terça-feira, 25 de novembro de 2014

FLORIANO MARTINS | Investigaciones sobre la tradición lírica en Bolivia en el siglo XX






I. LA PIEZA QUE FALTA

El poema es parte del mundo. No hay un solo poema fuera del mundo. La poesía es un juego de puentes entre el hombre y el mundo; un juego entre el espacio y el tiempo, entre el misterio y la mirada razonable de toda existencia. Aquello que puede despertar una lectura lúdica es la razón de ser del humano. No importa el credo, la ideología, la técnica; es siempre resultado de la expresión de lo que llevamos en nuestro interior, de nuestro deseo, máscara o fantasía de comunicación. Por eso la poesía es una revelación. Y revelación que es, al mismo tiempo, continuación del misterio, la llave para seguir viviendo.
Como siempre tratara de recordar Robert Graves, “lo que más beneficia a un poeta es el conocimiento y la comprensión de los mitos”, dos elementos fundamentales que, sin embargo, no resultan sin la presencia de la magia poética, talento o potencia creadora. Una tradición lírica, en consecuencia, es más fuerte cuando toma en cuenta dichos aspectos. Y su comprensión exige la escisión con todo que no está de acuerdo con su esencia ulterior, con la riqueza necesaria a su formación estética.
Tal vez el mayor obstáculo que ha enfrentado el modernismo en Hispanoamérica sea el hecho de que le ha tocadoinventar una tradición. Su tarea máxima fue encontrar fuerzas para una alquimia inaplazable —la de mezclar la multiplicidad de mitos locales con aquellos que llegaron con el colonizador europeo—. Este desafío alquímico exigía igualmente la creación de un lenguaje propio, lo mismo que la destreza para engendrar nuevos temas. El reto estaba en penetrar los misterios parnasianos y simbolistas, estimar sus conquistas, manejar sus configuraciones y salir desde allí como innovadores.
En el caso boliviano, en particular, existe una dificultad agregada: la equivocación de lectura de Franz Tamayo (1879-1956), uno de sus intelectuales más influyentes en el paso del siglo XIX al XX en lo que respecta a las características simbolistas y parnasianas, desconociendo no solamente esas distinciones como la reacción a ellas desde otros poetas hispanoamericanos. La situación se agrava debido al hecho de que su poesía no corresponde con el impulso de su crítica. Tamayo rechazó todo intento de renovación del lenguaje poético, evocó un helenismo ajeno a la realidad de su tiempo, rindió culto a la forma de modo extravagante, es decir, lo más alejado de lo que se puede entender por originalidad.
Franz Tamayo es un tema polémico en esa perspectiva —diría malograda— de búsqueda de una identificación del modernismo en Hispanoamérica. Aspectos como la sensibilidad poética y la capacidad de aceptar y superar los conflictos de las relaciones entre dos mundos (el viejo, el nuevo, según la leyenda) apuntan en la dirección de poetas como Rubén Darío, Leopoldo Lugones, José Juan Tablada, Ramón López Velarde, César Vallejo, Oliverio Girondo, León de Greiff, Vicente Huidobro, como fuertes columnas de la reforma lírica por la que necesitaba pasar el continente.
En ese sentido, no es posible estar de acuerdo con un crítico como Harold Osborne, quien afirma que Tamayo, “arraigado como está en la literatura y quizá más profundamente aún en los clásicos, es con todo un poeta de sensibilidad americana”. Evocado por Mariano Baptista Gumucio en su prólogo a la Obra escogida (1979) de Franz Tamayo para la Biblioteca Ayacucho, de Venezuela, Osborne (1905-1997) fue un crítico inglés que vivió en La Paz al servicio del gobierno de su país. En su lectura acaba por despertar un tema que trataré más adelante: el ensimismamiento de la cultura boliviana.
En el mismo prólogo, el organizador habla de un “encierro físico y espiritual en el que se halla Bolivia y […] el menosprecio que los poderes públicos y los empresarios del nuevo riquismo vacunado sólidamente contra cualquier expresión del espíritu, manifiestan hacia la cultura”. No trataré aquí los dilemas políticos internos que caracterizan a nuestros países. Que la política refleje de alguna manera los errores de conocimiento internacional de la cultura local, ya lo sabemos. Nombres que están más allá o más acá de lo que representa o califica su obra. Por supuesto, es mejor no contar con la política.
La reclamación de Baptista Gumucio nos lleva a creer que el gobierno chileno o peruano o nicaragüense ha trabajado a favor de la internacionalización de la obra y el pensamiento de Huidobro, Vallejo o Darío. Igual por toda Hispanoamérica, menos en Bolivia. El tiempo ha pasado y de alguna manera las nuevas generaciones han pensado igual. Bolivia es un país victimizado por la ceguera política. Encontramos una pequeña distinción en la conclusión del prólogo de una antología de poetas bolivianos realizada por Mónica Velásquez Guzmán (1972), al decir: “Si bien nuestra tradición carece de un Neruda o de un Vallejo, está llena de múltiples caminos que se niegan a lo unívoco de ‘los grandes padres’ para proponerse más bien como parciales, críticas y originales búsquedas tanto del decir como del habitar el mundo”.
El largo ensayo que dedica Velásquez Guzmán a la poesía de su país — ella misma una destacada poeta—, que trata de “una tradición de continuidades y de diálogos”, apunta en otra dirección. La lírica boliviana se caracteriza por su capacidad ulterior de firmarse más allá de todo. El estudio de Velásquez Guzmán es revelador de las consonancias entre poetas y generaciones, y es tal vez el ensayo más rico sobre esas relaciones internas de una tradición lírica. Al mismo tiempo, me parece un texto ajeno a lo que sucede más allá de la habitación privada de la lírica boliviana. Repite el mismo dilema que me preocupa: a Bolivia —por lo menos a los poetas bolivianos— no le interesa mucho el resto del mundo. Está bien, acepto la decisión. Pero hay que conocer el riesgo de descubrir el mismo hilo negro infinitas veces al día por toda la eternidad.
La originalidad boliviana fue perseguida por muchos como la necesidad de patentar una estética. Carlos Medinaceli apunta la condición nórdica (herencia, influjo) en la poesía de José Eduardo Guerra (1893-1943), al mismo tiempo que establece como boliviana la retórica de poetas como Franz Tamayo y Gregorio Reynolds (1882-1948). Carlos Medinaceli fue un hombre dotado de gran sensibilidad que lo llevó a reunir a poetas y artistas en torno de la formación inicial del movimiento Gesta Bárbara, en 1918, la primera manifestación que señalaba la necesidad que tenía Bolivia de conocerse un poco más a sí misma.
Grupo y periódico compartían el mismo nombre: Gesta Bárbara. Pensado, articulado y realizado inicialmente por Carlos Medinaceli (1898-1945) y Gamaliel Churata (1897-1969), entre 1918 y 1925 fueron publicados, en Potosí, diez números de ese periódico que era vocero de un movimiento al mismo tiempo renovador de las letras y fundador de una bolivianidad. El mismo Medinaceli defendía que

la juventud que se ha agrupado en torno a Gesta Bárbara ha visto que, de las perfecciones con las que idealizó a su patria, a la áspera realidad del presente, medía un enorme camino por recorrer, y es de esa certidumbre que arrancamos la energía para combatir los males de la patria y la sinceridad para decirlos.
En la misma oportunidad evocaría:
Seamos profunda y auténticamente bolivianos, los primeros bolivianos como hasta hoy no lo ha sido ninguno por pretender ser europeos para conseguir sólo ser una caricatura.

Aunque parezca radical la ruptura con el pasado, algo de la generación anterior perdurará en la admiración de los participantes de Gesta Bárbara, en especial el poeta Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933), a quien muchos creen sea el inspirador del nombre Gesta Bárbara, gracias a su libro Castalia bárbara(1899). Según sintetiza Javier Badani Ruiz, la primera formación de este movimiento “se juntó para agitar las letras bolivianas bañadas por el romanticismo francés”, así que “su premisa, entonces, era introducir las nuevas corrientes modernistas”. En este sentido se dio una muy reñida disputa regional entre centro y periferia cultural, principalmente en Potosí. En medio de todo, el modernismo pasó sobre una nube de algodón por Bolivia, por lo que, en 1944, con la llegada de la segunda generación de Gesta Bárbara bajo la tutela de otro Medinaceli —Gustavo, sin parentesco con el primero—, ya no se habla en modernismo, sino de posmodernismo con sus primeros tópicos de vanguardia. Aquí observa el mismo Javier Badani Ruiz:

De todo el grupo, era Gustavo Medinaceli —uno de los primeros en introducir en el país elementos del surrealismo europeo— quien lideraba ese cambio con obras, como La niña del sístole inconforme; las metáforas utilizadas por “el poeta loco” ya nada tenían que ver con las expresiones pegajosas utilizadas hasta aquel entonces.

Me parece que esta segunda formación de Gesta Bárbara representa la verdadera entrada en la materia, al hablar de una consistencia y un cierto grado de polémica alcanzados en determinado momento en la historia de la literatura de un país. Entre los aspectos decisivos están la ampliación geográfica de la acción del movimiento, la calidad de las obras de sus integrantes y el énfasis de sus cuestionamientos. Ya no se trataba más de un movimiento regional, sino de algo que despertaba tanto interés como descontento en varias partes del país, incluso la capital. Con sus adhesiones y enemistades, pues, finalmente se fundaba la poesía en Bolivia.
Y desde ahí las disensiones internas, las fracturas en la comprensión del fenómeno poético. Los dos puntos extremos estaban representados, de algún modo, por la fascinación y el rechazo del surrealismo. Por un lado, la libertad metafórica de la poética de Gustavo Medinaceli (1923-1956) y Julio de la Vega (1924-2010); por el otro, la defensa de una poesía comprometida con la realidad social del país, como en el caso de Alberto Guerra Gutiérrez (1930-2006) y Héctor Borda Leaño (1927). El prejuicio en relación con el surrealismo actuaba en la misma dirección que la idea equivocada sobre la poesía como un arma física contra las injusticias sociales.
En su libro En busca de la piedra y el agua (2005), Gary Daher (1956) observa que “el surrealismo tiene en Edmundo Camargo su cúspide y su isla propia, marcada por el asombro y lo profundo, elementos que en Bolivia no se han dado en forma conjunta”. El punto que cabe aquí destacar es esa ausencia de “forma conjunta”. La idea de un surrealismo estratificado, en camadas de vida u obra, en particularidades de una u otra, tiene que ver con la equivocación de un crítico como el rumano Stefan Baciu, quien ha creado el término “parasurrealista”, en completa disonancia con la esencia de los postulados del surrealismo. Como bien recuerda el argentino Aldo Pellegrini, “lo que constituyó la novedad de este movimiento fue la creencia de que el arte no tiene una función en sí, sino que es un modo de expresión de lo vital en el hombre”. En este mismo texto, Pellegrini anota lo que él mismo llama “ensayo de clasificación”: intento de aclarar los poetas surrealistas que más se acercaban a las características como el automatismo, la exaltación lírica, el humor, lo maravilloso, sin que ese ejercicio de clasificación constituya una fractura de la condición esencial del surrealismo.
Cuando Daher se refiere a la ausencia, en Bolivia, de una actuación conjunta de las fuerzas del asombro y de lo profundo, es como decir que, en su país, el surrealismo no fue sino fruto de pasiones por aspectos aislados, casi siempre afectos a juegos de lenguaje, a metáforas con su chistosa carga de incoherencia. Como recuerda el chileno Hernán Ortega en su libro sobre Enrique Gómez-Correa, “en su esencia bretoniana, el surrealismo es un llamado hacia la búsqueda de nuevas relaciones entre seres humanos libres; contiene, por lo tanto, una cuota moral”. No importa tanto una adhesión formal al movimiento, la disposición declarada de seguir una cartilla, sino la comprensión de que hay una relación entre el subconsciente personal y la fuente de signos e imágenes que conforma nuestra existencia; que es preciso abrir las ventanas de lo que somos (hacia adentro, lo mismo que hacia afuera) en la búsqueda de un puente de esencias que aclare nuestra vida. El arte no es más que la conducción o dominio de una forma, pero esa otra cosa que todavía no sabemos qué. Hay poemas de Gustavo Medinaceli, Julio de la Vega, Humberto Jaimes Zuna (1926-1975), Edmundo Camargo (1936-1964), Blanca Wiethüchter (1947-2004), que en mucho se acercan de una estética surrealista. Al mismo tiempo, es conocida la discusión acerca de la adhesión al surrealismo en nuestro continente. Pero la presencia del surrealismo en los autores aquí referidos fue algo siempre evocado por sus escasos exegetas, jamás por ellos mismos.
Recuerdo una conversación que sostuve con Eduardo Mitre, en especial cuando hablamos de surrealismo:

El surrealismo en la poesía boliviana se manifiesta de manera clara en dos poetas hasta ahora no muy bien estudiados: Gustavo Medinaceli y Julio de la Vega. Ambos encarnan una libertad metafórica inusual hasta entonces en la poesía boliviana. Asimismo, con ellos, el erotismo y la experiencia de la urbe moderna cobran una carta de ciudadanía en la poesía de mi país. Pero el surrealismo no se limita a estos autores, sino que está presente, de manera soterrada, en casi todos los poetas dignos de mención: Guillermo Viscarra Fabre, Roberto Echazú, para nombrar dos de generaciones distintas y algo distantes. Frente a la poesía clacisista de un Tamayo, el surrealismo sopló como un viento de libertad, de exploración verbal.

