segunda-feira, 8 de junho de 2015

FERNANDO SORRENTINO | Conversaciones con Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges



1. ADOLFO BIOY CASARES OPINA SOBRE ROBERTO ARLT, EDUARDO MALLEA Y MANUEL MUJICA LÁINEZ | En la “Cuarta conversación” de su libro Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires: Editorial Losada, 2007), Fernando Sorrentino interroga al célebre escritor sobre algunos colegas de la literatura argentina. Las respuestas muestran a un Bioy Casares bastante dubitativo…

FS | Cuando en 1940 aparece La invención de Morel, había dos escritores muy disímiles entre sí, y que ya tenían bastante presti­gio: Roberto Arlt y Eduardo Mallea. ¿Cómo los veías, te han interesado, te han influido?

ABC | A Arlt no lo he conocido personalmente. Me gustó El juguete rabioso. Leí muchas de las Aguafuertes porteñas, y algunas de ellas me parecieron bastante buenas. Pero mi admiración no se extiende al resto de la obra de Arlt: me parece que está muy sobrevaluado… Creo que también Mallea está sobrevaluado. Yo era amigo de él. Creo que Mallea era muy buena persona, pero no he leído ningún texto suyo que me haya gustado. Ninguno. Tal vez Chaves sea un poco superior a otros, pero tampoco me gusta. No hay un solo texto de Mallea que me guste. Así que no es mucho lo que puedo decir de él… Recuerdo que una vez Mallea me dijo “Somos muy pocos los que escribimos bien”; pero yo no me contaba entre ellos: él sí se había incluido. Y yo siempre me he pregun­tado si Mallea realmente creía que escribía muy bien… Hacia el final de su vida él sentía un gran desencanto, pero no creo que fuera un desencanto sobre su obra sino sobre la estimación de su obra. A Mallea creo que le ocurrió una cosa muy patética. Quiero decir: mucha gente, que es famosa mientras vive, deja de ser famosa cuando muere: es como si esa fama hubiera necesitado de la simpatía, de la capacidad de convicción, del prestigio social, de la fuerza política, o de lo que sea, de la persona en cuestión. Desaparecido el escritor, la obra por sí misma no se mantiene. Pero con Mallea ocurrió algo peor. Mallea fue primero famosísimo en vida y después fue olvidado en vida. A veces me pregunto si el hecho de que dejara de ser director del suplemento literario de La Nación le restó la admiración de muchos posibles colaboradores del suplemento… Bueno, esto, para admitirlo, hasta parece demasiado satírico, parece demasiado craso. Pero es que realmente ocurrió algo que fue paralelo a eso: antes todo el mundo admiraba a Mallea y luego nadie lo siguió admirando… Desde luego lo que me parece más raro es que lo admiraran: yo nunca lo admiré. Pero también me parece raro cómo, de repente, dejaron de admirarlo. De todos modos, a veces encuentro personas que sienten una gran admiración por Mallea, y te aseguro que tengo ganas de que me revelen mi error y que me prueben que en Mallea hay algo muy bueno, porque él me pareció una muy buena persona. Era tal vez un hombre obsesionado, y la obsesión gene­ral­mente quita lucidez. Mallea estaba obsesionado contra cierta gente y, hacia el final de su vida, también muy irritado. Pero creo que Mallea era esencialmente un partidario del bien; era un hombre noble que quería el bien. Por qué escribía tan mal, no sé. A mí con Mallea me pasó algo raro. Yo sentía afecto por él como persona, y, sin embargo, él, en algún momento, y nunca supe bien por qué, se resintió terriblemente conmigo. Y me maltrataba casi ostensiblemente, y yo le tenía lástima y le perdonaba ese maltrato… Sospecho que una vez yo… -porque yo he revisado los hechos: ¿por qué Mallea estaría enojado conmigo?-, sospecho que una vez yo dije algo… Resulta que la mujer de Mallea era víctima de sus propios nervios, y estaba dominada por ellos. Y sus nervios eran realmente desorbitados, eran nervios terribles. A Mallea lo he visto maltratado por ella de una manera casi insoportable, y Mallea, con gran resignación, aguantaba eso y se mostraba como una perso­na que aceptaba la esclavitud, pero no por debilidad ni por bajos motivos, sino simplemente por cariño hacia su mujer. Entonces alguna vez yo comenté eso con un íntimo amigo de Mallea y dije que yo hubiera preferido que Mallea se liberara de esa mujer que tan­to lo maltrataba, aunque también comprendía que la actitud de Mallea era muy noble. Y pienso que, a lo mejor, Mallea se enteró de esto que dije yo, y desde entonces, por lealtad a su mujer, empezó a maltratarme. Finalmente, parece que se hubiera cansado de maltratarme y en los últimos años de su vida fue muy amistoso conmigo.

