quinta-feira, 29 de outubro de 2015

AMÉRICO FERRARI | La poesía de José Ángel Valente


 
Los lugares son terribles

César Vallejo

La poesía de José Ángel Valente -ahora que la muerte ha emancipado del tiempo sucesivo la obra in progress del escritor, ese movimiento de la mano que escribe y escribe- prosigue otra vida y otro movimiento en los lectores sin número ni nombre que, de generación en generación y de tierra en tierra, van a transitar por el lugar o los lugares de este canto, a vivir y demorar en el, van a vivir de él: más y mejor seguramente que en la obra de tantos otros autores que habrán comentado en sus versos la actualidad del siglo ya acabado: digo más y mejor porque la universalidad que marca la poesía de Valente, su aproximación a la razón del mito y su denunciación de la sinrazón de la historia y su barbarie, su barbaridad, arraigan en el sentido de una temporalidad transcendente donde lo "actual" y lo "presente " invierten sus signos, así que San Juan de la Cruz o Quevedo resultan más actuales y el lugar de don Quijote está más presente que los personajes y los sitios de la llamada actualidad. A este propósito Charles Peguy ha dicho en un escrito que cuando lee el periódico de ayer lo que éste dice le parece ya inactual, mientras que unas páginas de la Divina Comedia son siempre actuales; pero por ello mismo el poeta Valente va a fijar a lo largo de su obra una mirada sin concesiones, dura y negativa, en eso que se suele llamar con un estereotipo léxico "el-momento-histórico-que-nos-ha-tocado-vivir":
En el "momento histórico" y más acá y más allá de todo momento histórico el lugar, el canto y la presencia de un dios del lugar, tácitos o explícitamente nombrados, se asocian por numerosos vínculos en la obra del poeta gallego. Ya en la cuarta sección del libro Poemas a Lázaro (1955-1960) aparece un poema, "Sobre el lugar del canto", donde, situándose en el plano de la historia (la Historia innegable, implacable, indefendible asedia al poeta), Valente contrasta el momento histórico que vivimos en un hoy de desolación, mentira y desposesión de la casa del hombre ("La palabra que nace sin destino / La sangre que no siembra más que sangre / El pan desposeído de la casa del hombre"), con el lugar tal como fue un día, en un tiempo imaginado hondo y fecundo: "Esta es la hora, este es el tiempo / -hijo soy de esta historia- / este es el lugar que un día / fue solar prodigioso de una casa más grande": como si el dios del lugar hubiera abandonado el lugar del canto y el poeta de hoy cargara con la misión de hacerlo volver a sus lares o buscarle otros lares en otro tiempo que nuestro tiempo de miseria; o como si otro dios, un dios maligno, hubiera invadido el lugar o lo frecuentara para sembrar en él desolación y muerte. Estos dioses, buenos o malos, nombrados o no, visitan asiduamente los poemas de la obra: musas oscuras que asedian al poeta "en tiempo de mentira y de infidelidad", como reza un texto de La memoria y los signos (1960-1965).
De desolación y muerte es la atmósfera que se respira en muchos poemas de Al dios del lugar (1989), título de uno de los libros de la madurez, que lleva por epígrafe dos versos de Ezra Pound: "Tiene un dios en él / aunque yo no sé qué dios". Un dios malo, a juzgar por el ánimo deprimido y la angustia que impregna estos poemas donde, después del título, la palabra lugar aparece una sola vez y para evocar un "lugar de destrucción": "humus de la muerte", "recubierto por otra primavera", lluvias oscuras que han sumergido la boca de la noche, "Cielo rasante / Pájaros / Ceniza. / Ciega, rota imagen borrada, indescifrable, extinta." Ya el primer poema del libro anuncia la atmósfera en una especie de oscura eucaristía:

El vino tenía el vago color de la ceniza.
(………………………………………….) 
El insidioso fondo de la copa 
esconde a un dios incógnito. 
     Me diste
          a beber sangre 
          en esta noche.
     Fondo 
          del dios bebido hasta las heces.

Y entonces, si el dios del lugar cuya sangre oscura bebemos, desampara al propio lugar, al lugar nuestro, lo que nos quedaría sería correr interminable carrera tras el dios huidizo, de lugar en lugar, de signo en signo que, trasladados al código de una lengua, se hacen poema; pero precisamente el dios se oculta y huye de todo signo incitándonos a borrar los signos visibles y a borrarnos nosotros mismos:

BORRARSE.
          Sólo en la ausencia de todo signo 
          se posa el dios.

