sábado, 22 de novembro de 2014

MATEO RELLO | Manuel Rivas: el rayo que no cesa





Manuel RivasSi por algo se caracteriza Manuel Rivas (A Coruña, 1957) es, sin duda, por su exuberante creatividad. No es de extrañar, pues, que este gallego situacionista se defina a sí mismo como un contrabandista de los géneros, y que salte de la poesía a la novela, de ésta a la prensa y del periódico a la pantalla con la misma (aparente) facilidad. Rivas ha tenido la gentileza y la paciencia de contestar a vuelta de correo este bombardeo de preguntas. [MR]

MATEO RELLO | En 2009 se publicó La desaparición de la nieve, un poemario en gallego que se editaba acompañado en un mismo volumen de sus traducciones al castellano, catalán y euskera. Concebiste ese proyecto como un “bosque de la biodiversidad” lingüística. Sin embargo, parece que la realidad va por otro lado: con frecuencia da la sensación de que entre los propios ámbitos lingüísticos peninsulares hay poca curiosidad y colaboración mutuas; muchos vascos ignoran lo que escriben los catalanes, estos desconocen la obra de los gallegos, etc. Tu obra ha sido un gesto de optimismo. ¿Crees que vamos hacia una normalización de la convivencia, a una biodiversidad real, entre castellano, catalán, euskera y gallego? En un proyecto como La desaparición de la nieve, ¿la relación con Biel Mesquida y Jon Kortazar, traductores de los versos al catalán y vasco respectivamente, fue especial? ¿Participaste en el proceso más que en otras traducciones de tus títulos, al margen de haberte encargado de la traducción al castellano?

MANUEL RIVAS | Como dijo un marinero en relación con un naufragio, “tengo esperanza, pero una esperanza negativa”. Algo así siento ahora mismo sobre la perspectiva de una biodiversidad real. En términos de geopolítica y de poder cultural, en la Península no parece una prioridad para nadie, o para casi nadie. Por eso son tan importantes iniciativas individuales como la de vuestra revista. Hay que practicar el contrabando, abrir pasos. Y es una tarea poética extraer esperanza de la desesperanza.
LucebertEn cuanto a las relaciones con los traductores, en el caso de A desaparición da neve fue un proceso bastante diferente al habitual. Se acercó a la creación simultánea. El hecho de escribir, el primer texto, digamos, es ya una traducción. Uno traduce de dentro hacia afuera. Pero, además, al recibir las traducciones de Biel y Jon se producía un efecto parecido, se me ocurre, al de la cámara oscura: los poemas se recreaban. Creo que les compliqué un poco la vida, pero fue algo parecido al camino de quita y pon que Merlín, el mago jubilado, llevaba enrollado en un canuto.

MATEO RELLO | Has hablado con frecuencia de la importancia de la tradición oral, transmitida por tu madre, en tu acercamiento a la literatura. Esa tradición ha aportado siempre vigor y raigambre a tu obra. ¿Está ella en el origen de tu querencia por lo cotidiano (historias de personajes, presencia de los oficios), tanto como de ese sesgo mítico y fabulado (has hablado alguna vez de la naturaleza como “fábula más ecología”), tan galaico? La oralidad ¿tiene todavía un papel en tu mundo de creador? Por otro lado, un escritor de tu generación, formada bajo el régimen franquista, ¿cómo contacta con la tradición escrita en gallego?

MANUEL RIVAS | Creo que el canto está en el origen del lenguaje. También el relato poético, oral, está en el sustrato de lo que hoy llamamos literatura. Es interesante la interpretación crítica de la Odisea como un urdido de historias enlazadas por varias voces en el tiempo. Un escribir en el aire que va tomando forma hasta que un día se decanta en forma de texto. Dicho con la debida ironía, Homero son varios meros. Pero este ejemplo también nos puede servir para cuestionar una idea ingenua o naif sobre la oralidad, esa asociación entre lo oral y lo espontáneo. En la narrativa popular, en los cuentos de lar o taberna o velorio, para entendernos, hay un oficio, un mester del contar, una complejidad y una estructura formal en la que son fundamentales, cuando se logra, la sutilidad y la ironía. Es decir, se habla desde “otro tiempo”. Y ese “otro tiempo” no es antiguo ni moderno, sino “otro tiempo”. Cuando los animales hablaban. Es decir, pura vanguardia.
La primera herramienta en el oficio de escribir es el escuchar. Las historias te buscan, como decía Kafka, pero siempre que estés con los sentidos despiertos, en posición de escucha. Antes de ser escritor, antes y ahora, creo que soy un escoita. Así se llamaba a los marineros que tenían una oreja más grande que otra. En forma de caracola. Para escuchar el mar.
LucebertEl franquismo fue una mala sombra que me afectó, pero, por suerte, el lenguaje tiene una estrategia de supervivencia y se salva de las dosis de arsénico que en él depositan los regímenes totalitarios. El partido de la vida es frágil pero resistente, como la hierba, aunque le pase por encima la maquinaria pesada de la historia. Y las palabras, para sobrevivir sin perder el sentido, se refugian en las “voces bajas”.