FS | Ese episodio, ¿de qué época es?

ABC | Ese episodio puede haber sido del 64…, por ahí… Fue durante las últimas veces que él y yo estuvimos en el jurado del concurso de La Nación. Yo sentía que Mallea era abiertamente hostil conmigo. Y, como si hubiera sido un príncipe o Einstein, yo lo perdonaba a Mallea; normalmente, yo tendría que haberme enojado y tendría que haberlo mandado a la miércoles. Pero, con una especie de rara soberbia, yo lo perdonaba. Y, en definitiva, me alegro de haberlo perdonado, porque creo que todo el final de su vida fue muy duro y muy triste. Creo que él sentía su propia decadencia y sentía la tiranía de su mujer, que a su vez era víctima de algo que estaba en ella y que no era ella: era como si un demonio se hubiera posesionado de esa mujer… Y entonces -aunque se hubiera justificado que yo lo hubiera mandado a Mallea a la miércoles- me alegro de no haber contribuido con algo malo a esa triste decadencia. Era el hundimiento de una persona: era como si a Mallea todo lo hundiera, como si toda la gente lo hundiera. Y él estaba enfermo… Recuerdo que, en uno de los tra­bajos mandados al concurso de La Nación, el au­tor -para ser premiado- elogiaba a algunos miembros del jurado, y también a algunos otros escritores que no eran miembros del jurado… Y entonces lo elogiaba a Borges, me elogiaba a mí, elogiaba tal vez a Cortázar o tal vez a Arlt… Y entonces Mallea dijo tristemente: “Elogia a todos los que están de moda”. Era algo patético y a la vez torpe, porque ahí estábamos dos de ésos… En fin… Yo, cuando he hablado con él, tuve la impresión de que Mallea era bastante sensato. Pero, al leerlo, no he tenido la misma impresión. Y hasta podría decir que la admiración que en una época lo rodeó le hizo mal porque ¡escribió demasiados libros…! Él tendría que haberse dado cuenta de que eran demasiados. En definitiva, creo que Mallea debió de haber sido una persona bastante soberbia. Y hacia el final de su vida estuvo tristísimo, lo cual hace que todo sea aún más patético. Como destino, el de Mallea fue un destino tristísimo. En Alemania y en Estados Unidos pasó algo parecido: la gente estaba preparada para admirar a Mallea y des­pués se sintió decepcionada. En Estados Uni­dos publicaron Fiesta en noviembre, creo que le pusieron Fiesta no más…

FS | Hay un artículo de Amado Alonso que elogia muchísimo ese libro…

ABC | Bueno, Amado Alonso era un típico profesor, desprovisto absolutamente de sentido crítico… Amado Alonso leía y leía, y para él era lo mismo una cosa que otra, y, si Mallea era admirado, bueno, él tenía también que ad­mirarlo… Cuando Fiesta en noviembre se pu­blicó en Estados Unidos, causó estupor. Porque la crítica estaba preparada para admirarlo, y se encontró con algo que no había por dónde ni cómo admirarlo.

FS | Bueno, Mallea y Arlt eran mayores que vos. Pero Mujica Láinez era prácticamente de tu edad…

ABC | Creo que Manucho era un escritor de verdad. Que sentía la literatura, que podía escribir, que tenía gran habilidad para escribir. Pero creo que frustraba algunas cosas porque las encaraba erróneamente. Yo creo que a él le hizo mal la vanidad. Manucho era muy vanidoso. Y, cuando se reía de su propia vanidad, resultaba encantador y muy inteligente. Pero, puerilmente, muchas veces quería lucirse, y entonces se demoraba demasiado en descripciones de objetos, de cuartos, de telas, etcétera. Esta morosidad quita el placer de la lectura y hasta irrita. Hace que a veces uno no entre en relatos que merecen ser leídos. Yo sé que más de una vez a mí un texto de Mujica Láinez me ha producido irritación y he tenido que sobreponerme para encontrar allí lo que había de bueno, que era mucho. Porque yo creo que Manucho era un verdadero escritor y que su obra merece ser leída.