En sus libros sobre la lírica boliviana, Mitre hace cierta defensa de la presencia del surrealismo en su país, pero lo que me dijo, en el mismo diálogo, sobre Jaime Saenz y Edmundo Camargo es lo mismo que uno podría decir de Gustavo Medinaceli y Julio de la Vega:

Lo que no veo en Saenz ni en Camargo es el ideario o las utopías revolucionarias que nutrieron a los surrealistas: instaurar la poesía en la vida, hacer de ésta una obra de arte más allá de la literatura. El erotismo, el amor, que en los surrealistas es un acto revolucionario contra el orden establecido, no creo que lo sea en Saenz. Su poesía amatoria es una constante y conmovedora evocación del sujeto amado ausente, no un reconocimiento de la presencia. Por ello mismo, el cuerpo es el gran ausente de su poesía. Le falta ese puente sensible. En su lugar, Jaime Saenz edificó una obra originalísima que no es un puente, sino una escalera en caracol por la que el poeta sube y baja infatigablemente a las tinieblas de la soledad o al vislumbre del otro, de la otredad, del tú liberador.

Lo que Mitre sostiene o anuncia aquí es que la poética de estos cuatro poetas necesita una lectura más allá de los límites clasificatorios, sea el surrealismo o las fronteras de una poética boliviana. Esto sí, es muy distinto de la reacción, por ejemplo, de un Alberto Guerra Gutiérrez, al decir que Gustavo Medinaceli

fracasó en su intento de imponer una escuela; y, claro, aunque él mismo escribió una poesía encaminada hacia el surrealismo, tampoco pasó más allá del intento, probablemente, porque la situación política y social del país hacían que el poeta hable del hambre y las injusticias, y no de los anaqueles del grito.

En la misma entrevista, Guerra Gutiérrez dice que Julio de la Vega “se dejó arrastrar por la corriente surrealista”, una vez más dejando clara la idea de que la poesía caminaba para la percepción del hombre como una pieza de reposición en un sistema político. Ya sabemos la adivinanza de esos criterios.
De regreso a la tensión entre lo lúdico y su antípoda social, lo más importante en el ambiente polémico establecido es que uno siente la organicidad de la poesía en las venas de la lírica boliviana. Cuando Adolfo Cáceres Romero define, sobre la segunda generación de Gesta Bárbara, que “sus postulados tendían a la realización de una obra eminentemente bolivianista, desarrollando e impulsando el arte y la cultura nacionales sin dejar de lado las culturas autóctonas del país”, lo que importa aquí es aceptar el grado de actuación en la formación de una tradición. Gesta Bárbara no ha sacado del todo a la cultura boliviana de su enfermedad más grave que es el solitarismo, pero ha dado un aporte fundamental en esa dirección.
Las contadas voces poéticas que trascendieron los límites geográficos siempre han recordado la importancia del desarrollo de Gesta Bárbara. Una de ellas, Pedro Shimose (1940) —tal vez la voz más consistente en su recepción internacional—, siempre ha reconocido públicamente la preponderancia de poetas en su país como Alcira Cardona Torrico (1926-2003), Gustavo Medinaceli, Oscar Alfaro (1921-1963), Julio de la Vega y otros. Sin embargo, hay que detenerse un poco en la cronología de publicación de los libros de esa nueva Bolivia.
Entre los años treinta y cincuenta del siglo pasado ya se habían publicado los primeros libros de Gustavo Medinaceli, Oscar Alfaro, Alcira Cardona Torrico, Jorge Suárez (1931-1998) y Fernando Ortiz Sanz (1914-2003), sin olvidar que Yolanda Bedregal (1916-1999) contaba con la publicación de toda su poesía, y que el boliviano Wilson Rocha (1921-2005) —quien desde joven salió a vivir en el nordeste brasileño, precisamente en Salvador— ya tenía dos libros publicados en Brasil.
Este recuerdo cronológico nos ayuda a comprender dos aspectos: los caminos que empezaba a cruzar la lírica boliviana en la búsqueda de sí misma, y el momento en que llega el aporte de sus voces centrales que son, al mismo tiempo, antípodas: Jaime Saenz (1921-1986) y Oscar Cerruto (1912-1981). La fecha de nacimiento de ambos compromete demasiado a Cerruto, que empieza, más que tardío (Cifra de las rosas y siete cantares, 1957), sin la fuerza explosiva de El escalpelo (1955), de Saenz. Cerruto representa, de alguna manera, el conservadurismo de una lírica, mientras que Saenz rompe en búsqueda de otras perspectivas. El tema de la angustia existencial en Cerruto es tratado bajo la perspectiva de un cronista, mientras que en Saenz, él mismo es el personaje de la oscuridad, del conflicto, de la amplitud profunda del misterio y la aniquilación del ser. Cerruto contempla el paisaje (tema, figura, lenguaje, no importa); Saenz es el paisaje, sus reflexiones sobre el dolor no se suceden en otro, él mismo es protagonista y crítico.
Es importante señalar la distinción entre ambos, una vez que recurrimos a ellos como parámetros de la elección de los poetas de esta antología. Por supuesto, hay características fuera del ámbito de la poética de ambos que son la marca de la poesía de muchos otros poetas, dentro y fuera del presente libro. Sin embargo, esta relación con el yo lírico es un punto que considero fundamental en la identificación de la relación que un poeta —en especial desde el convulsivo período de las vanguardias— mantiene consigo mismo y con el mundo.
La marginalización de Jaime Saenz tiene que ver con el prejuicio de la sociedad boliviana. Su zambullida en el mundo del alcohol, lo mismo que los abusos del lenguaje, el modo como ha cambiado la visión poética, su extravagancia de todo orden —poética y existencial—, fueron su crimen capital, imperdonable. No fuera la soledad cósmica de este país, y seguro se aceptaría a Saenz como un hermano, bajo ciertas circunstancias, de Martín Adán (1908-1985) o Dylan Thomas (1914-1953). El alcohol fue la justificación hasta el momento en que el mismo poeta trata de librarse de su vicio. Después fue el obstáculo de un homosexualismo que no le importaba a nadie. En verdad, Jaime Saenz ha donado a la lírica boliviana la llave del descenso al infierno de la existencia personal. En este sentido, ha sido el primer gran poeta moderno del país.
Saenz no tenía, sin embargo, la necesidad de declarar la íntima relación entre su vida y obra. En cada una de sus sentencias poéticas (fue entrañablemente proverbial) estaba claro que escribía ante un espejo, que él era el personaje de su lirismo trágico (una tragedia lírica). Es un autor muy raro que se ha observado a sí mismo, que ha escrito sobre su desesperación o riesgo frente a la vida, lo que recuerda en mucho al rumano Ghérasim Luca (1913-1994), quien experimentó algunas formas de suicidio y luego las narró en un libro. Es otra lectura de la relación entre poesía y vida, lo que hace de Luca y Saenz poetas que actuaron en la perspectiva extrema del surrealismo.
Por supuesto no cabe aquí insistir en equivalencias internacionales cuando el tema es la lírica boliviana y su falta de comunicación con el mundo. Ésta siempre estuvo aislada y, de algún modo, me parece que así continúa. No creo que se pueda explicar esa condición decididamente solitaria por razones geográficas, políticas, etc. La cultura trasciende esos medios de conducción del proceso histórico y ha reservado las más significantes sorpresas en todos tiempos.
Una generación posterior a la de Saenz se manifiesta a partir de la publicación de Triludio en el exilio (1961), de Pedro Shimose. Tomo a este poeta como referencial por una razón muy simple: su obra está marcada por un sentido muy particular de suma, es decir, Shimose va agregando en su camino lo que hay de revelador en su visón, que se hace más rica a cada encuentro con otros mundos, incluso al hablar de su propio pasado. En ese sentido, Shimose es el poeta de la abertura de Bolivia al mundo, hasta llegar al punto en que su poética toca la de Saenz por una curiosa razón: el yo poético de Reflexiones maquiavélicas(1980) de Shimose es la única forma de diálogo posible con el yo de Muerte por el tacto (1957), de Jaime Saenz. En los dos casos hay un descenso a los infiernos personales y de la creación sin correspondiente en la poesía en Bolivia. Es cierto que en Saenz el hablante es él mismo, mientras Shimose impone a otro el drama de sus reflexiones. Pero la voz lírica de uno corresponde a la voz dramática del otro, con igual tensión. No se trata, en Shimose, de un alejamiento del yo, sino de un recurso estilístico para dar énfasis distinto al discurso.
Es la misma táctica de Humberto Quino (1950) o de Benjamín Chávez (1971), voces de generaciones distintas y, naturalmente, con sus singularidades incuestionables. Quino corre incluso el riesgo de ser comprendido como cínico o fanfarrón, pues su apuesta es todavía más osada, caracterizada por una ácida ironía, una voz que incluso se burla de sí misma, destronando la condición humana de todo puesto de seguridad. Ya en poetas como Benjamín Chávez o Gabriel Casazola (1972), la apuesta es más clásica, pues el lenguaje no se arriesga tanto, aunque el hablante, en ambos, lleve al límite el juego de despersonalización.
Casi como en la otra punta de ese sistema poético se encuentran las voces que toman en cuenta más la lectura metafísica de Oscar Cerruto. Algo permanece de telurismo cósmico, de diálogo con los fantasmas de una nación perdida en su íntimo, de búsqueda del origen de las cosas terrenales y espectrales. Ese tipo de conflicto lírico lo encontramos bien revelado en la poesía de Matilde Casazola Mendoza (1943), Gary Daher (1956) y Vilma Tapia Anaya (1960). De alguna manera tiene que ver con el rescate de lo que otro poeta, Homero Carvallo Oliva (1957), llama “esencia primitiva”.
La defensa a puerta cerrada de una tradición son los requisitos para su permanencia, es verdad. Pero el mundo no cambia por esa permanencia. La realidad de los cambios está en la osadía de buscar nuevas perspectivas. El autorretrato es siempre apasionado y está a salvo por la lectura de sí mismo. Solamente al hombre le toca firmar un autorretrato, con sus aciertos y equivocaciones. No creo en poetas que quieran pertenecer a una tradición lírica. Cuando están allí es porque no hay otro modo. Los que persiguen un sitio donde prender la lámpara de sus inquietudes son los pobres diablos o los oportunistas de cualquier establo de la historia.
No he comentado la poética en particular de varios de los poetas aquí presentes por una razón: la necesidad de crear un ambiente de armonía en sus distintas semejanzas. El poema habla por sí, se defiende solo. Es una verdad poco satisfactoria al poeta, pero el lector la comprende bien. La opción intermedia fue buscar la palabra de los poetas vivos, en defensa de algunos de sus crímenes (capitales), por lo que a continuación leeremos la improvisación de una mesa de diálogo.
La idea de una pieza que falta a la lírica boliviana me ha sido dada por la retrospectiva de su misma historia. A partir de diversas lecturas de sus puntos más oscuros, por curiosos, redacté un cuestionario que fue presentado a todos los poetas vivos presentes a esta edición. La resultante que sigue es una selección de estas respuestas que permiten una compresión de hechos y firmantes. El diálogo —que tal vez refleja más la ausencia de diálogo— no está reproducido en su totalidad, pero están todos los poetas que aceptaron decir algo, todos los que tienen algo a agregar a la percepción del mundo poético que habitan.


II. MESA DE DIÁLOGOS

1 | FLORIANO MARTINS | El lugar que ocupa la poesía en la realidad, ¿continúa como una preocupación pertinente, o crees que hay temas más actuales que la poesía pueda evocar en nuestro tiempo?

JOSÉ ANTONIO TERÁN CAVERO | Digan lo que digan quienes insisten en que el lenguaje verdaderamente poético debe liberarse de todo referente, opino que un tropo nuevo, una metáfora, un poema, es algo que se añade a la realidad, enriqueciéndola y aún lavándola de podredumbres e indignidades.
Por lo demás, la poesía invade todas las expresiones artísticas dignas de tal nombre. Sería, por tanto, más preciso decir que, en nuestro trabajo, esa poesía se traduce en la composición de poemas. Los poemas son la otra realidad, la profunda e invisible al áspero vivir cotidiano. La otra voz de que disponemos para defendernos de lo inhóspito del mundo. Los poemas nunca fueron tan marginados de las preocupaciones intelectuales como ahora cuando además de la mesocracia y de las tecnolatrías, el interés se ha volcado a las publicaciones políticas, sociológicas y económicas. Las sub-culturas —sobre todo las del espectáculo— están a la orden del día.