De ahí quizá esa aspiración al silencio, esa necesidad de borrarnos: vacío del sentido y del sonido que hay en una buena parte de la mejor poesía moderna y que unos poetas llenan dejando de escribir, mientras que otros, en un esfuerzo que sin la menor ironía podríamos llamar heroico, lo hacen escribiendo tercamente en signos oscuros la necesidad de borrar los signos y a quien los escribe: el amanuense del dios y su mano.
Valente, en todo caso, optó por seguir grabando en palabras la aspiración al silencio:

Palabra 
hecha de nada.
Rama
en el aire vacío.
Ala 
sin pájaro.
Vuelo 
sin ala.
         Órbita 
de qué centro desnudo 
de toda imagen.
          Luz, 
donde aún no forma 
su innumerable rostro lo visible.

Este poema de Material memoria, "Palabra", dedicado a María Zambrano, es seguramente el mejor ejemplo de cómo un poeta elude la tentación del silencio, que puede ser a veces una manera de abandonarse con elegancia a la facilidad del cansancio o de la indiferencia, diciendo lo que es casi un no decir, mostrando al borde mismo del silencio, ya en los arcanos del silencio, la palabra inane haciéndose desnudez, transparencia, vacío, nada: "cosa para andar en lo oculto", cosa de poesía y nada más. Y nada, y más… A este respecto ha dicho Valente en "Cinco fragmentos para Antoni Tàpies" en Material memoria: "Mucha poesía ha sentido la tentación del silencio. Porque el poema tiende por naturaleza al silencio. O lo contiene como materia natural. Poética: arte de la composición del silencio. Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio".
Este silencio oído, sonidos de silencio, emite señales en el trasfondo del poema escrito en la expectativa de que se borre toda palabra y todo signo para que entonces se pose el dios ahí: "ahí" que es "más allá", en ese lugar que es un desierto que es ninguna parte y huye de todas partes para que lo siga el canto errante en el silencio entrañable de la noche del alma donde para el dios, donde no amanece el cantor, porque todo canto está impregnado del silencio de la noche y el cantor anochece en cada amanecer: por eso no amanece el cantor.
El lugar donde se posa el dios parece confundirse con el lugar del canto en la poesía de Valente y tal lugar puede ser cualquier lugar, un lugar común en el sentido lato y también preciso de la palabra, por ejemplo una ciudad cualquiera, Madrid o Ginebra o París o Almería, o bien, en esta poesía de la desnudez y del vacío, un desierto. Y precisamente es eso, un desierto lo que aparece de golpe en los primeros versos del primer poema del primer libro del poeta: "Cruzo un desierto y su secreta / desolación sin nombre". Andrés Sánchez Robayna [1] nota que el desierto reaparece también al fin de la obra poética de Valente, en Nadie (1996) ("Estábamos en un desierto confrontados con nuestra propia imagen que no reconociéramos"); y reaparecerá también en otros textos. La imagen de la travesía del desierto o el hacer alto en un desierto, figura mejor que nada la desnudez, la soledad, esa fijación en la nada de la palabra poética y al mismo tiempo, pienso, la redención de la palabra por la ascesis o, como dice Sánchez Robayna en el texto citado: "La idea del desierto como espacio de soledad o desolación al que nos ha conducido la historia se funde con el simbolismo del desierto como espacio de reflexión y de expiación del ser". Pero también como apertura a la palabra poética, como espacio nulo que nos abre al silencio. En Variaciones sobre el pájaro y la red, comentando al antiguo poeta árabe Hussein Mansur al-Hallâj, dice Valente que "la palabra poética sólo se cumple o se sustancia en ese borde extremo del silencio último que ella integra y en el que ella se disuelve. No tiene esa palabra más territorio propio que el descrito en esta bellísima expresión de Hallâj ‘Los desiertos de la proximidad’. Palabra, pues, del límite, del borde o de la inminencia, la palabra poética no es propiamente el lugar de un decir sino de un aparecer": El poema es un lugar y un no lugar, lugar desierto, lugar sin lugar donde la palabra es signo de lo indecible, no discurso; y, unas páginas más adelante, en un texto, "La memoria del fuego", que es un comentario al gran poeta egipcio Edmond Jabès, Valente cita a éste: "El silencio es más que una práctica del silencio y de la escucha. Es apertura eterna. La apertura de toda escritura que el escritor tiene por misión de preservar -apertura de toda apertura". Y ahora la conclusión es que la palabra poética no tiene lugar: "No tiene, en rigor, lugar, porque su lugar es el desierto": lugar deslugarado que es sólo apertura, abertura, no-lugar del espejismo y la imagen que imagina nada.
Por otra parte, es de notar la atracción que parece haber ejercido sobre el poeta no ya la idea o la visión poética del desierto sino quizá también la evidente presencia del desierto de Almería: en cierto modo el revés de los verdes paisajes de su niñez en Galicia, su lugar natal. Y es como si el no lugar que es el desierto nos devolviera al lugar. He citado en otro trabajo [2] a María Zambrano, quien, hablando de Lezama Lima, dice que era radicalmente un lugareño de La Habana, como Santo Tomás lo era de Aquino; pero Lezama, a quien Valente tanto quería y admiraba, no se movió nunca de su lugar mientras que la vida del poeta gallego fue un largo periplo que lo llevó de su Galicia natal a Madrid, a Oxford, a Ginebra, a París y finalmente a Almería con un regreso a Orense pero sobre todo con un regreso poético a la lengua nativa en las Cántigas de alén: vuelta por el camino del poema al lugar natal (que puede aparecer también en la obra como no lugar o como un lugar de "más allá": "Nací en ninguna parte. O no nací".(…) "Dónde. Allende. Tierra de allende, nuestra tierra"):

