segunda-feira, 7 de setembro de 2015

CHRISTIAN NÚÑEZ | Los límites del lenguaje: Manuel Iris


Con Los disfraces del fuego, Manuel Iris (Campeche, México, 1983) reinventa las posibilidades del silencio a partir de las piezas Für AlinaTabula Rasa y Kirye, Berliner Messe del compositor estonio Arvo Pärt. El poemario recibió el Premio Regional de Poesía Rudolfo Figueroa 2014. A continuación, reproducimos esta entrevista para conejobelga.


Primeros Acordes
Considero que el silencio es la posibilidad de creación de cualquier estética: es el espacio en que cualquier estética puede darse. El silencio es la quietud, pero no necesariamente la calma. El silencio es a la palabra lo que el espacio a la arquitectura. Recuerdo muchas veces estar en edificios grandes, catedrales o estadios, impresionado por el espacio que contienen. Ese mismo espacio es mayor cuando uno está fuera de los edificios, pero algo hay en las paredes, en los arcos, las columnas, que nos hace apreciar precisamente todo lo que hay entre ellas. Recuerdo mucho una iglesia yucateca que tenía el techo lleno de agujeros en los que habitaban golondrinas, que volaban durante las misas. El vuelo de esos pájaros me dejaba ver la enorme cantidad de espacio contenido dentro del templo. Todo ese aire, toda esa posibilidad para el vuelo de los pájaros durante los actos religiosos me parecía preciosa. El silencio de un poema es como ese espacio entre las paredes, hecho para posibles pájaros.
Creo que la equivalencia silencio-espacio y sonido-objeto (el pájaro), que ahora vislumbro, explica más o menos claramente mi postura. La palabra poética es sonido, sonido significante. Un sonido emparentado con la música. Sin silencio no son posibles ni la música ni el ruido, la palabra ni el grito, la conversación ni el poema.

Arvo Pärt
Descubrí a Pärt gracias a un amigo de Cincinnati, un poeta y músico llamado Robby Rigth que ahora vive en la República Checa. Es uno de mis mejores amigos. Durante el último año de escritura de mi tesis doctoral Robby igualmente terminaba sus exámenes de grado, él en el departamento de inglés. Los dos éramos estudiantes becados y no podíamos ser más enamorados de la literatura, más enamorados de Rilke (nuestra obsesión mutua es Rilke), más pobres (ninguno de los dos tenía dinero sino para un par de cervezas de vez en cuando), ni más necesitados de algo que nos ligara a la trascendencia. Robby, no sé cómo, descubrió a Pärt.
Un día en su casa (un departamento en un área difícil de Cincinnati, en el cual tenía como vecino a un drug dealersimpatiquísimo), mientras esperábamos que la nieve diese un poco de tregua, Robby puso a Pärt y fue como si la nieve misma se hubiera detenido en el aire, antes de tocar el suelo. Todo se detuvo. Escuchamos el Tabula Rasa dos o tres veces. Luego de esa noche estuve obsesionado con Pärt como lo estoy hasta ahora.
En realidad no sé si Pärt entró a formar parte de mi poética, ya formada, o si mi poética se ha modelado tras la experiencia de escuchar a Pärt. Me parece que son ambas cosas. De algún modo mi poética y mi tono siempre fueron proclives a Pärt, porque me interesa la posibilidad de hablarle a la trascendencia, de conectar con ella, por medio del arte. Algo de mística hay en mi manera de concebir la poesía y el silencio.

Mística y Trascendencia
He vivido mi vida entera yendo y viniendo del ateísmo. Soy un agnóstico que por momentos se convierte en ateo, pero que regresa, precisamente por el arte, a creer en la trascendencia. Tal vez sea porque no quiero pensar que escribo solamente acerca de la humanidad, solamente para esto. Me gusta pensar que vislumbro algo posterior o anterior, que el arte apunta a un misterio que es precisamente lo que hay más allá de todo esto que sentimos con el cuerpo y que podemos abarcar con la mente.
Al final, creer es una elección, y yo elijo creer la mayor parte de las veces. A diferencia de lo que pasa con otros artistas, para mí ha sido el arte, precisamente, lo que me ha arrojado hacia la certeza de la trascendencia. El arte, el amor, la belleza y el deseo me arrojan a la creencia de que esto no es todo, de que hay un misterio posterior y anterior a todo esto, otra cosa.