NICOMEDES SUÁREZ ARAÚZ | Un aspecto fundamental que define a la realidad de nuestro tiempo es la aceleración vesánica del ritmo vivencial. El mundo exterior nos invade vertiginosamente; nuestra aprehensión del tiempo se ha acelerado a un ritmo eléctrico. La poesía emerge de un espacio o silencio interno que es hoy en día progresivamente más presionado que en eras anteriores. Personalmente busco contrarrestar el poder invasivo de la supra naturaleza posmoderna por medio de la contemplación, la meditación, la convivencia con la naturaleza, o sea con los ritmos naturales. También me empeño a compartir tiempo con mis seres queridos: mi esposa, mis hijos, y nuestro nieto Bjørn, cuya presencia me retorna al deleite de un mundo pre-verbal, de donde nace la poesía. La poesía desacelera al mundo, y por ello continua y siempre será pertinente. Entonces, para mí, no es tanto los temas que caracterizan la importancia de la poesía sino el lenguaje, su forma, su efecto en la psique y las emociones humanas.

MATILDE CASAZOLA MENDOZA | Con el acceso a Internet, vía directa para el conocimiento de muchos autores, así como los Festivales de poesía, que actualmente se han extendido por numerosos países, la poesía actual tiene mayor facilidad para moverse y ser conocida y apreciada. Por otro lado, la poesía ha sido siempre un vehículo para testimoniar realidades inmediatas. Sin embargo, el ritmo acelerado de la vida actual, hace que mucha gente reciba el mensaje poético un tanto superficialmente.

HUMBERTO QUINO | La poesía como un rito en que la lengua balbucea, para llevarla a un “punto de suspensión” (Deleuze): ese punto desde el cual el balancín de la mente, como una ineluctable necesidad, se sumerge en la realidad, en cuanto entendemos ésta como una totalidad. La poesía, sabemos, es también destrucción: destruir el signo en su raíz, significa apartarla radicalmente de los lugares comunes, de las retóricas al uso, de las estéticas previamente establecidas; mas para restaurar al ser en toda su plenitud, la poesía tiene que ser invención de una nueva lengua dentro de la lengua, ocupar las fisuras, los huecos, la carnalidad de esa realidad despedazada.
La poesía, como escritura, siempre fue la ocupación de una minoría. Mientras la poesía no instale la subversión, en diversos niveles: lingüístico, político, social etc., no será sino una alegoría inocua. Por el otro lado, el poeta no es un “organon” de conocimiento “absoluto”; es apenas aquel ser prescindible que se debate en una ebullición continua, sus síntomas: el aullido, el silencio, el grito, el desgarramiento…
Para el poeta, cuya preocupación es liberar al cercenado (esta sociedad mutila al hombre), la tentación de concebirse a sí mismo como augur, profeta o intermediario entre la divinidad y los hombres, es irresistible. El telos de su poética es poetizar el desastre, llevar la convulsión al extremo, canonizar el sufrimiento porque es real, delinear el mapa de la intensidad y la densidad humanas.

CÉ MENDIZÁBAL | La mejor poesía siempre ha tenido algo de impertinente. Digamos, ese puñetazo en la nuca que decía Kafka. Esta es la que ha estado, sigue y no va a desaparecer. Va a seguir haciéndose y no va a perder su capacidad de conmoción.

GARY DAHER | La poesía siempre toca el punto de lo trascendente, que escapa a la temporalidad y sus maleficios. Y aquel punto de lo trascendente es el mismo asunto inasible y misterioso desde el principio de los tiempos, lo que varía son las miradas, la forma en que esa trascendencia ingresa a la conciencia.

MARCIA MOGRO | Pienso que ningún arte en general, ni la poesía en particular, tiene el deber de evocar ningún tema. El arte debe ser libre. Por lo tanto, la poesía puede evocar los temas que encuentre pertinente.

HOMERO CARVALHO OLIVA | La poesía va más allá de la realidad, es algo que sucede cuando Dios y el Diablo se descuidan y nos dejan ser humanos, solitarios ante el cosmos. Los temas son los mismos y siempre lo serán, lo que cambia es nuestra manera de abordarlos; en nuestro caso el futuro ya está aquí y eso es algo que ahora nos viene cuestionando. Así como ayer, los poemas escritos hoy, anticipan los del futuro. La poesía, como la filosofía, nos ayuda a hacer las preguntas pertinentes y a responder por intermedio de la palabra que, al ser una construcción intelectual, no siempre expresa lo que desde muy adentro queremos decir. Mucha de esa música interior no puede ser trasladada al papel.

MARÍA SOLEDAD QUIROGA | Creo que todos quienes escribimos poesía estamos conscientes de que es un género que interesa poco, al extremo de que casi se podría decir que sólo los poetas leen poesía. Por eso no deja de ser sorprendente encontrar espacios, como el creado por el Festival Internacional de Poesía de Medellín, donde se reúnen multitudes para escuchar lecturas de poesía en absoluto silencio.
Pese a esta realidad que parece poco propicia para la poesía, creo que su lugar sigue siendo el mismo, difícil de nombrar, pero claro, el sitio donde el lenguaje se adentra en sus profundidades, respira hondo, se concentra para desplegarse. En ese sentido, me parece que los temas que la poesía aborda no son lo sustancial, lo que importa es esa conciencia del lenguaje —que es conciencia de la condición humana— que es un sello de la poesía. Ese lugar no puede ser reemplazado y, por lo tanto, su mengua o su pérdida, serían pérdidas para el lenguaje, para todos nosotros.

JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN | La poesía es ajena a las nociones de lo actual o inactual. O, más aún, lo intempestivo y lo inactual son sus territorios. El tiempo cronológico no es lo suyo.

VILMA TAPIA ANAYA | La poesía es siempre actual, lo más actual: es lenguaje. Es uno de los lenguajes con los que el ser habla. Es uno de los lenguajes con los que el ser está hablando.

JUAN CARLOS RAMIRO QUIROGA | La poesía ocupa un sitio esencial y estratégico del que nunca fue ni expulsada ni reprimida ni desplazada. Acaso más incomunicada que nunca de las cuestiones de Estado (el ogro filantrópico del que hablaba Octavio Paz), acaso más indiferente a los movimientos sociales que aún fatigan en las inmediaciones del mundo, acaso más fiel que nunca a su mandato de silencio y conciencia histórica. La poesía continúa siendo tierra sagrada e indómita que no se inmuta ni arredra ante los cambios climáticos, la emisión de CO2 y el hueco de Ozono que flanquean homéricos el mundo. La poesía sigue siendo la respuesta científica ante las amenazas globales ambientales y el desfallecimiento humano, porque jamás fue una cuestión del pasado como las novelas o cuentos, sino una cuestión de futuro estratégico como las tablillas de Apple. Sencillamente la poesía siempre ha estado más allá de las épocas vividas. Es un cántico casi divino que se ha anticipado a los mismos apocalipsis o al fin del mundo, y del que emerge el líquido inagotable de la creación. En fin, la poesía es la respuesta esencial y estratégica al cambio climático. Pero al mismo tiempo, el material donde la poesía se muestra (el papel) es altamente destructivo de la naturaleza. Miles de árboles se talaron por unas cuantas páginas poéticas. Ahora, la poesía tiene la posibilidad de prescindir del papel.

OSCAR GUTIÉRREZ PEÑA | En nuestro tiempo, en nuestro terrible, extraño y alentador tiempo, el ser humano (o sea, todos nosotros) anhelamos el encuentro de “algo”, un “no-se-sabe-exactamente-bien-que” que sirva para darle plenitud, sentido e intensidad a nuestra breve vida.
El talante de la post-modernidad es el desencanto, claro, pero sospecho que oculta un profundo anhelo de encantarse. Es ahí que el arte en general, y la poesía en particular, tienen una suerte de “tarea”: mostrar la belleza del mundo, el misterio que nos rodea, la risa que nos acerca, el placer del encuentro, la disolución de las fronteras físicas y emocionales. No nos olvidemos que es gracias al arte que vivimos de pie los que de otro modo permaneceríamos de rodillas. Resumiendo: la poesía en nuestro tiempo (así como fue en los anteriores) bien podría contribuir a que avancemos en este difícil sendero que es el convertirnos en verdaderos seres humanos.

MÓNICA VELÁSQUEZ GUZMÁN | Para mí sigue siendo muy pertinente, especialmente porque la concibo como una necesaria, imperante, contraparte de la realidad y sus mandatos. Como una reserva, quizás, respecto a cómo se vive y cómo se nombra hoy en nuestras sociedades.

PAURA RODRÍGUEZ | Creo que la poesía no tiene tiempo ni espacio en el sentido más amplio, su importancia es fundamental para el ser humano porque lo hace libre a partir de la palabra, que quizá es la esencia. El espíritu de este tiempo es árido para la belleza. Es muy duro. Probablemente con las sus propias características siempre ha sido así en cada momento histórico. Pero la poesía tiene la maleabilidad necesaria para adecuarse y transformar la realidad a partir del propio material agreste y crudo que encuentra en ella y generar por lo menos un atisbo hacia la belleza.
  
2 | FLORIANO MARTINS | ¿Cuál es el desarrollo de tu personal visión crítica acerca de la tradición lírica boliviana considerando el sitio concreto que ocupas dentro de esta tradición?

JOSÉ ANTONIO TERÁN CAVERO | Quisiera yo también saber mi sitio en la tradición lírica boliviana. Alguien ha intentado una clasificación que agrupa a los poetas en las siguientes categorías: Los que practican una poética de la extrañeza y del extrañamiento de la conciencia. Son los poetas metafísicos. “La busca de la verdadera identidad y de una revelación del sentido del mundo son los hilos que tejen sus universos verbales”. Otros son testigos del drama colectivo y de la comedia política nacional. Escriben frente al poder y sus máscaras. Están los del sentimiento agónico de la existencia, de la muerte contemplada en el cuerpo del otro, o presentida en el propio. También los que practican la estética de la sorpresa y las experimentaciones verbales, y, finalmente, quienes nombran las raíces mágicas y míticas de la provincia. (He utilizado literalmente los conceptos del crítico y poeta Eduardo Mitre).
Por otra parte, sospecho que todos compartimos, en mayor o menor medida, la imaginería, la sensibilidad y las experiencias existenciales de una u otra “clasificación” a la postre siempre provisional.

MATILDE CASAZOLA MENDOZA | Considero que en Bolivia, hay una tradición poética que se alimentó mayoritariamente de la influencia hispana, y posteriormente de las diversas modas literarias que repercutían en los ámbitos intelectuales; pero que está y estuvo desde sus comienzos salpicada por una sensibilidad hacia otra forma de sentir el mundo, que es la herencia de las culturas ancestrales indígenas. Dicha sensibilidad se trasluce también en el aspecto formal del lenguaje. Incluso ha habido una corriente indigenista que abarcó los diversos géneros artísticos, así como en las épocas de los grandes movimientos sociales en el mundo, otra corriente de protesta social y defensa de los derechos de los postergados.

EDGAR ARANDIA QUIROGA | Hemos heredado de Tamayo y Jaimes Freyre una tradición universalista inspirada en los grandes mitos literarios griegos, germanos, árabes y romanos, subalternizando el entorno. Aunque Tamayo, en ese sentido, tuvo un acercamiento intenso en algunos momentos de su producción. Su impronta fue fracturada por los poetas que emergieron de la revolución del 52.

HUMBERTO QUINO | No era un azar, cuando en la década del ochenta del siglo pasado, señalaba que nuestra genealogía literaria se remontaba a Arturo Borda (“El Loco”) y Gamaliel Churata (“El pez de oro”). Si en Borda encontramos la disolución de los géneros literarios, la legitimación del fragmento explosivo y un humor sutil; hallamos también el confesionalismo (esa aspiración hacia sí mismo), el coloquialismo (la reivindicación del habla popular) y la conciencia de la palabra, como un soporte contra la erosión de la vida, sin sustraerse del escenario humano. Churata es el aliento de las lenguas vernáculas, su riqueza semántica, que equivalía a reconocer su existencia, cuando las culturas autóctonas estaban sumergidas en la clandestinidad. Esta malla centrípeta, no impedía que Churata escribiese en un castellano perfectamente castizo.
El “sitio concreto” o la ausencia deshilvanada de este humilde servidor, en esta retahíla de bardos, pienso, es una tarea de la posteridad: esa señora distraída, amnésica e interesada en los hiatos valiosos de una determinada tradición: porque escribir es dar siempre un paso hacia atrás: “la inspiración es ante todo ese punto puro en que nos falta” (M. Blanchot).

GARY DAHER | La poesía boliviana deviene de veneros surrealistas esotéricos, por una parte, y modernistas por otro. La obra que realizo se aproxima a la vena surrealista esotérica, considerando el surrealismo no como algo subjetivo, si no objetivo, tanto de la conciencia como del alma.

MARCIA MOGRO | No me corresponde determinar el sitio que ocupo en la poesía boliviana, si es que ocupo uno. No soy lectora de poesía. Mis lecturas son novela, historia, antropología, arqueología, psiquiatría, sociología, ensayos y otros. Por lo tanto, no podría dar cuenta, responsablemente, de la tradición lírica boliviana.