FS | Yo a Mujica Láinez llegué al revés. Yo lo había visto en algún reportaje en televisión, y me resultaba más bien una persona antipática. Pero, cuando leí Misteriosa Buenos Aires, me pareció una maravilla, y cambié de opinión sobre el autor. Y después hemos cambiado algunas cartas, y ahora sólo tengo elogios para él: siempre fue muy simpático y muy bueno conmigo.

ABC | Es que Manucho era muy bueno. Era muy buena persona. Oíme: él podía ser cruel por el placer de decir una cosa graciosa. Yo se la celebraba, porque sabía por qué la había dicho: él había visto la ocasión de hacer una buena frase y ¿por qué no la iba a hacer? Pero no por eso dejaba de quererte y de desearte el bien: simplemente sentía la diversión que le ofrecía ese efecto literario y, bueno, entonces hacía la broma. Pero, además, que eso esté un poco mal depende también de la valoración que le da el que lo oye. Si uno lo oye como una condena de algo, entonces se convierte en algo malo, en hundir a una persona porque sí. Pero, si lo que toma uno de eso es sólo lo que hay de gracioso y acertado literariamente, entonces no hay ninguna maldad, ya que uno no piensa mal de la víctima sino que piensa que ésta ha dado pie a una cosa ingeniosa.



2. JORGE LUIS BORGES OPINA SOBRE ESCRITORES ESPAÑOLES | En la “Sexta conversación” de su libro Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (Buenos Aires: Editorial Losada, 2007), Fernando Sorrentino interroga al genial escritor sobre algunos aspectos de la literatura española. Las respuestas muestran a un Borges muy poco entusiasta con respecto a los méritos de las letras peninsulares…

FS | Los ensayos que usted publicó en 1932, en Discusión, ¿los volvería a escribir con esos mismos conceptos?

JLB | No. No recuerdo cuáles son los conceptos, pero sería muy triste que yo no hubiera adelantado nada, ¿no?

FS | Bueno, para buscar un ejemplo concreto: digamos el artículo sobre “Quevedo”, que apareció en Otras inquisiciones… ¿Usted opina de modo distinto ahora?

JLB | Sí, yo creo que yo tenía una admiración excesiva por Quevedo. Y los que me curaron de esa admiración excesiva fueron dos: uno, Adolfo Bioy Casares, y el otro, el mismo Quevedo, a quien yo he tratado de releer, y que me parece ahora un literato demasiado consciente de lo que hace. Me parece, además, que hay algo duro, dogmático, en Quevedo. Al mismo tiempo, hay una afición a los juegos de palabras bobos -esa afición la comparte con Miguel de Unamuno, también-. Actualmente mi admiración por Quevedo es muy limitada… Es curioso: en aquella época, yo creía que Lugones era superior a Darío, y que Quevedo era superior a Góngora. Y ahora, Góngora y Darío me parecen muy superiores a Quevedo y Lugones. Creo que tienen cierta inocencia, cierta espontaneidad, que no tuvieron los otros -que tomaron todo demasiado en serio-.

FS | ¿En Góngora le parece que hay espontaneidad?

JLB | En algunos sonetos, sí. Desde luego, en las últimas obras de él, no: en las Soledades, en el Polifemo (estas obras me parece que corresponden a una suerte casi -yo diría- de perversión literaria). Pero creo que hay sonetos -el soneto “A Córdoba”, por ejemplo, y otros- en que hay espontaneidad. Y en Quevedo es muy raro que la haya.

FS | Ya que acaba de nombrar a Unamuno… ¿Qué opina de él, de Azorín y de Antonio Machado?

JLB | Creo que Unamuno, a pesar de sus defectos, es superior a los otros. En cuanto a Azorín, me parece un escritor absolutamente deleznable, o que sólo tiene virtudes negativas. Tiene la virtud de no haber cometido ciertos errores, de haber eludido el énfasis español… Pero, en fin, ésta es una virtud de omisión, podemos decir. Y no creo que haya ningún valor positivo en su obra.