Me interesan Wagner, Debussy, Erick Satie, Arvo Pärt y varios otros que, cuando los escucho, me hacen sentir testigo de un diálogo que no es conmigo sino con la trascendencia. Todos estos compositores me dan la impresión de hablar con algún misterio directamente, mientras que nosotros escuchamos como detrás de una puerta o pegando el oído a una pared. Eso me pasa con Rilke y Pessoa, para dar ejemplos literarios. O con algunos poetas latinoamericanos como Rosamel Del Valle, Juan Sánchez Peláez o  Vicente Gerbasi. Todos estos artistas me dan la impresión de haber logrado algo que no estaba dirigido a nosotros sino indirectamente. Yo celebro eso, esa luz que nos llega reflejada.

Silencio, Música y Minimalismo
No es casual que las categorías que mencionas se nutran una a la otra, entrecruzadamente. Al centro de todo está el silencio como búsqueda de la calma o la lucidez. Más que el silencio se busca, o se ejerce, el silenciamiento, que es puerta de la vida interior. Algo muy parecido al silencio anterior y posterior a la oración es el silencio que preludia y que cierra la aparición del poema. El minimalismo precisamente es eso: la exploración del silencio o del espacio para evidenciarlos. La mística, yo creo, es un resultado natural de ese estado de búsqueda interior propiciado por el silencio. Hay dos opciones frente al silencio: la angustia y la mística. Depende de si el silencio se lee como nada o como posibilidad del misterio. Yo he optado por lo segundo. Ahora, al menos.

Gonzalo Rojas: Al silencio
Este poema me ha perseguido siempre. He admirado todo el tiempo el modo en que Rojas parece decir lo imposible en ese particular poema, y me gusta que lo diga así, tan lleno de voz como todo lo que escribe. Rojas no puede susurrar, habla siempre con tono oratorio, lleno de sus palabras, y en ese poema le habla al silencio y llena la oquedad sin contradecirla.  Por eso el poema tiene que ser breve y tiene que terminar con ese cambio de tono, ese recogimiento de los últimos versos que da la entrada al silencio mismo. Me parece un poema perfecto, formidable. Lo leo con envidia y azoro.
Por supuesto, la anécdota es realmente bella. Me parece muy indicativo que Rojas señale la oscuridad como cercana al silencio. En cambio, a mí el silencio se me ha revelado como una forma de la luz. Probablemente porque su manifestación más clara para mí ha sido la nieve. En Cincinnati han sido muchas las ocasiones en que, al despertar, el mundo ha cambiado, se ha vuelto blanco y transparente, deslumbrante. Toda esta metamorfosis sucede sin sonido, sin aviso alguno. Distinta a la lluvia, la nieve cae en el silencio más entero, y el testimonio del silencio es la luz tendida por el suelo, por los techos, sobre absolutamente todo.
Los disfraces del fuego me ha sucedido como por dictado. No tenía la intención de escribir un libro sobre estos temas. Un día, regresando del trabajo me puse a escuchar a Pärt y surgió el primer verso del primer poema: Quiero jugar a herirte, mi silencio. Luego de eso los poemas fueron saliendo uno tras otro, y su respiración era cercana a la de la música que escuchaba. No recuerdo cuántos poemas de esa sección hice esa noche, pero fueron varios. El libro entero se escribió en poco tiempo, algunos meses apenas. Durante ese lapso, Los disfraces del fuego no me dejaba dormir. Siempre intenté escribir los poemas a propósito y fracasé. En cambio, muchas veces tuve que despertarme en medio de la noche, o renunciar a dormir una vez en la cama, porque un poema o un verso aparecía. Los poemas solamente se me ofrecían cuando estaba en estado de calma, callado. No ha sido así con ninguno de mis libros anteriores.