HOMERO CARVALHO OLIVA | Voy responder esta pregunta desde la ciudad en la que vivo: Santa Cruz de la Sierra. La voz poética de Santa Cruz fue construyéndose en la soledad, escribiendo para el pequeño pueblo, alejado de los centros de poder y al margen de los cenáculos oficiales de cultura que desde el altiplano miraban indiferentes al Oriente o preferían no saber de su existencia. En Santa Cruz se ejercía el periodismo, se escribía poesía, crónicas, cuentos y novelas. Era en la literatura donde, de manera celebratoria y a plenitud, se manifestaba la búsqueda de la identidad regional, porque es con las palabras que se van construyendo los mitos, las leyendas, y el poeta, con todos sus sentidos alertas, cantaba al pueblo, a las mujeres y hombres, a las flores, a las costumbres. Es el espacio geográfico del pueblo el que primero es evocado para luego convertirse en el de la ciudad que se proyecta, el ámbito donde el poeta fortalece su identidad.
Del pueblo a la ciudad, Santa Cruz ha sufrido un desmesurado crecimiento desde la década de los años sesenta hasta hoy día. El departamento no es el mismo y la ciudad se ha transformado definitivamente, reinventándose en los últimos veinte años tanto en lo urbanístico como en lo social, en lo político y, por supuesto, en lo cultural. Ahora la ciudad ya es un espacio que los poetas han hecho suyo, se han apropiado de sus calles, de sus paseos, de sus referencias citadinas, y así como la ciudad se ha reinventado en los cafés de la avenida Monseñor Rivero y en otros espacios públicos que congregan a propios y visitantes, los poetas han reinventado sus palabras y sus lugares comunes. Pero la ciudad también es el espacio imaginado por los poetas, ya no es necesario referirse a ella de manera directa porque la ciudad los habita, se la supone como parte esencial desde donde se escribe.
En esta tradición mi poesía posee dos vertientes: por una lado la urbana y por otro la indigenista que intenta rescatar del olvido los mitos y las leyendas de los pueblos amazónicos de Bolivia, especialmente los que habitan el departamento del Beni.

MARÍA SOLEDAD QUIROGA | Bolivia es un país en el que la poesía ha logrado un mayor desarrollo que los otros géneros literarios y, probablemente, que las otras expresiones artísticas, quizá a excepción de la pintura. Creo que el conjunto de la producción poética nacional es sólido, consistente, aunque no haya logrado mayor resonancia a nivel internacional. Esta falta de proyección tiene que ver más con las condiciones propias del país —pobreza, ausencia de políticas culturales, escasa relevancia en el concierto internacional, etc.— que con la calidad de la poesía.
Intentando identificar algunos hilos centrales de nuestra tradición poética, podría mencionar la obra modernista de Jaimes Freyre y Tamayo, que tiene un carácter fundacional; la indagación metafísica de Saenz que, pese a su singularidad, ha creado una cierta escuela; la poesía de Cerruto, atenta a la dramática realidad del país y preocupada por el rigor del lenguaje; y, en otro registro, la obra más evidentemente social de Alcira Cardona o Héctor Borda Leaño, por mencionar algunos nombres.
Resulta difícil ubicar mi propio trabajo dentro en alguno de esos registros; en todo caso, creo tener una cierta afinidad con la poesía de Cerruto, en cuanto al trabajo sobre el lenguaje, su contención y mesura, así como con la obra de Eduardo Mitre, que también se caracteriza por su rigor y luminosidad.

JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN | No hay una “tradición” lírica boliviana o, de haberla, es sobre todo campo de los estudios académicos. Cada uno se forja su propia tradición, y en este sentido, desde el tiempo de las primeras lecturas, Paz o Vallejo, quedan más cerca de uno mismo que los pocos y dispersos brotes poéticos que haya podido tener la poesía local.

VILMA TAPIA ANAYA | Pienso que la poesía boliviana se ha configurado como un quipu ¿Puedes imaginar un quipu? Hay un tejido común de partida, es el tejido del que nos colgamos, el tejido territorial de las lenguas, de las culturas, del paisaje, de la historia, de los ancestros, de los otros vivos, nuestros contemporáneos, nuestros coterráneos: hombres, animales, plantas. Pero, cada poética nacida de esa trama es una cuerda que crece sola, se envuelve, se anuda, se tiñe, se destiñe, vuelve a teñirse creciendo sola en busca de una esencia que está más allá de todo territorio y de toda tradición. Incluso en el recorrido de la ola modernista, que pudo haber generado un ensamble de voces por las características del momento histórico, se impuso lo singular de cada una de las propuestas. Y en la hondura de cada singularidad lo que apareció fue el espíritu de la poesía.

JUAN CARLOS RAMIRO QUIROGA | Salvo accidentes felices como la poesía de Arturo Borda, Hilda Mundi, Edmundo Camargo, Jesús Urzagasti, Marcia Mogro, Paura Rodríguez Leytón, Emma Villazón, Jessica Freudenthal o Anabel Gutiérrez (nombres de poetas que tomo al azar), la poesía elaborada en Bolivia en la actualidad es más o menos conocida como la poesía de Brasil, Colombia, Ecuador, México. Es una gran desconocida ayer, hoy y mañana. A pesar de la publicación continua de algunas editoriales en La Paz (me refiero a Editorial Plural y a Gente Común) o en Santa Cruz de la Sierra (La Hoguera), la poesía permanece cultivada por poquísimos lectores, es decir, permanece totalmente inexplorada por la mayoría de los bolivianos y las bolivianas. Lo mismo se podría decir de la poesía creada en el Perú o creada en Chile. Decir lo contrario sería una estupidez. En ese ámbito soy un lector feliz de acercarme a las creaciones poéticas contemporáneas que se hacen en total anonimato en la ciudad de La Paz, o en la de Santa Cruz de la Sierra, o en la de Oruro, o en la de Tarija.

OSCAR GUTIÉRREZ PEÑA | Desconozco el edificio que ha construido la poesía de mi país a lo largo de su historia, apenas si intuyo que mi habitación la comparto con otros “decidores” cuyas características más evidentes serían: somos urbanos (la celebración del paisaje bucólico apenas si nos interesa); somos cosmopolitas (existe mucho de lo pop en nuestros textos: cine, música, deportes, etc.; somos contradictorios y múltiples (en un mismo libro transitamos del existencialismo al humor, y de lo erótico a lo “casi” político, y todo esto sin ruborizarnos)
Al no tener ningún mensaje con moralejas edificantes que transmitir (siempre se nos da por bostezar en las homilías), tampoco nos creemos los continuadores de la búsqueda del Santo Grial poético boliviano. Apenas somos seres que sienten y que han logrado domesticar al lenguaje lo estrictamente necesario como para decir las cosas a tiempo y con cierta claridad y lucidez.

GABRIEL CHÁVEZ CASAZOLA | Bolivia es un país de una rica y extensa tradición poética, desde los románticos del siglo XIX —como la poeta ciega María Josefa Mujía o Manuel José Cortés— hasta los autores contemporáneos.
Incluso también podríamos remontarnos más atrás de la fundación del país (1825), a la notable poesía religiosa que se escribía en la Audiencia de Charcas durante el período colonial, en paralelo al Siglo de Oro español; o más lejos aún, a la poesía oral originaria, tanto de las culturas indígenas del occidente altiplánico como de los pueblos de las tierras bajas del oriente (pues Bolivia, contra lo que suele pensarse, es un país tan amazónico cuanto andino).
El caso es que la tradición poética nacional se fue formando con diversas influencias, primero europeas y occidentales, luego también americanas, sin (poder) renunciar del todo a sus raíces telúricas o indígenas —pienso en Franz Tamayo—; y así hasta encontrar una voz propia, o varias, nítidas y a menudo notables voces propias, a lo largo de todo el siglo XX, al que bien puede llamarse el siglo de la poesía en Bolivia.
Jaimes Freyre, Franz Tamayo, Oscar Cerruto y Jaime Saenz son apenas las piedras miliarias —o los tótems— a cuya luz y bajo cuya sombra transitamos los poetas bolivianos, especialmente los dos últimos, pero hay mucho y muchos más por leer y descubrir.
¿Por qué se conoce, tan poco, entonces, de nuestra poesía más allá de los picos de los Andes y de las caderas de los ríos del oriente y el sur? Acaso porque los bolivianos nos hemos tomado demasiado en serio aquello de haber perdido el mar y en realidad estamos aquejados, hace ya mucho, de una suerte de mediterraneidad espiritual, sumada a la geográfica, que nos deja suponer que existen grandes barreras para la difusión internacional de nuestras creaciones y para el conocimiento de las creaciones de artistas y escritores de otros países.
En el caso de la poesía boliviana, este aislamiento físico y cultural se tradujo, durante varias décadas, en insularidad y asincronía. Una insularidad mediterránea, si tal cosa cabe, atribuible, en términos prácticos, al no existir un libre flujo de influjos, pues se leía poco a poetas de otras latitudes por llegar escasos libros y caros, dados los malos caminos y la ausencia de puertos; al viajar poco los poetas, tal vez por estos mismos motivos; y sobre todo a su dejarse estar, sintiendo cierto recelo del mundo y de sus propias capacidades, lo que muchas veces devenía ensimismamiento, umbilicalismo; pero otras pocas veces, por fortuna, se traducía en el desarrollo autónomo y singular de potencias creativas propias (poetas insulares).
Y hablamos también de asincronía (el concepto es de Gary Daher) pues muchas veces los influjos —las escuelas, las corrientes— llegaban al país con varios años de retraso, o simplemente no llegaban (difícilmente puede hablarse de vanguardias y de surrealismo en Bolivia, por ejemplo), estableciéndose así unos ritmos muy particulares e inclusive atípicos en nuestra producción poética respecto a la del resto del mundo.
Lo dicho es una muestra de que la tradición lírica boliviana puede explicarse y comprenderse mejor a la luz de ciertos aspectos condicionantes, ligados al devenir histórico nacional.
Hoy, de alguna manera, esta tradición se ve enriquecida por el comienzo del fin de su propia insularidad. Muchas barreras, imaginarias y no, han dejado caer sus máscaras, imaginarias y no, a los pies de la tecnología y del mundo global. Hay una libre circulación de textos y de ideas. A la vez, existe un fuerte acento puesto en las individualidades, en las búsquedas propias, en las exploraciones, que hace difícil sistematizar todas las voces actuales y hace difícil también pensar con claridad en el lugar que cada quien ocupa.
En lo personal, desde mi adolescencia he leído mucha poesía, con independencia de si era escrita por autores nacionales o ‘extranjeros’ (palabra de doble filo). Reconozco influjos de unos y otros, y simpatías diversas hacia unos y otros (en el caso boliviano, por ejemplo, hacia Cerruto, con quien dialogo en algunos de mis textos y me parece fundamental, mientras que admirándolo mucho como poeta, tomo distancia de Saenz-mito).
Pero al hacerme poeta no era consciente de que me estaba haciendo un poeta “boliviano”. Era, simplemente, un boliviano que se iba haciendo poeta. Aspiro, como muchos de mi generación, a una mirada más universal (lo que es comprensible, incluso como reacción, en un país tan localista), pero al mismo tiempo, al mirar en el espejo de lo universal, y sobre todo desde que mi poesía y su portador hemos comenzado a romper el aislamiento y la mediterraneidad con cierta fluidez, voy descubriendo ciertos rasgos en mi escritura que solo podrían ser de alguien nacido en este país e inscrito, “sin querer comerlo ni beberlo”, en su tradición.

MÓNICA VELÁSQUEZ GUZMÁN | Conozco bien la poesía boliviana y me siento honrada de pertenecer a esa tradición. No es una hecha de grandes rupturas, más bien de quietudes, continuidades y diálogos. En este sentido es fácil insertarse en ella y es muy desafiante intentar cambiarla. En este siglo Saenz, Cerruto, camargo y Wiethuchter son cuatro pilares originales y distintos que abrieron sendas maravillosas y osadas tanto en el lenguaje como en el mundo. He ahí el reto de estar a la altura.

PAURA RODRÍGUEZ | Bolivia es un país de tradición poética, probablemente es el género que más se cultiva. Su mayor problema es la difusión de la misma. Quizá la poesía boliviana está marcada por esa mediterraneidad geográfica que caracteriza al país y que a la larga se ha formado como una gruesa corteza en el espíritu de los bolivianos a quienes —en su gran mayoría— les es muy difícil mirar y salir más allá de las fronteras.
Por otro lado, también existe un centralismo en la mirada de la poesía y en las últimas décadas el canon erigido en La Paz, ha tratado de imponer la idea que la poesía boliviana que es válida sólo debe girar en torno a la escuela de Jaime Saenz o lo que se cree que esta dicta. Creo que en realidad se ha hecho una mala lectura de la obra de este gran poeta y se ha tratado de reducir la creación poética boliviana a una mirada oscura, forzadamente paceña de la vida, sin tomar en cuenta que Bolivia no se reduce a eso, pues su geografía es diversa y su alma también.
Hay gente que hace poesía en los llanos orientales, en la amazonia, en los valles y en otros rincones de este país, que no está dentro del canon. Veo que en algunos casos la poesía “de la periferia” es más luminosa y renovadora, porque recorre caminos distintos.
Leamos por ejemplo a Roberto Echazú o a Gustavo Cárdenas, sólo para indicar algunos nombres de los poetas que se me vienen ahora a la memoria.
En los últimos años la corriente de una poesía Saenzeana (de la noche, del misterio, del aparapita paceño, del alcohol) no ha permitido mirar ni hacer una lectura diferente y valorativa de la poesía boliviana en su conjunto. Pero más allá de La Paz y de los círculos que se conceptúan hacedores de la poesía boliviana, hay otras voces importantes.
  