MATEO RELLO | Modelar el vacío, trabajar con la materia en torno a él, contando con él ¿consiste en eso el sustracionismo del que hablas en algún poema? En todo caso, ¿se trata de una operación artística también al alcance del poeta? Sin alejarnos del tema: el fragmentarismo como estilo o técnica poéticas parece estar muy en boga (pienso en autores como Fernández Mallo, Sergio Gaspar, Kirmen Uribe o tú mismo); sin duda, jugando con los fragmentos se puede ofrecer una visión contemporánea de una sociedad contemporánea, amén de dejar soplar por sus huecos el misterio y la interrogación frente a la certeza plana y directa, pero, a la vez, ¿no se corre un cierto peligro de superficialidad o de una cierta falta de cohesión interna del poema? ¿Por qué tantos autores recurren a esta técnica? ¿Es un signo de tiempos posmodernos, del archipiélago? Aunque de modo ligeramente distinto, historia y biografía son dos ámbitos en los que la pérdida y el olvido excavan importantes galerías. Desde este punto de vista, cuestiones como azar y Canon, azar e identidad, ¿te interesan, por sí solas y en esas combinaciones?

MANUEL RIVAS | En Portugal llaman “deposito de monstros” a determinados tipos de vertederos. Lo que tenemos delante, en panorámica “histórica”, es un Depósito de Monstruos. Los grandes relatos históricos basados en la fe, la utopía, el progreso infinito... son eso: monstruos. Existen los añicos, los restos... Escribir hoy es andar al raque por la orilla del mar. En gallego se dice “andar ás crebas”. Apañar lo que el mar empuja, arroja o vomita. El mar es un gran productor de metáforas. Pero no se encuentran restos si no se deambula. Escribir para mí es deambular. Ese andar vadio, vagabundo, a lo zonzo, sin sentido aparente, es en sí un sentido. Si vas a un barrio de grandes bloques de edificios, sin zonas verdes, inhóspito, lo que uno tiene que hacer es fijarse en el andar situacionista de los ancianos: ellos te van a llevar a algún microclima, a una unidad de ambiente, donde se cuele el sol y fermente la memoria. Se refugian en el añico. Cada vez más achicado. Y desde allí se percibe todo lo substraído.
Así que el fragmentarismo no se puede separar del andar simultáneo, de la deriva, del vagabundeo. Que bordea el vacío. Que picotea en el hueco de la historia. De ponerle un adjetivo, hablaría de una poética vadía, vagabunda, que recompone los fragmentos como una constelación de sentido, con nueva simetrías. 

MATEO RELLO | Un poco más de dialéctica: permíteme la broma de decirte que, por tu tratamiento literario de la naturaleza, podrías pasar por un griego clásico: ésta nunca aparece como un cuadro estático, sino como proceso; es muerte y luego retorno y resurrección –dos elementos, por cierto, importantes en tu cosmología–; es el palimpsesto de la nieve, la misma que borra, pero protege la semilla y la memoria hasta que llega abril, el mes más cruel. Y un piroponaïf: a pesar de tanta dialéctica, hay en tu obra un cierto componente de imaginación infantil, de fábula, que invita a imaginarte como un personaje de Jean–Pierre Jeunet, empuñando aún la pequeña máquina de escribir de tu padrino, Xosé Couseiro.
Lucebert
MANUEL RIVAS | En el principio está el miedo, la necesidad de vencerlo. No es la noche. Sabemos que, al final, la noche ha venido para protegernos. Como decía Novalis, es la “gran reveladora”. El miedo te enfrenta al horror pero también al extremo de lo cómico. El primer miedo del que tengo memoria es el que me provocaron los cabezudos un día de fiesta: esos cabezudos eran los Reyes Católicos. Todavía andan por ahí, en los pasacalles.
Y, en cuanto a la naturaleza, no es el espacio de contemplación. Estamos en guerra contra ella. La tratamos como una puta o una esclava. Luego le hacemos poemas... Bueno, todavía hay lugar para un haiku, siempre que los mirlos estén ebrios con las bayas del madroño.