Proceso Creativo
La verdad es que no genero un concepto sino que me doy cuenta de que existe cuando ya está prácticamente escrito. Casi nunca tengo idea clara de lo que quiero decir en un poema, sino que escribo y luego lo leo para informarme sobre ese asunto recién descubierto. Entonces empiezo a utilizar la inteligencia, la intuición o el oído, para corregir. Siempre me llegan las palabras antes que las ideas. Igualmente, casi nunca soy consciente de que estoy escribiendo libros. Siempre pienso que estoy haciendo poemas sueltos y resulta (es natural, supongo) que los poemas de un mismo periodo vital hablan más o menos de las mismas cosas. Luego los junto y me doy cuenta de que efectivamente hay una posible estructura y la delineo y entonces la empiezo a seguir. Siempre mi camino es así: el pensamiento llega después.

Eterno Retorno
La idea de las repeticiones y los arquetipos, de los fractales, me ha obsesionado desde hace mucho pero ahora lo hace de un modo más claro. Se ha convertido en una obsesión central, alimentada por observaciones empíricas (que las líneas de las venas se parecen a las de los ríos, que se parecen a las de las grietas en la tierra seca, que se parecen al trazo de las ramas desnudas de un árbol, que se parecen al trazo del relámpago, y así) no solamente en lo físico sino en lo vital, lo existencial. La idea de que la novedad no existe sino en la repetición me parece incontestable.  
Creo que las primeras nociones literarias o artísticas acerca de esto me llegaron por la lectura de Borges y Elizondo, que son dos de mis autores tutelares. Ambos tienen absoluta certeza en la existencia de la repetición de los arquetipos, y ahora la tengo yo. La idea no ha sido suya, no es nueva y ha sido expresada de maneras distintas en diversos momentos.
Es verdad que algo hay de yin-yang y de oriental en el libro. Creo que el pez, ese pez circular de cuerpo de agua y cola de fuego de la portada del libro es un poco eso. Ha sido el resultado de la lectura de Natalia Luna, poeta e ilustradora regia. Yo ahora mismo no creo en la circularidad sino en las repeticiones, y sin embargo me parece que todas esas referencias están allí, no porque yo las haya buscado directamente, sino porque es imposible no tocarlas, advertidamente o no, al hablar de estos asuntos.

Intervalos
Yo guardo mucho silencio entre un libro y otro, porque cada vez que termino un libro me quedo como vaciado, vacío, sin nada qué decir, y necesito tiempo de lectura, vida y recogimiento hasta que alguna necesidad expresiva aparezca de nuevo. A veces parece que no sucederá, pero no me desespero. Últimamente, el silencio se ha vuelto una especie de vocación. Los disfraces del fuego ha transformado algo en mí, aunque no lo entiendo del todo ahora mismo. Estoy infinitamente más cómodo con mi silencio y le dedico más tiempo a la contemplación.
Tristeza, creo que no hay tal. Tal vez me equivoque. Hay nostalgia, sí. Pero se me ha hecho doble, ineludible: ahora cuando voy a México extraño Cincinnati. Ya no tengo refugio contra la saudade. En ambos sitios tengo amigos y lugares, rutinas que amo. En ambos sitios me siento en casa.
Por momentos, es verdad, veo las cosas que suceden en México y me parece imposible que un país tolere tanto sin caerse a pedazos. En esos momentos tengo, más que tristeza, una profunda desesperanza, una impotencia ciega.


***

Christian Núñez (México, 1981). Licenciado en Humanidades y Filosofía. Se ha desarrollado de forma interdisciplinaria en el periodismo cultural, la escritura creativa, la comunicación publicitaria y las artes visuales. Editor de contenidos en BrainPOP en Español, blogger en conejobelga.blogspot.com y autor de Shhh (2008), La burbuja azul (2009) y The Crying Boy Project (2013). Página ilustrada con obras de Zuca Sardan (Brasil), artista invitado de esta edición de ARC.







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