3 | FLORIANO MARTINS | ¿Qué tipo de diálogo crees la poesía busca entablar con el mundo a través de ti?

JOSÉ ANTONIO TERÁN CAVERO | Ni idea. Dicen que la poesía es un diálogo con el universo y consigo misma. No pretendo tanto. Para mí, balbucear poemas es una especie de k’aiqueo (palabra quechua que equivale al monólogo sonámbulo que suelen proferir los borrachitos en medio de la noche). Revisando lo que me ha sido dado escribir encuentro estas preocupaciones recurrentes: La vida y la muerte, esos dos abismos; el tiempo, la caducidad de los cuerpos y las cosas; la memoria, que resucita pero también desentierra; los instantes privilegiados; la validez de las palabras, en fin. Si he tratado airosamente esos temas, no me corresponde a mí decirlo.

NICOMEDES SUÁREZ ARAÚZ | Mi intención es expresar mi éxtasis ante la belleza y misterio del mundo que me circunda, empatía por el sufrimiento existencial que es parte de estar vivo, ya sea humano, animal o vegetal. Tal vez, la constante mayor en mi poesía es la naturaleza, no solo como tema sino como una suerte de visión cósmica que informa todo.

MATILDE CASAZOLA MENDOZA | Pienso que la poesía le pone a la realidad un color de magia, y eso crea en el fondo de cada auditor como una expectativa de disfrutar, compartir la visión del creador por unos momentos. En mi caso, que hago también canción, siento que la poesía revestida de música llega de una forma más “tangible”, diríamos, al auditor.

ANÍBAL CRESPO ROSS | La poesía es otra cosa… / Es la suma de todas las cosas / en la conciencia del mundo / y, después en tu conciencia. // Es el espejo / ante el cual / ningún ropaje cubre, / donde contemplas / tu fatal desnudez… // La poesía / es espejo y encrucijada / del implacable iris de Dios. [Fragmento de un poema inédito de mi libro Servilletas.]
Creo que la poesía no tiene, ni ocupa, ningún lugar en la realidad; como tendría, por ejemplo la historia o la matemática. Quizás puede decirse que la poesía observa la realidad o que la contempla; explora sus laberintos y descubre sus fisuras. En consecuencia los hechos y las circunstancias, en tiempo y espacio, son nada más que el mármol, la materia, dónde la poesía esculpe su voz.
En cuanto al diálogo poético con el mundo, parto de la certeza que la poesía, en esencia, es revelación; así ella se abre paso en la escritura, a pesar de mi. Por esto, que puede ser luz o sombra según se mire, el camino que sigo es desde los márgenes (quizás para rescatar algo del lodo o del olvido).

EDGAR ARANDIA QUIROGA | El resquicio entre la cultura occidental hegemónica y el mundo indígena y cholo insurgente, es mi espacio bipolar de expresión.

HUMBERTO QUINO | A pesar de las apariencias, el diálogo siempre (o casi) deviene en una confrontación. A veces esta relación es insidiosa, porque obliga a desplazar la máscara burguesa que todos llevamos, a aguas más puras. El estado maniaco del escriba, excita su desobediencia, su profundo malestar con un orden inicuo. Desollados y carcomidos por esta no vida, hay que denunciar los conflictos, liberar la lengua de esas fuerzas negras y al mismo tiempo desencadenar las posibilidades del hombre concreto: el que lee, el que escribe, el que camina, el hombre fragmentado que entona su desamparo.

CÉ MENDIZÁBAL | Algunos de mis mejores lectores han señalado que hay algo de viaje en mis poemas. Hay algo de geografías recónditas y ajenas. Si eso es así —y creo que lo es—, entonces el mundo está hablando un poco a través mío. Hay un momento en que no puedo menos que lamentar la pobre mediación, el lenguaje rígido que utilizo, pero si alguna línea queda, entonces todo está justificado.

GARY DAHER | El poema es la conciencia de las cosas. Mi búsqueda intenta descubrir el poema como tal, y así plantear un diálogo sobre la conciencia, sobre la conciencia de lo trascendente.

HOMERO CARVALHO OLIVA | Yo creo que el mundo intenta conectarse con mis mundos interiores y lo logra a través de la palabra. Al nominar al mundo desde tu interior lo estás haciendo tuyo, pero el mundo también te hace suyo, el verso es la comunión y el poema es la revelación de esa correspondencia. Aspiro a que, después de leer mi poema, el lector olvide que alguien lo escribió y recuerde solamente el poema.

MARÍA SOLEDAD QUIROGA | Me parece algo pretencioso imaginar que la poesía pueda establecer un diálogo con el mundo a través mío. En todo caso, creo que un rasgo central de mi trabajo poético es su constancia en la brevedad y su atención a lo minúsculo. Encuentro que ambos son, quizá, una apuesta por el perfil de las cosas, por el borde de la vida. Lo que responde, supongo, a una necesidad oscura de huir de las grandes cosas y de atender, no a la cara, sino al envés, con la esperanza, o más bien con la convicción, de que es posible encontrar allí una puerta, una ventana, un espejo opaco de lo que es. No en búsqueda de una certeza, sino en el deseo o en el empeño de orillar la duda, de formular preguntas, sabiendo que no hay respuesta, o que existen tantas que se entremezclan y anulan unas a otras, dejándonos de nuevo en el camino. Y por supuesto, con el riesgo que entraña la elección de la brevedad que orilla siempre el silencio.

JUAN CARLOS RAMIRO QUIROGA | Salvo el silencio o la indiferencia, la poesía sólo habla de sí misma. Su palabra y su lenguaje se generan a salvo de un mundo que acaso no existe. ¿Qué puede darle el mundo a la poesía? Nada. Ningún diálogo es posible con algo que no existe o que carece de fascinación. La poesía es fiel a su esencia humana mientras el mundo no es más que deshumanización, muerte, cerco, ceguera. Nunca hubo ni hay poesía en el mundo. Pero hoy encuentro más poesía en una tablilla creada por Steve Jobs.

OSCAR GUTIÉRREZ PEÑA | Creo que no hay poema mayor que un patio de escuela a la hora del recreo. El juego y el peligro en su máxima expresión. Yo soy una persona que alberga a un poeta, y ambos militamos más cómodamente en la vereda del juego, de lo lúdico, de la “tomadura de pelo”, de la travesura.
Bien podría posponer una lectura para ir a jugar fútbol o para arrebatarle un beso a una mujer de belleza incierta o incendiaria. En definitiva, soy de los poetas que primero necesitan irse a vivir para luego poder sentarse a escribir.

GABRIEL CHÁVEZ CASAZOLA | De alguna manera, los poetas, con cada uno de nuestros textos, agregamos al mundo algo que no existía: creamos algo, en sentido estricto; no sé si un objeto (hay quienes piensan en el poema como tal), pero al menos unas palabras articuladas con determinado sentido para un lector que pueda comprenderlas.
Muchas veces me he preguntado si el mundo no está ya suficientemente lleno de textos y de objetos para andar agregándole otros. Pero a la vez el mundo está lleno de dolor, de mal, de sinsentido. Y el poema puede, de cierta forma misteriosa, hacer que el mundo sea menos horroroso, menos caótico, menos cruel.
También el poeta puede sumarse al absurdo, claro, y a la vacuidad y a la banalidad imperantes, pero mi elección es que, si a través mío ha de fluir la poesía, debe ser para intentar restituirle algo de belleza y de sentido al mundo (así sea a través de la interpelación de la belleza y el sentido).

MÓNICA VELÁSQUEZ GUZMÁN | Uno de resistencias, de tensiones, de búsquedas incansables para devolver profundidad a una negación común a ver y a andar por las honduras de la existencia sin tragedia, más bien con lucidez y con riesgo de nominar aquellos infiernos que a cada quien le tocan.

PAURA RODRÍGUEZ | La necesidad de decir algo, la de reconstruir el mundo a partir de la palabra (esto de manera muy modesta, si en realidad cabe ‘reconstruir el mundo: entendido como una manera de digerirlo, adoptarlo, sobrellevarlo, gozarlo, experimentarlo). Sin embargo, el diálogo con el mundo a través de la poesía no siempre se da, porque paradójicamente la poesía resulta hermética y son pocos los lectores de poesía. Cuando uno encuentra a alguno de ellos, es como un gran descubrimiento, una revelación, y uno siente una inmensa alegría de haber hallado una mirada sensible y dispuesta a este ritual. Creo que es bueno enseñar a la gente a leer poesía, a los niños, a los jóvenes a cualquier persona.
  
4 | FLORIANO MARTINS | ¿Hay una crítica de la poesía en Bolivia que pueda ser considerada como una influencia decisiva en los desarrollos de su tradición? No hablamos aquí de la crítica de circunstancia, de los elogios fáciles e irresponsables. Lo que interesa saber es si existe un diálogo entre crítica y poesía que pueda ser de enriquecimiento mutuo para las dos fuerzas.

JOSÉ ANTONIO TERÁN CAVERO | No hay en Bolivia un sistema crítico que constituya un cuerpo de ideas capaz de influir en el desarrollo poético. Tampoco un diálogo permanente con otras obras de dentro y fuera del país. Hubo varios intentos, algunos fallidos, otros todavía en agraz, aunque todos convencidos de que no basta producir obras literarias para que exista una literatura. Es necesario que la crítica establezca, además, las relaciones de afinidad o de rechazo de unas creaciones con otras, mientras más extensas geográficamente mucho mejor. En el ámbito poético no es posible ignorar la valiosa obra crítica del mexicano Octavio Paz, del venezolano Guillermo Sucre y del uruguayo Eduardo Milán.

NICOMEDES SUÁREZ ARAÚZ | Como boliviano, mi vínculo telúrico con mi patria ha sido fundamental y permanente. Pero en el sentido abstracto e intelectual, como he vivido más de cincuenta años en diferentes partes del mundo, se podría decir que mis influencias son universales. Consecuentemente no puedo juzgar con autoridad el impacto que ha tenido la crítica en la poesía boliviana. Considero que la tradición en Bolivia de una crítica de la poesía coherente y profunda ha sido exigua. Excepciones notables e históricas de críticos bolivianos especializados en poesía han sido Juan Quirós, director del loable suplemento Presencia Literaria, y Oscar Rivera Rodas, catedrático de literatura hispanoamericana de la Universidad de Tennessee y colaborador del Handbook of Latin American Studies. Igualmente, Pedro Shimose, por medio de su influyente poesía, edición de antologías y de su crítica ha sido un destacado promotor de la poesía boliviana. A estos nombres se debe agregar a los notables escritores Blanca Wiethüchter y Eduardo Mitre.
Se podría decir que la crítica (que ha sido mayormente andino centrista) ha tendido a enfatizar, desde Cerruto y Saenz, el esteticismo expresivo derivado de la tradición europea. Privilegia el “poeticismo” y la delicadeza en el lenguaje, una retórica de la palabra alternando con una de la imagen.

MATILDE CASAZOLA MENDOZA | Bolivia no es un país en el que la gente acostumbre leer mucho. La crítica literaria llega a sectores más reducidos. Por lo tanto, no creo que llegue a existir un diálogo continuo entre crítica y poesía.

ANÍBAL CRESPO ROSS | En el entendido que la tradición aquí referida se inicia con Cerruto y Saenz, debo decir, sin rodeos, que mi inclusión en ella sigue sorprendiéndome como algo inusual, a contracorriente (en términos de Física Cuántica se diría “evento”, sucede pero no se sabe porqué). La primera vez que me acerqué a ella tuve la sensación que yo venía de un desierto de soledad, que había erigido una barrera que me impedía apreciarla cabalmente. En ese contacto inicial con esta “tradición” la encontré desfasada en el tiempo y carente de aliento vital; me sentí culpable. Ahora no me preocupo tanto y dejo que las cosas fluyan; he aceptado que por alguna u otra razón el centro en mi no actúa, siempre prevalece la fuerza centrífuga que me lleva hacia los bordes, hacia las fronteras; he comprendido que de esa lejanía vienen los “Frontepoemas” que escribo.
En este punto, considero importante tener presente que viniendo de los márgenes, mi visión es tangencial, exótica, en el mejor de los casos tan distante que me es difícil establecer o distinguir los vasos comunicantes, que sin duda existen como una nervadura invisible, entre las voces de nuestros poetas. En un país desmembrado en todos los sentidos, quizás nos une más el espanto que la historia y la geografía.

EDGAR ARANDIA QUIROGA | El desarrollo de la poesía en Bolivia es pendular, existen momentos de exuberancia seguidos de una anomia en los que comentaristas y críticos —muy escasos—, también son permeados por esos estados de ánimo. De ahí que el diálogo entre crítica y poesía es poco frecuente.