Escoita, mai, voltei. 
(………………………..)
Voltei. Nunca partira. 
Alongarme somente foi o xeito 
de ficar para sempre.

Alejarse fue tan sólo el modo de quedar para siempre. Porque el dios del lugar -decía en la nota arriba aludida- vive en nosotros y viaja con nosotros, consagra y sacraliza todo espacio donde late el origen y la revelación y trasmuta todo topónimo, todo signo de lugar en el lugar sin signo y en un no lugar; el solo lugar desnudo donde algo puede aparecer: el lugar no significable donde por primera vez se hace posible la aparición ya fuera de todo signo.Y entonces un poema, un cuadro, una sinfonía, en cuanto no significan sino que simplemente aparecen al tiempo que constituyen la posibilidad del aparecer, son lugares en movimiento que atraen la creación y al creador hacia su hueco o su vacío. "Lugares (…) de crecimiento o cría de formación de lo humano" ha dicho el propio Valente en un ensayo [3]. Estos lugares son huidizos y, desde luego, no sirven para residir, podríamos decir incluso que son lugares para no estar y quizás -topoi geográficos o poéticos- los perseguimos más que los habitamos. En un artículo sobre las pirámides de Egipto, César Vallejo, con quien tantas afinidades y relaciones de simpatía tenía José Ángel, dice que "los lugares-tumbas o cunas- suelen ambular en el espacio y en el tiempo y burlarse de los ojos del historiador y del simple mortal" y quizá todos juntos, ciudades, desiertos, sinfonías, obras plásticas o poemas, son tan inalcanzables como ese misterioso lugar, no ultraterreno sino de este mundo, al que se refiere el mismo Vallejo en un poema poco conocido titulado Trilce, como su libro:

Hay un lugar que yo me sé
en este mundo, nada menos,
adonde nunca llegaremos.
Donde, aun si nuestro pie
llegase a dar por un instante
será, en verdad, como no estarse.
Es ese sitio que se ve
a cada rato en esta vida,
andando, andando de uno en fila.

Es seguro que el poeta José Ángel Valente, como el poeta César Vallejo, se sabía ese lugar y nunca dejó de verlo. Está figurado, figurándose, a lo largo de toda su obra, desde el desierto del primer poema al desierto de sus últimos textos: travesía infatigable hasta ese punto terminal del desierto donde el poeta ya no está sino en la luz de la noche y tal como en sí mismo la eternidad lo cambia: en el sin lugar, en la otra orilla; y somos ahora nosotros, sus lectores, sus amigos en la poesía, quienes recomenzamos la travesía siguiendo la huella de sus versos hacia el lugar del canto, el lugar de nadie, el lugar común.
Desde esta orilla, gracias, José Ángel, por esa huella.


NOTAS
1. Andrés Sánchez Robayna: " Prólogo", en José Ángel Valente. El fulgor, Antología poética (1953-1996) [selección de Andrés Sánchez Robayna]. Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores. Barcelona, 1998.
2. Américo Ferrari: "José Ángel Valente y la poesía hispanoamericana", en El encuentro, obra colectiva, Universidad de Murcia, Murcia, 1992.
3. José Ángel Valente: "Modernidad y posmodernidad: el Ángel de la historia", en Fin de siglo y formas de la modernidad, obra colectivaAlmería1987.


Américo Ferrari (Peru, 1929). Poeta, ensaísta e tradutor. Autor de livros como Los Sonidos del Silencio. Poetas peruanos en el siglo XX (1990), La Fiesta de los Locos (1991) e El bosque y sus caminos (1993). Notável estudioso da obra de César Vallejo e José María Eguren. Página ilustrada com obras de Luis Caballero (Colombia), artista convidado desta edição de ARC. Agulha Revista de Cultura # 23. Abril de 2002.






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