayyam, una celebridad del pensamiento y una fiesta creativa, lujuria y filosofía, alegría creadora y sensación de explorar la vastedad  del mundo.
Que sea un  motivo para beber de  dichas fuentes, conocer sus obras y sus vidas y acercarse a ese errático e intenso mundo creativo.



Luis Fernando Cuartas (Colombia, 1959). Escritor y ensayista. Cofundador de la Revista Punto Seguido (Medellín, Colombia). Contacto: lfcuarta@gmail.com. Página ilustrada com obras de Luis Caballero (Colombia), artista convidado desta edição de ARC. Respectivamente: [1] Agulha Revista de Cultura # 54. Novembro de 2006, e [2] Agulha Revista de Cultura # 70. Agosto de 2009.






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