HUMBERTO QUINO | No creo en las “influencias decisivas”, sería más adecuado hablar de circulación. La crítica como “parásita de una ideología más vasta” (Roland Barthes), tiene que declarar los parámetros sobre los que se funda. La reflexión sobre los límites y las imposibilidades del discurso crítico, significa privilegiar el intercambio, es decir, llenar los “vasos comunicantes”.
 En el siglo pasado, Gabriel René-Moreno, Carlos Medinaceli y Juan Quirós, establecieron ciertos cánones, para evitar la confusión y abolir vanidades, en una diminuta “república de las letras”.
El discurso crítico de hoy, se caracteriza por su rigor, su fluidez histórica, por sus certidumbres metodológicas y su amplitud. Odio hacer una lista de comensales (la orgía literaria, es más una merienda de negros), jueces supremos del “buen gusto” (absuelven o condenan), nuestros encomiables y sacrificados lectores, nuestras sombras en el Parnaso, etc. Ellos son: Mauricio Souza, Javier Sanjines, Eduardo Mitre, Blanca Wiethüchter, Mónica Velásquez, Alba María Paz Soldán, Juan Carlos Ramiro Quiroga, Leonardo García, Rebeca Prada y Luis H. Antezana.

CÉ MENDIZÁBAL | Siento que no. Al menos, no en mi caso ni en los de muchos contemporáneos. En general los procesos críticos en Bolivia son lentos y, con raras excepciones —digamos el caso de Jesús Urzagasti—, todavía están ocupados en los estadios previos a la poesía actual. En esa medida, el diálogo no existe.

GARY DAHER | No ha sido mucho lo desarrollado al respecto. Sin embargo, es rescatable el trabajo de Eduardo Mitre, especialmente con su visión y rescate de los modernistas. Todavía está por desplegar la crítica que nos muestre la obra del surrealismo esotérico, es decir de Jaime Saenz y otros desde su esencialidad. Todavía está por plantearse el gran diálogo crítica versus poesía para generar los espacios que nos permitan mirarnos a nosotros mismos, y hacer que las cuestiones, o la pregunta, trasciendan y provoque por ese medio las nuevas preguntas.

MARCIA MOGRO | No sé si habrá ese tipo de diálogo o de algún tipo. No mueve mi trabajo el hecho de que haya o no un diálogo. Sin embargo considero enriquecedor mirar, escuchar, hablar, leer lo que otros opinen sobre lo que escribo.

HOMERO CARVALHO OLIVA | Lamentablemente en Bolivia no ha existido, ni existe aún, una crítica sostenida, seria y responsable que ayude a comprender la poesía y al poeta que la escribe. Hubo algunos críticos y, hoy mismo, hay alguno que por ahí escribe algo pero no llegan a construir una tradición. Sin embargo como no existe hay que inventarla, y ahí nos tienes a los poetas escribiendo crítica literaria que, a lo mejor, apenas si son comentarios bien intencionados o, en el peor de los casos, comentarios dañinos y mezquinos. Es mi caso, yo hice de crítico en los prólogos de dos antologías, una de poesía y la otra de cuentos. Lo mismo ha hecho el poeta Pedro Shimose con su Antología de Poetas del Oriente boliviano, aunque en su caso se ha detenido de manera más profunda en las obras de los autores incluidos.

MARÍA SOLEDAD QUIROGA | Indudablemente una de las carencias centrales del país es la de la crítica. Desde hace sólo unos años se ha empezado a ejercer en serio una tarea crítica que es de fundamental importancia para el desarrollo literario. En ese sentido hay que resaltar el trabajo pionero de Luis H. Antezana, que se inició a fines de los setenta, y el de Eduardo Mitre en los noventa con su serie de obras antológicas y críticas que consta ya de cuatro libros. En años más recientes Blanca Wiethüchter hizo un aporte significativo con la Historia crítica de la literatura en Bolivia; hay que agradecer también las valiosas obras críticas de Mónica Velásquez, Leonardo García Pabón y de Mauricio Souza.
Como la indagación crítica en Bolivia no tiene más que unas pocas décadas, me parece que recién hoy, que estas obras conforman ya un cuerpo sólido es posible empezar a pensar en un diálogo entre crítica y poesía que será de enorme importancia para la poesía joven y para el futuro de la poesía boliviana.

VILMA TAPIA ANAYA | Nunca he reflexionado sobre ese tema, me es imposible hablar de él. Sin embargo, en lo que respecta a mi propia experiencia, puedo decir que he atendido a la crítica, leo crítica literaria. Por supuesto que hay una crítica literaria seria, inteligente, laboriosa representada en nombres tan importantes como los de Alba María Paz Soldán, Marcelo Villena, Benjamín Santisteban, Mónica Velásquez Guzmán, Eduardo Mitre, Elizabeth Monasterios, Leonardo García Pabón, Ana Rebeca Prada y otros, todos ellos gente que en Bolivia hace crítica literaria de una manera sumamente comprometida con la poesía.
De vez en cuando, los poetas que no trabajamos de forma sistemática la crítica, hacemos crítica, leemos a los otros poetas, y pensamos y escribimos sobre la poesía boliviana que leemos.

JUAN CARLOS RAMIRO QUIROGA | Sin Guillermo Francovich es imposible leer a los poetas modernistas de Bolivia. Sin Carlos Medinaceli es imposible imaginar la literatura boliviana clásica. Sin Blanca Wiethüchter es imposible leer a Jaime Saenz. Sin Juan Quirós es imposible leer la poesía y literatura creadas posterior a la Guerra del Chaco. Sin Luis “Cachín” Antezana es imposible leer la literatura contemporánea de Bolivia. Sin Eduardo Mitre es imposible leer la poesía contemporánea boliviana. Sin Leonardo García Pabón es imposible leer el canon literario de Bolivia. Sin Javier Sanjinés es imposible leer la gran narrativa boliviana contemporánea. Creo que el diálogo entre crítica y poesía ha sido edificante y constante en la construcción del corpus literario de Bolivia.

GABRIEL CHÁVEZ CASAZOLA | Difícilmente puede hablarse de una crítica que haya influido o al menos acompañado los desarrollos de la tradición poética boliviana. Hubo y hay algunos lectores atentos (generalmente otros poetas) que han ejercido y ejercen una labor crítica, pero no de manera sistemática.
Tampoco hay una tradición académica consolidada en cuanto a los estudios literarios se refiere, y la academia que existe, circunscrita a La Paz y a cierta forma de entender la poesía, le ha hecho y le hace más daño que bien a la poesía boliviana, en especial a las voces más jóvenes y vulnerables.

MÓNICA VELÁSQUEZ GUZMÁN | La crítica es reciente y para mí fundamental, un acuso de recibo, una complicidad que impele a ir más lejos. Sin embargo, la crítica que existe es básicamente académica y no persistente o constante salvo por trabajos valiosos como el de Eduardo Mitre y el de Luis Antezana. Otros poetas también nos hemos introducido en esa tarea como Juan Carlos ramiro Quiroga, Gabriel Chávez y yo misma, me parece que ello es la contraparte del hacer, el leer, el mirar a los otros.
  
5 | FLORIANO MARTINS | ¿Cuáles son las relaciones entre tradición y ruptura respecto al tema indígena en la poesía boliviana? ¿De qué modo sientes tu poesía involucrada con los ancestrales indígenas?

JOSÉ ANTONIO TERÁN CAVERO | Todo genuino creador se nutre de las realidades históricas, políticas y sociales de su medio, su ética personal repugna las injusticias y las exclusiones étnicas. Sus raíces profundas beben en las fuentes tradicionales de su tierra, pero su cosmovisión y su vida interior se entretejen con valores universales. Será por eso que es de los primeros en defender la diversidad de las culturas a condición de que ninguna se erija en la verdad única y revelada y pretenda colonizar a las demás. Los ancestros están ahí, en los poemas y en los materiales telúricos que recubren su lenguaje.

NICOMEDES SUÁREZ ARAÚZ | En el último medio siglo el elemento indígena no era un tópico fundamental o existía como elemento pintoresco o folclórico.
Como consecuencia de mi vínculo telúrico con mi tierra amazónica, tengo gran afinidad y admiración por la literatura indígena y lo he expresado desde mis principios como escritor, y en especial en mi libro Recetario amazónico de Dios que trata específicamente los temas de mi región natal y sus habitantes originarios.

MATILDE CASAZOLA MENDOZA | Si bien todos somos sensibles a la realidad del boliviano, mezcla de hispano e indígena, con mayor proporción en los diversos casos de una u otra influencia, creo que la vertiente de inspiración indígena no ha podido ser soslayada. Es verdad que en muchos casos es más tratada como un adorno exótico que en la profundidad de su mensaje. Podría decirse que es un tema que aún está pendiente, pues la realidad histórica y política de mi país, es tremendamente cambiante y convulsa. Tienen mucho que decir los mismos pueblos ahora incorporándose a un protagonismo más evidente.

EDGAR ARANDIA QUIROGA | La poesía desde afuera del indígena terminó su ciclo en los años sesentas, su frecuente abuso en las horas cívicas acabó por convertirlo en escolar, despojándolo de su momento histórico para convertirlo en poesía-museo tradicional. Mi escritura se basa en experiencias directas y en la aprehensión de la esfera intra-mítica y la visión del mundo, construida entre dos imaginarios enfrentados que nos envuelven cotidianamente.

HUMBERTO QUINO | Hay una noción que paraliza a la crítica literaria boliviana: la noción de indigenismo. Toda la poesía boliviana, hasta una época muy reciente, se escribió en castellano. La lengua del conquistador, la única lengua que se nos ha dado, al menos para los que nacimos en las ciudades. Las relaciones con esta lengua impuesta son enfermas, si por un lado es un idioma maravilloso, por el otro lado, no podemos olvidar que encierra la memoria de un genocidio. Mas una lengua, significa también una cultura, una concepción del mundo, de la sociedad, etc. Fueron excepciones, los poetas que escribieron en quechua o aymará, los idiomas mayoritarios en nuestro territorio. Así la poesía aymará o quechua, anterior a la conquista, nos ha llegado por tradición oral. Durante la independencia, un bardo joven, Juan Wallparrimachi, nos lega un precioso poema de amor. Tampoco deben sorprendernos, las anomalías de lengua: en el siglo XIX, José Manuel Loza escribió en latín (Opúsculos Poéticos y Latinos) y en el siglo XX, Adolfo Costa du Rels en francés (Le sourire navrè).
Pertenecemos al último anillo de occidente, a los márgenes más oscuros; esta posición trae consigo una contradicción, estamos y no estamos: colonizados por la rueda de la historia, sabemos que occidente es un cadáver “mas un cadáver que huele bien” (E. Cioran). El ancestro indígena está en nosotros como el color de nuestra piel, el color de nuestros ojos, desde el escenario donde vivimos y morimos, y no hay regreso.

CÉ MENDIZÁBAL | Desconozco esas relaciones de manera absoluta, supina. Mi poesía no está involucrada en lo indígena. No al menos de manera consciente. Si aquello aparece en algunos poemas (se me ocurre “Tiawanacu” o “Tenochtitlán”), es de un modo totalmente inconsciente. Siempre he creído aquello de que la poesía no le hace los mandados a nadie ni a nada.

GARY DAHER | Todo lo boliviano: lo indígena, lo citadino, lo mestizo o cholo, lo suburbano y lo rural, están inmersos en las cuestiones poéticas, porque todos somos producto de la larga colonia. Esta etapa histórica y antropológica es el filtro y el matraz que nos ha producido como bolivianos. Cuánto de indígena tiene mi obra es lo mismo que preguntar que cuánto de indígena tiene lo boliviano, es lo mismo que preguntar cuánto de sodio tiene la sal, que ya no es ni sodio ni cloro, sino todo lo contrario.

MARCIA MOGRO | Mi proyecto poético tiene como punto muy importante el rescate, aprendizaje y transposición anacrónica de la inmensa riqueza cultural indígena. Mitos, palabras en idiomas originarios, historia, antropología, etc. son materias importantes para mi escritura.

HOMERO CARVALHO OLIVA | Hasta hace algunos años la poesía indígena y/o indigenista estaba totalmente olvidada. Había poetas indígenas pero no publicaban nada en sus idiomas nativos. Hoy, las cosas han cambiado y ya hay hasta concursos literarios en sus propios idiomas para fomentar este tipo de lenguaje poético.
En mi caso, tengo dos poemarios con temática esencialmente indígena amazónica: Los Reinos Dorados y El Cazador de Sueños, en ambos intento rescatar una poética de los mitos y leyendas de los pueblos del Beni.

MARÍA SOLEDAD QUIROGA | Creo que desde hace ya algunos años se ha pasado de una poesía que ocasionalmente tomaba lo indígena como tema, a una poesía que rescata una forma de expresarse y de estar en el mundo que provienen de lo indígena y que es, desde luego, mucho más genuina y honda. Es el caso de la poesía de Juan Carlos Orihuela y de Marcia Mogro, que recuperan un decir y una atmósfera en los que lo indígena es una resonancia clara.
Lo que yo escribo no tiene mayor relación con lo indígena, ni como tema ni como tradición cultural. Sin embargo, a diferencia de la poesía que busca abarcar el mundo en su inmensidad, la totalidad del lenguaje que se considera propio, la mía se construye a través del fragmento. Y esto se debe, supongo, a que estoy consciente de que el lenguaje no nos ha sido dado en su totalidad, en su plenitud, sino un lenguaje quebrado, roto, del que nunca logramos apropiarnos del todo, lo que está vinculado a la condición del castellano penetrado por las lenguas indígenas. Mi apuesta es, entonces, por el fragmento como lenguaje porque creo que sólo conseguimos conquistarlo a través de trozos. La fe —y el empeño— están puestos en la tarea de ir cosiendo retazos, para de esa manera precaria, imperfecta, ir armando un itinerario que puede ser también una guía en el mundo, en éste por el que transitamos y en el interior que se abre en no menos galerías y ramajes, y que son, en el fondo, el mundo único e inmenso del lenguaje.

JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN | El tema indígena en la poesía boliviana sólo fue y es un indicador de mala poesía. Lo que hago no tiene absolutamente nada que ver con lo “ancestral indígena”.

JUAN CARLOS RAMIRO QUIROGA | Excepto las canciones de los chimane del oriente boliviano que fueron recogidas y estudiadas por el antropólogo alemán Juergen Riester, o la poesía quechua seleccionada y cotejada por el novelista cochabambino Jesús Lara, o algunos ejemplos aymaras recogidos por Juan de Dios Yapita y estudiado por Clemente Mamani, o la antología de la poesía aymara de Félix Layme y Xavier Albó, la poesía indígena en Bolivia es una mera ilusión verbal que nadie entiende o lee. Aunque más del 60 por ciento es indígena o se considera indígena en Bolivia, pocos escriben o leen poesía en aymara, o en quechua, o en guaraní o en otra lengua indígena. Todas las obras poéticas en Bolivia son difundidas, publicadas y leídas en español, lengua de chacales.

OSCAR GUTIÉRREZ PEÑA | En el Oriente boliviano (que es donde elegí vivir) lo indígena no tiene la omnipresencia que sí posee en las regiones altas. Allá se respira, se amanece, se almuerza, se vive, se jode, se muere bajo la formidable tutela de los Andes y su cohorte de antiguas presencias.
En el trópico boliviano, la omnipresencia proviene de la geografía, de la selva, del río ancho, del turbión. Tengo la sensación de que en las tierras bajas la cultura es líquida, móvil, en construcción permanente.

GABRIEL CHÁVEZ CASAZOLA | Tema complejo. Si se piensa en Bolivia desde fuera se piensa en lo indígena (lo que conviene a nuestros políticos, a las ONG y a los músicos que se ganan la vida en las calles de Europa), pero ¿es Bolivia un país culturalmente indígena o un país culturalmente mestizo?
Los bolivianos llevamos siglos mestizándonos y en esa medida, lo indígena, no en estado puro y muchas veces de forma no del todo reconocible, infiltra toda la cultura y el modo de ser del boliviano: nuestra comida, nuestra música, nuestra forma de hablar (y escribir) el español.
Mi poesía, de seguro, no escapa a ello, pero no es un tema que me ocupe ni busco los ancestrales deliberadamente como otros poetas, salvo en algunos textos, sobre todo relacionados con los pueblos indígenas del oriente, cuya cultura me fascina y sorprende (ellos son los postergados de los postergados: hoy ser indígena andino tiene charme, ser indígena oriental no).

MÓNICA VELÁSQUEZ GUZMÁN | Los autores indígenas son pocos y su producción reciente. Lo indígena, sin embargo, permea nuestra manera toda de ver el mundo y de abordar el lenguaje. No es algo separado a lo que hay que llegar o que debe ser incorporado, en todo caso demanda de un oído atento a lo que siempre ha estado en nuestra voz.

PAURA RODRÍGUEZ | Es imposible separar ambos temas en un país como este. Primero porque la realidad indígena es tangible y se la vive cada día; segundo, porque son minoría los bolivianos que realmente no tengan algún antepasado que no haya sido indígena. Es un sustrato muy profundo que genera conflictos interiores y ha hecho que este país sea lo que es, un territorio caótico, muchas veces surreal, con gente que niega su propio origen pero que al final no puede escaparse de él.
La verdad es que nunca había pensado en mi relación personal con lo indígena y mi producción poética. Aunque mi poesía no se refiere tácitamente al tema, creo que no por ello el asunto no está presente.
Por otro lado, es importante saber que en Bolivia la población indígena es diversa, por ahora sobreviven un poco más de treinta étnicas. Siempre he creído que en su simplicidad cotidiana, en su pobreza, en algunos casos en su anagrafismo, los indígenas son poéticos en su oralidad y en su modo de explicarse el mundo y hasta en su modo de vivir en esta realidad que les es ajena: como una anciana ayoréa que trata de sobrevivir en una urbe como Santa Cruz, vendiendo sus flechas hechas a mano que sirven para cazar animales de la selva. Hay numerosos elementos poéticos que hay que considerar de las culturas indígenas que seguro están presentes y probablemente nutren más de lo que pensamos a la poesía boliviana. Claro está que pienso esto más allá de cualquier visión política del tema, que es la que distorsiona todo.
  
6 | FLORIANO MARTINS | ¿Es posible hablar de una ausencia de relación —ya sea de sensibilidad o de mercado, en un sentido más amplio, de vasos comunicantes— entre la poesía boliviana y la de los demás países hispanoamericanos? Los aspectos que definen la situación tal como la entiendes, ¿qué explicaciones tienen?

JOSÉ ANTONIO TERÁN CAVERO | Reitero: en Bolivia sólo intentos parciales de fundar una crítica creadora que además construya los vasos comunicantes que por ahora no existen entre obras que se escriben en el país. Y, por supuesto, entre obras que se escriben fuera del país. No conozco ningún estudio publicado en el extranjero con las características mencionadas.

MATILDE CASAZOLA MENDOZA | En cierto sentido, existe esa ausencia (de relación), que forma parte de una situación general de desvinculación entre Bolivia y los demás países. En general, el aspecto cultural está bastante desvalorizado en nuestro país por parte del Estado. Si bien en las últimas décadas éste se ha sensibilizado un tanto más en dicho sentido, sobre todo revalorizando la cultura popular (artesanías, música, tejidos, etc.), otros géneros artísticos como la literatura, poesía, teatro, música elaborada se mantienen en los asientos de atrás, acaso porque se piensa que llegan a una minoría escasa. En este sentido, son importantes los eventos de encuentros internacionales, los auspicios de empresas generalmente privadas.

ANÍBAL CRESPO ROSS | Si digo poesía en Boliviacreo, siento, es más apropiado como punto de partida para intentar desentrañar el interrogante planteado. Pues, Bolivia, sus límites espaciales, contienen más de una nación; esto ayudaría a comprender que a la poesía boliviana —digamos oficial—, siempre la vi como a una lejana “isla andina” orbitando en otra dimensión a la del mundo de la llanura. Recién en estos últimos tiempos, quizás por el cambio climático, percibo, se abren ocultos senderos en uno y otro sentido, que estarían formando o dibujando un plano más abarcador de la poiesis y que se nutre de nuestra propia distancia.
Esta paradoja poéticoexistenciala la vez que nos aísla —tal parece nuestro destino— nos marca en singularidad y en hondura.

EDGAR ARANDIA QUIROGA | En la década de los cuarenta, Luis Alberto Sánchez, el crítico peruano, calificó a los escritores bolivianos como encuevados; muchos se sintieron ofendidos, pero a la larga resultó ser una ventaja. Aislados de las influencias, optaron por mirar el mundo desde aquí y se olvidaron mirarse para ser universales, el intento permitió tomar distancia y a la vez esta distancia provocó su aislamiento interno: poesía críptica tan lejos de las coplas simples que asume el pueblo. En la etapa actual es imposible sustraerse de las corrientes que nacen y mueren, como las mariposas de un día, entonces en vez de prender fogatas es mejor construir una pirámide.

HUMBERTO QUINO | Pienso, que un lector curioso, desborda su interés hacia los poetas de los demás países, no sólo hispanoamericanos, sino brasileros, europeos, asiáticos, africanos, etc. Si esta aspiración era difícil en el siglo pasado, ahora con las tecnologías de la comunicación, ya no lo son. Si la poesía boliviana, no trascendió nuestras fronteras, con raras excepciones (Saenz fue traducido al inglés e italiano), se debe a nuestra mediana calidad y a nuestro desinterés por la auto publicidad. Valga una confesión: me causa una verdadera repugnancia la autopublicidad, la autopromoción, la venta de una imagen enana.

CÉ MENDIZÁBAL | Sí ha habido una ausencia de relación. Y por hoy eso se va supliendo con vasos comunicantes que se abren sobre todo gracias al Internet. No podíamos quedar aislados por siempre… Pero la verdad es que no conozco las razones de semejante quietud y silencio en torno a la poesía boliviana. Las respuestas que alguna vez he entrevisto en medio de mi asombro son impronunciables.

GARY DAHER | No tenemos un trato fluido con la poesía que se realiza en los países latinoamericanos. Si algo de la poesía de aquellos países nos llega es gracias a los encuentros de poetas o por algunas búsquedas o investigaciones personales, pero no está viva, no está presente como quien dice: me desayuno con ella. Esto es una gran falencia. Debemos construir los puentes que permitan crear esas nuevas ciudades poéticas que nos asilen, y allí encontrarnos, sin ningún cartel.

MARCIA MOGRO | Pienso que no solamente la poesía, sino el conocimiento en general de la nación “Bolivia” está en tinieblas para Hispanoamérica y el resto del mundo. Faltan políticas efectivas y de largo plazo que diseñen puentes de comunicación. Y, la poesía en particular, está reducida a los pocos lectores y a las poquísimas editoriales que tienen interés en publicarla.

HOMERO CARVALHO OLIVA | La poesía es una sola y lo poetas escribimos versos para un mismo libro polifónico y plural infinito. El año 2010 estuve en el Festival de Poesía de Medellín, Colombia, que es todo un acontecimiento cultural. Compartí con 100 poetas de los cinco continentes y hallé vasos comunicantes no solamente con los de Hispanoamérica, sino también con los de otras lenguas. Los temas, las preocupaciones, la vida, la muerte, la belleza, el amor… variaban en la intensidad y en la energía cosmogónica del poeta. Caso especial fue compartir con poetas indígenas de la Guajira, con los que mi poesía indigenista tenía muchas semejanzas, como la de conectarse con la potencia de los espíritus protectores de la naturaleza.

MARÍA SOLEDAD QUIROGA | Pienso que hay una notoria ausencia de relación entre la poesía boliviana y la hispanoamericana, pero no porque la sensibilidad sea distinta, sino por las condiciones del país que antes mencioné —pobreza, ausencia de políticas culturales, escasa relevancia nuestra en el concierto internacional—, situación que ha condenado la literatura boliviana a la condición de una literatura menor, que no despierta mayor interés en el ámbito internacional. Por otra parte hay una evidente barrera de mercado que dificulta grandemente la difusión de la poesía boliviana en el exterior y el conocimiento de la poesía de los otros países de habla hispana en Bolivia.
Recientemente se han realizado algunos esfuerzos orientados a romper estas barreras, como los desarrollados por Plural Editores, que tiene una importante colección de poesía y que ha logrado acceder al mercado argentino, el Festival Internacional de Poesía iniciado hace un par de años y otros encuentros que han permitido iniciar un diálogo entre poetas hispanoamericanos y bolivianos.

VILMA TAPIA ANAYA | La relación que hubo antes fue unidireccional, Bolivia conoce la poesía hispanoamericana, conoce muy bien la poesía clásica hispanoamericana. En cambio, en los demás países se conocía muy poco de la poesía boliviana. Felizmente, con las nuevas tecnologías de la comunicación el panorama ha cambiado. Ahora todos estamos en/red/hado(s) con todos.

JUAN CARLOS RAMIRO QUIROGA | Creo que en la actualidad no hay vasos comunicantes entre la poesía creada en Bolivia y la poesía creada en ciudades de América latina, lo que existe son intereses particulares de tal o cual poeta, con apoyo institucional, que motiva encuentros o eventos para el intercambio de poesía, el caso del Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia), o el caso de ChilePoesía, u otros menos conocidos que mueve a poetas de Argentina, Bolivia y Chile. Lo que quiero decir es que hay sólo afinidades en tal o cual poesía. Cofradías que buscan celebrar la poesía (con lecturas públicas para pocos) más allá de los libros y a pesar de los libros.

OSCAR GUTIÉRREZ PEÑA | Los bolivianos vivimos un doble encierro: el geográfico y el emocional. Somos doblemente mediterráneos. Por un lado, es verdad que estamos físicamente desconectados del mundo (¿será por eso que amamos tanto a las redes sociales?), pero ese encierro que fue real alguna vez ha provocado dos cosas terribles en la sicología nacional: una baja autoestima que hace que descreas a priori de lo que haces (“lo extranjero siempre es mejor”) y la envidia cercenadora del vecino.
Nos urge salir al mundo y, ciertamente, el mundo tendría que conocer a los creadores bolivianos porque, luego de una larga temporada en “Alcatraz”, es probable que tengamos un par de cosas por decir.

PAURA RODRÍGUEZ | Efectivamente, creo que faltan esos vasos comunicantes. La poesía boliviana se conoce poco fuera del país y apenas se distribuye dentro. Pero creo que ese es un tema, primero, marcado por ese espíritu mediterráneo que nos ata; y por otro, porque no hay ningún apoyo incentivo para la gente que se dedica a la producción poética o literaria. La mayoría de la gente que escribe debe realizar otro trabajo distinto para sobrevivir y buscar un tiempo libre para escribir. A las editoriales también les falta dar mayor apoyo a sus autores, que tampoco lo exigen, porque en la mayoría de los casos, el hecho que una editorial te publique ya es el mayor logro de la vida. Sin embargo, en los últimos años veo un hecho positivo, y es la posibilidad que da la tecnología, mediante Internet se han realizado numerosos contactos y se están rompiendo numerosas barreras.
  