MATEO RELLO | Sueles decir que, aunque la poesía es “la célula madre” de tu obra, te consideras un “contrabandista de los géneros”. Añadiría que un contrabandista que, además, gusta del diálogo con otras artes (de hecho, te apoyas en la pintura para formular tu teoría del sustracionismo). Sea como sea, un contrabandista como tú, ¿opta por el poema cuando necesita una determinada forma de intensidad? Dicho de otro modo, quizás peligrosamente místico, la poesía ¿es literatura? Las palabras se encuentran en el poema de acuerdo a una “enigmática organización”, según expresión tuya. ¿Subyace en esa idea un resabio romántico, una reformulación del concepto de inspiración? ¿Por qué se ha reducido tanto tu producción poética desde finales de los 90? ¿Traes entre manos poemas nuevos? De ser así, ¿sigues alejándote de aquella poesía sentimental de tu juventud, yendo a otra de “conocimiento”?

MANUEL RIVAS | Los surrealistas hablaban del “círculo de los antónimos” como el punto de arranque creativo. La poesía es ese círculo, el primero de los círculos concéntricos de la literatura. La boca de la literatura se reconoce de inmediato. Intenta decir lo que no se puede decir. Es luz y sombra y luz. Enigmatiza. Ahí está la poesía, no importa en qué formato.
Al margen de esta idea, no he dejado de escribir y publicar poesía con el formato digamos “tradicional”, pero siempre en convulsión... En gallego se publicó una antología con obra en parte inédita: Do descoñecido ao descoñecido. Y por ahí andan poemas ceibes, sueltos, libres... 

MATEO RELLO | El miedo. La guerra y el miedo. Pero miedo no solo en la coyuntura bélica, sino como parte de la propia condición humana. Por él, tus inquietudes sobre la guerra del 36 superan el ámbito de reivindicación al que estamos acostumbrados. El miedo es una presencia frecuente en tu obra y se entrevera con la memoria. Ya en uno de tus primeros poemas, “Pan negro”, dedicado al abuelo republicano, es un tema importante.

MANUEL RIVAS | Nabokov defendía que el origen de la literatura estaba en el miedo, en esa forma de conjurar el miedo que son los cuentos tradicionales, como “Pedro y el lobo”. Y el miedo más común en esos cuentos es el miedo al abandono. Lo ocurrido en España, esta amnesia retrógrada, es una forma atroz de abandono, la victoria de la inhumanidad. La “hiel sempiterna”, que escribió Luís Cernuda.

MATEO RELLO | En 2011, el Día das Letras Galegas estuvo dedicado a Lois Pereiro, gran poeta cuya obra fuiste de los primeros en reivindicar. A priori, la poesía de Pereiro, tanto por su carácter transgresor y descarnado como por su impulso libertario, debe resultar incómoda a cualquier oficialidad; el hecho de que esta obra fuese la homenajeada de 2011, ¿supone un signo de normalidad en la cultura gallega? Y, aun siendo así, ¿levantó ampollas? ¿Te sientes partícipe de aquella misma movida atlántica en la que se ha encuadrado a Lois, y que cuenta con tantos representantes en el ámbito del pop (Os resentidos y, luego, Antón Reixa en solitario, Siniestro Total…). ¿Cómo es el momento que vive la poesía en gallego? ¿Goza de buena salud?

Lucebert

MANUEL RIVAS | En Galicia vivimos una época de “malestar de la cultura”, y lo digo en el sentido más freudiano. Es un estado de deconstrucción e incluso hostilidad. En realidad, el hábitat que nos es propio es el exilio, la diáspora, y un interior mohicano. Galicia renació en América. Esa sí que fue una movida. Una movida trasatlántica. Como un signo de lo que digo, pensemos que el himno gallego, que tiene letra interrogativa y no apodíctica, se interpretó por vez primera en La Habana, en 1906. A mediados del siglo XX, las principales editoriales gallegas estaban en Argentina y Uruguay. Si sigue este ritmo de deconstrucción, en pocos años tendremos que volver a editar en América... De vez en cuando hay que ponerse apoucalíptico, que es una forma moderada de ser apocalíptico.
Lo ocurrido este año con la obra de Lois parece contradecir este pesimismo. Un fenómeno que llamamos vento Lois. En fin, si nos ponemos estupendos podemos proclamar: ¡Qué bien cojea la literatura gallega!

MATEO RELLO | ¿Es posible reformular literariamente “lo colectivo” en época posmoderna, después de Lyotard?

MANUEL RIVAS | En Poesía como arte insurgente, Lawrence Ferlinghetiti habla del poeta como “cuarta persona del singular”. Completaría la respuesta con el capítulo XIV de Las uvas de la ira. Allí está todo sobre el asunto.

Mateo Rello (España, 1968). Poeta y editor. Es autor de los poemarios Orilla sur, fábula de Barcelona (2002), Libro de cuentos (2009) y A lomos de salamandra (2009). Entrevista originalmente publicada em Caravansari # 4 (Barcelona, 2013), revista que el mismo dirige: www.caravansari.com. Traducción al castellano de Fina Iglesias. Contacto: mateorello@andaluciajunta.es. Página ilustrada con obras de Lucebert (Holanda), artista invitado de esta edición de ARC.



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