FS | ¿Casi se podría decir que no es más que un periodista?

JLB | Sí. Pero uno espera que un periodista sea más entretenido que Azorín. De modo que no sé si hubiera tenido éxito como periodista: posiblemente le hubieran devuelto sus crónicas. Es una persona que parece muy interesada en circunstancias mínimas: el hecho de si llueve o no llueve, etcétera. Ahora, en cuanto a Antonio Machado, desde luego tiene algunas páginas espléndidas, pero, al mismo tiempo, tiene otras en que se ve al andaluz que trata de ser castellano, que abunda en nombres propios geográficos. Realmente, creo que comparto la opinión de Cansinos Assens, que decía que Manuel Machado le parecía superior a Antonio. Desde luego, un escritor debe ser juzgado por sus mejores páginas, siempre. Y creo que las mejores páginas de Manuel no son inferiores a las mejores de Antonio. Además, creo que es muy posible que haya influido el hecho de que Antonio fue republicano y de que Manuel Machado fue franquista, y me parece absurdo juzgar a un escritor por sus opiniones políticas.

FS | Hablando de andaluces, si García Lorca no hubiese sido fusilado, tendría sólo un año más que usted. ¿Cómo ve a ese escritor, prácticamente coetáneo suyo?

JLB | A mí, García Lorca siempre me ha parecido un poeta menor. Me ha parecido un poeta meramente pintoresco, un poeta que aplicó ciertos procedimientos de la literatura francesa de entonces a los temas andaluces. Algo así como Fernán Silva Valdés aplicó el incipiente ultraísmo a ciertos temas de la nostalgia criolla, en Agua del tiempo. Más o menos lo que después haría Güiraldes con Don Segundo Sombra. La verdad es que yo nunca he podido admirar mucho a García Lorca. O, mejor dicho, me parece que lo que él hacía en verso estaba bien, pero que no es muy importante lo que ha hecho; me parece que es puramente verbal, que se nota cierta íntima frialdad en todo lo que él escribe. Como escritor, es incapaz de pasión. Y, en cuanto a las obras de teatro, no sé si puedo juzgarlo por un pieza llamada Yerma, una pieza que yo no pude ver hasta el fin, porque me aburrió tanto, que me tuve que ir. Creo que él tuvo la suerte de ser fusilado y creo que eso contribuye, ¿no? Posiblemente, con el tiempo él hubiera aprendido a jugar a otros juegos más interesantes que los suyos. Y creo que la mía es la opinión de mucha gente en España, sobre todo en Andalucía. Creo que García Lorca ha de tener más éxito -digamos- en Castilla o en Galicia, y no en Andalucía, donde notan la falsedad de su andalucismo. Y, desde luego, tendrá aún más éxito en Francia.

FS | Usted me había dicho que el siglo xviii español vale poco...

JLB | Más bien diría que no vale nada.

FS | … que el xix es una vergüenza…

JLB | ¡Es que realmente es una vergüenza!

FS | Bien. En cuanto al siglo xx español, yo le nombré estos escritores para ver si surgía alguna figura de su agrado. ¿Juan Ramón Jiménez, tal vez?

JLB | Juan Ramón Jiménez empezó escribiendo bien, pero al final se resignó a cualquier cosa. Los últimos libros de Juan Ramón Jiménez parecen puramente casuales: parece que él escribiera cualquier cosa que se le ocurriera. O no solamente cualquier cosa: cualquier palabra, cualquier conjunto de frases que se le ocurriera. Creo, en fin, que la literatura argentina contemporánea es más rica que la literatura española contemporánea.


FERNANDO SORRENTINO (Argentina, 1942). Narrador y ensayista. Autor de libros como En defensa propia (1982), El remedio para el rey ciego (1984), y Crónica costumbrista (1992). Las dos conversaciones aquí reproducidas con autorización de su autor hacen parte de libros distintos: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974) y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992). Página ilustrada con obras de J. Karl Bogartte (Estados Unidos), artista invitado de esta edición de ARC.


Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 11 | Junho de 2015
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