7 | FLORIANO MARTINS | En el sentido de la reducción de ese abismo aquí referido, ¿cómo o cuál debería ser, a tu modo de ver, la aportación de un poeta? Principalmente, ¿cómo afecta (o influye) esa preocupación en tu carácter como poeta y como persona ante la sociedad en la que vives?

JOSÉ ANTONIO TERÁN CAVERO | Toca a los críticos literarios —y mejor si además de críticos son poetas— reducir ese abismo de incomunicación, de indiferencia, de ociosa parcialidad, de apego a cánones críticos decimonónicos o de todas esas imperfecciones juntas. Confío también en que las antologías inteligentes puedan contribuir a esa tarea.

NICOMEDES SUÁREZ ARAÚZ | Zapatero a tus zapatos: el poeta o poetisa debe ante todo cultivar con disciplina su arte. Y, en lo posible, establecer nexos con escritores de otros países. Afirmo la cooperación con poetas de otros países intentando crear espacios de divulgación para autores hispanoamericanos. Por ejemplo, fui cofundador del Center for Amazonian Literature and Culture (1993) y la revista Amazonian Literary Review (1998-2002) editada en castellano, inglés y portugués. También, fui cofundador de la editorial Altamira-Lascaux Publishers y publicamos a Borges, a quien traduje.
La traducción, por supuesto, ofrece un medio para crear puentes entre países. Tuve la fortuna de participar de la célebre revista de traducción Mundus Artium (1967-1997) y vertí al inglés catorce poetas latinoamericanos.
Mi compromiso con la región, y en especial lo amazónico, es patente. Pero, al mismo tiempo, quiero afirmar que no soy partidario del nacionalismo ni del regionalismo en extremo. Concuerdo con mi amigo el poeta estadounidense Archibald MacLeish en su declaración en su breve y bello ensayo en su libro de 1978, Riders on the Earth [Viajeros sobre la Tierra]. Contemplando la visión inédita de la Tierra vista en esa bella fotografía tomada desde el espacio sideral en 1968, dijo: “Ver a la Tierra como ahora la vemos, pequeña y bella en ese eterno silencio en el que flota, es vernos como viajeros en la Tierra juntos, hermanos en esa brillante hermosura en la noche interminable —hermanos que ahora ven que son verdaderamente hermanos”.

MATILDE CASAZOLA MENDOZA | Los acercamientos entre poeta y juventud (eventos en los colegios y universidades, charlas, lecturas) son siempre positivos. Esto debe partir no sólo del poeta, sino principalmente de los maestros. Así se va creando una conciencia del papel que juega la poesía en la vida de la comunidad, y se valorizará la misma. También estos encuentros motivan al poeta a darse cuenta de que su mensaje puede ser substancial en la formación espiritual de la juventud.

EDGAR ARANDIA QUIROGA | La revuelta indígena popular boliviana partió en dos la historia, muchos escritores sacaron a relucir sus insomnios de clase, escondidos tras el velo de una poesía “sin compromiso”. Otros adoptaron un camino neblinoso, que no conduce a ninguna parte porque no tiene señales, otros apostamos, elucubramos riesgosamente, gozosamente con esta re-vuelta. Estar dentro el proceso es un acto poético, uno puede salir perdiendo, pero aposto sus esperanzas en algo, las heridas serán siempre bienvenidas si fueron por ir tras un sueño.

HUMBERTO QUINO | En los abismos se regodea la ignorancia. El mutuo desconocimiento puede partir también de una voluntad negativa. Mirarse el ombligo es uno de los defectos genéticos del poeta. Sabemos que ni la poesía ni el poeta van a cambiar el mundo, aunque claro está, pueden hacerlo más habitable.
Un poeta joven puede ser una promesa, un poeta viejo es un monstruo. Ser poeta en un país periférico, es ser un poco más que nada.

CÉ MENDIZÁBAL | El poeta no puede sino seguir haciendo lo que mejor hace. Es decir, leer y escribir. En lo más duro del encierro, cuando veías que los festivales y las publicaciones de otros países se llenaban de poetas de todas partes y olvidaban totalmente a los bolivianos, hemos seguido haciendo aquello: leer y escribir. Y esperar que lo nuestro llegue. No hay más.

GARY DAHER | Mi posición está relacionada con la vitalidad. Muy importante es que cada poeta se entregue a esa vitalidad, descartando para ello, en gran manera, los pergaminos, los documentos, la hojarasca que suponen su identidad. Rasgado el velo, entonces podremos vernos a nosotros mismos en el otro. Adiós, digo a aquello ancestral que me divide, y abro los brazos a lo esencial que me une, que permite el abrazo.

MARCIA MOGRO | El aporte de un poeta debe ser simplemente su escritura. Como artista, el poeta debe ser libre y, por lo tanto, los temas, lenguajes y estilos que ocupe no deben responder a ningún dios. Yo, como poeta boliviana, no me siento obligada a escribir sobre nada que no me interese, que no me mueva o apasione.

HOMERO CARVALHO OLIVA | No sé si los poetas debemos aportar algo. Cuando era universitario y creía que escribía poemas contra la justicia social y cantaba a la revolución, mis textos eran panfletarios, incendiarios, pero que no eran poemas. Creo que más allá de las elucubraciones teóricas sobre el papel de poeta, nuestro mayor aporte es el de escribir y escribir mejor cada día siguiendo nuestro instinto poético. A mí la poesía me ayuda a ser quien soy, a aceptarme como un ser plural, que posee muchas personalidades que solamente logro reunirlas cuando escribo, es entonces que todas ellas se juntan y juegan con las palabras como si fuéramos amigos entrañables.

MARÍA SOLEDAD QUIROGA | El oficio poético es esencialmente solitario, pero lo deseable es que la obra trasponga esa condición de surgimiento para cumplirse en el contacto con los otros. Por eso es fundamental abrir la poesía a la gente, llevarla a donde está la gente, acercarla a quienes no tienen trato frecuente con ella. En ese sentido son interesantes las iniciativas desarrolladas por los encuentros y festivales que organizan lecturas en distintos espacios: plazas, mercados, cafés, etc. Esta es una tarea a realizar en primer lugar en Bolivia, porque así como no se conoce la poesía boliviana fuera del país, dentro es también una desconocida.
Por otra parte, puesto que la poesía no reconoce fronteras, es fundamental establecer espacios para el conocimiento y diálogo entre poetas de distintos países de nuestra lengua. Estoy pensando en oportunidades de lectura, pero también de encuentro que permitan conocernos mejor, romper la tendencia a mirarse el ombligo, a pensar que lo que uno hace es único, a reconocer tanto las diferencias como las profundas afinidades existentes. En lo personal, la lectura de otras poesías y las oportunidades que he tenido de interactuar con poetas de otros países han sido muy enriquecedoras.

VILMA TAPIA ANAYA | Pienso que el poeta no está llamado sino a hacer poesía. Todo lo demás les corresponde a los gestores culturales, a los editores, a los comunicadores… Es claro que hay poetas que además de ser poetas son gestores culturales, editores, comunicadores. Yo también puedo, se me dio, hacer desde esos otros lugares. Pero, insisto, es un tema que no le afecta a la poeta que soy.

JUAN CARLOS RAMIRO QUIROGA | ¿Qué puede esperar la sociedad de un poeta? Nada. ¿Qué puede esperar el poeta de la sociedad? Lo mismo. No obstante, el aporte de la poesía a la sociedad siempre ha sido substancial y grandísimo, pero no a la inversa. La sociedad ha olvidado al poeta. No podemos decir lo mismo del poeta: el poeta es la conciencia de la palabra y de la sociedad. La sociedad anda preocupada por el pan diario. El poeta anda preocupado por el presente de la palabra en medio del aullido social. No sólo de pan vive el poeta.

OSCAR GUTIÉRREZ PEÑA | Este poeta que soy, antes que nada, es un ser humano dispuesto a trabajar minuciosamente en comprender y amar a la vida. En ese camino hacia la simplicidad estoy aprendiendo a reírme de mí mismo (asignatura terrible y fecunda, si las hay), por eso aspiro a que mi poesía se entienda y diga cosas que, tal vez, le sirvan a alguien para pasar el día.

GABRIEL CHÁVEZ CASAZOLA | Creo que el poeta boliviano, si su sensibilidad y temperamento lo permiten, debería trabajar activamente para reducir la brecha que separa a la poesía boliviana de la de los demás países, en principio hispanoamericanos. Buscar contactos, organizar espacios de encuentro, asistir a ellos, ver la posibilidad de publicar fuera, de ser traducido, en fin, de establecer vasos comunicantes. Pero sobre todo ésta debería ser una preocupación de los gestores culturales públicos, que no tienen a la poesía entre sus prioridades.

MÓNICA VELÁSQUEZ GUZMÁN | El abismo actual me provoca angustia y a la vez retos, desafíos de no dormir con la corriente, ganas de producir canciones para despertar y no para seguir durmiendo a nuestros niños, a nuestros espíritus. Paralelamente, una reciente fascinación por lo decadente y final y apocalíptico también me desafía a pensar la palabra como oscuridad y luz a la vez, como ese sitio que mirando los recovecos del alma humana puede desde ellos reconstruirla, armarla. Un poco ingenuo tal vez, un poco necesariamente niño en un mundo de adultos que hace mucho han perdido la verdad.

PAURA RODRÍGUEZ | A menudo me pregunto y me cuestiono sobre el ser poeta. Creo que la tarea fundamental es lograr una producción de calidad literaria y estética, cumplir con la misión de la poesía que es la belleza y la renovación de la palabra. Ante todo debemos tratar de ser buenos poetas y eso sólo se logra trabajando mucho y con lecturas.

  
8 | FLORIANO MARTINS | ¿Olvidamos algo?

GARY DAHER | Siempre. La vida y los diálogos están hechos de olvido. Olvidamos que todo Estado es en sí un espacio imaginario, así que, una antología de poetas de cualquier nación, por ejemplo, bolivianos, se reduce solamente a eso: una reunión fortuita de gente que hace poesía, azarosamente en un país donde le tocó nacer o vivir. Diremos entonces que aquella situación no tiene porqué definir a ninguno de los reunidos (o no reunidos, porque ya dijimos que existen los olvidos), antes siempre lo humano, antes siempre la búsqueda del hombre, que todavía no sabemos quién es. Todo esto, aunque en este caso curiosamente permanezca lo boliviano como un acertijo, como una premonición, como una semilla, y también, por qué no, como el espacio de lo entrañable que no sabemos definir, pero que está, está, y nos ciega como una luz y nos abarca como una sombra.

HOMERO CARVALHO OLIVA | Si, quizá qué es poesía para mí: la Poesía es una nube preñada de imágenes. Un niño la ve y se imagina un sombrero, una joven ve un jarajorechi, un hombre ve lo que sus hijos quieren ver y una anciana, sonriendo con picardía, siente la preñez como suya y recuerda que parió las aguas que bajaron del cielo y frutecieron la tierra. Poesía es la distancia que hay entre una gota de rocío y un caracolito. Es la tierra madre a la que volvemos para sembrarnos y paladear sus íntimos sabores. Poesía es el árbol de los Recuerdos, que en vez de hojas verdes posee páginas escritas con las nostalgias, los deseos, los amores y las decepciones de la gente. La poesía es una carga de caballería sin ninguna posibilidad de sobrevivir. Es la primera oración de La Metamorfosis y el último verso de Serguéi Esenin escrito con su propia sangre prometiendo un encuentro en el futuro. Es el sereno temblor que alienta a Vito Apshana. Es Homero cantando que los dioses traman desgracias para que los hombres tengan algo que contar. La Poesía es el camino que nos conduce a los Reinos Dorados, allí donde moran los que fuimos, los que somos y los que seremos. Es la música del poema “Siempre” de Ricardo Jaimes Freyre y la fuerza telúrica del Canto al hombre de la selva, de Raúl Otero Reiche. La Poesía es la Santísima Trinidad, en la que el Padre es el autor, el Hijo es el libro y el lector es el Espíritu Santo. Es el Urim y Tumin con el que nos comunicamos con la amada.

JUAN CARLOS RAMIRO QUIROGA | Sí, muchos temas: Entre ellos, la única narrativa dialogal de Sara D. Kuljis, el verso cansino y cerebral de Benjamín Chávez, las nimiedades verbales de Eduardo Mitre, el deslumbrante humor negro de Humberto Quino Márquez, el genio silencioso de la poesía de María Soledad Quiroga, el verbo zombie de Carito Hoz de Vila, el erotismo inocente de Banesa Morales, y las odiosas tapas de Yerba Mala Cartonera. 


FLORIANO MARTINS (Brasil, 1957). Poeta, editor, ensayista y traductor. Uno de los directores de ARC. Este ensayo fue escrito como prólogo de una antología de la poesía boliviana en el siglo XX, libro que todavía no ha alcanzado su definición editorial. Página ilustrada con obras de Leonardo da Vinci, artista invitado de esta edición de ARC.

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